Publicado en Rebelión
Hace algunos días, al conocerse el resultado de las elecciones municipales celebradas en Venezuela, pocos repararon en el llamado urgente que Nicolás Maduro, les hizo a sus aliados para definir conjuntamente metas y estrategias. Rafael Uzcátegui, líder de Patria Para Todos, PPT, un minoritario partido chavista, mostró enseguida su disposición a atender este llamado aunque añadió que, en el pasado, esos encuentros ya habían tenido lugar y, sin embargo, no habían servido para mucho. Elocuente.
De hecho, las recientes elecciones municipales venezolanas, han tenido mayor importancia política de la que parece. No por sí mismas pues, en el fondo, el mapa político del país sudamericano no ha sufrido grandes alteraciones, sino por las interpretaciones prospectivas que de ellas pueden extraerse.
Para empezar, han sido unos comicios celebrados en un clima que ya venía cargado de crispación, nada extraño tratándose de una Venezuela que lleva 25 años convulsionando políticamente. Merece la pena comentar los antecedentes de estas elecciones municipales: en principio, estas municipales, hubieran debido celebrarse a comienzos de este año 2013 pero el fatídico fallecimiento de Hugo Chávez, alteró todos los planes. Al final, en abril de 2013, en lugar de elecciones locales hubo elecciones presidenciales. Nicolás Maduro venció por apenas un 1.49% y la oposición terminó sembrando un manto de “sospecha” para generar un ambiente de desestabilización con el apoyo internacional que le permitiera tomar alguna ventaja política. Animada por estos últimos resultados inéditos, preparó el terreno y se atrevió a catalogar los comicios locales de ‘plebiscito’… Ocho meses después, podemos decir, desde cualquier lectura de los números -unos apuntan a 7% otros a 10% de diferencia- que la oposición ha perdido ese ‘plebiscito’.
Sufragando, el pueblo venezolano ha dado la enésima lección de madurez a sus dirigentes: lejos de caer en absurdas e irresponsables provocaciones, la ciudadanía ha esperado su momento para hablar en las urnas. Sin embargo, no todos se han expresado abiertamente: un detalle que el Chavismo ni puede ni debe pasar por alto es que la participación electoral, al menos a nivel municipal pero con un ambiente caldeado, parece comenzar a decrecer nuevamente en Venezuela. ¿Una sutil manera de expresar descontento? Es muy probable pero, aunque no lo fuera, se trata de un sinuoso terreno que, sobre todo para el oficialismo, debiera resultar incómodo ... y preocupante. ¿Qué pasaría en una elecciones presidenciales con ese 20% que no fue a votar?
Segunda e importante conclusión: Nicolás Maduro acaba de ganar el ‘plebiscito’ al que, torpemente, le sometió Henrique Capriles. Sin embargo, más que estar orgulloso del resultado, el Presidente, debería sentirse inquieto: la oposición –dio muestras de ello en las presidenciales y ahora, también, en las municipales- está recortando distancias con el Chavismo . De hecho, si para algo han servido las municipales es para demostrar que, la apretada elección de abril, no fue un accidente: al parecer se trata de una tendencia consolidada aunque, todavía, sin el empuje suficiente como para alterar la relación de fuerzas heredada del Chavismo con Chávez.
Tercer elemento significativo, estrechamente relacionado con el anterior: aunque en las pasadas elecciones municipales, el gobernante PSUV ha ganado el 71% de las que estaban en juego, no solo ha perdido algo de empuje en relación con 2008 (hace cinco años ganó el 78%) sino que parece haber comenzado a tener problemas en algo mucho más importante, la hegemonía en el cómputo total de votos. De hecho, aunque la mayor parte de los medios de comunicación –nacionales y extranjeros- han pasado de puntillas sobre este espinoso asunto, lo cierto es que el PSUV y sus aliados apenas han frisado la barrera del 50% en estas elecciones.
En relación a este tema, el caso de Caracas resulta muy elocuente porque permite ahondar en el verdadero problema de fondo: el PSUV sigue perdiendo en el centro y en el Este de la capital que, pese a lo que dictan los estereotipos, no solo están compuestos por elitistas zonas residenciales y barrios de clases medias liberales sino, también, por enormes áreas populares como Petare y zonas de clase media trabajadora como La Candelaria, San Bernandino o El Recreo.
De hecho, la clave del asunto no radica en que la oligarquía y las clases medias urbanas sigan votando por la oposición (¡eso no es noticia!) sino que lo que comienza a quedar en entredicho es la capacidad del Chavismo para recuperar enclaves, perdidos en el pasado, de sectores de población más desfavorecidos, sus votantes "naturales". Lo peor del caso es que, además, la referida dinámica, dista mucho de limitarse a la capital: grandes, estratégicas y/o simbólicas zonas del país (como Barinas, patria chica del mismísimo Chávez) continúan estando o han pasado a control opositor. Y la guinda: perdieron algunas de las zonas de mayor desarrollo socioeconómico y humano de Venezuela como Valencia, Barquisimento o Maracaibo.
Cuarto elemento a destacar: en estas elecciones ha proliferado un rosario de candidaturas ‘independientes’ (que, juntas, han logrado 18 alcaldías) que han tratado de poner en solfa decisiones cupulares que responden, cada vez más, a prácticas burocrático/corporativas que están asentando un modelo clientelista de toma de decisiones generador de malestar entre las bases chavistas (candidatos elegidos desde las cúpulas y no desde las bases). De hecho, 2/3 de esta disidencia viene del Chavismo.
En realidad, no es la primera vez que algo así ocurre en la Venezuela bolivariana. Sin embargo, con Maduro de Presidente, hay un detalle que el Chavismo no debe obviar: hasta ahora, el “portaaviones Chávez” garantizaba unas ventajas electorales tan grandes que, cualquier atisbo de descontento en el ámbito local, terminaba diluido en las cachas de una política nacional extremadamente polarizada. Sin embargo, ahora, el escenario parece estar cambiando y eso, desde luego, implica un riesgo político emergente: la ecuación ‘malestar político + menor ventaja electoral’ podría propiciar rupturas indeseables de imprevisibles consecuencias políticas.
Quinto y último elemento, que también tiene que ver, aunque mucho más taimadamente, con malestar y disidencia: otro área en la que el gobernante PSUV parece estar perdiendo terreno es el Gran Polo Patriótico (su propia alianza electoral). Ahí, un grupo de partidos minoritarios chavistas (como los Tupamaros, Patria para Todos o el Partido Comunista, que llevan años demostrando una notable capacidad de movilización) están comenzando a disputarle votos al PSUV, la gran organización que el propio Chávez siempre deseó que fuera hegemónica (en la izquierda y en el país). Ahora, ese sueño parece alejarse porque, cuanto más se reduce la brecha entre Chavismo y oposición, más determinante se vuelve el aporte de los aliados: de ahí las prisas de Maduro por reunirse con ellos, subrayadas al comienzo de este artículo.
Recapitulando: pese a las apariencias pero, sobretodo, a la autocomplacencia que destilan las declaraciones oficiales, la posición de Maduro no es ni sociológica ni electoralmente tan sólida como pudiera parecer. Antes al contrario, existen serios motivos para la preocupación a medio/largo plazo.
Alguien fuera de Venezuela, alejado de su fascinante hervidero político, preguntaba: “Pero si hace unos meses había un tremendo pesimismo con el futuro de la Revolución Bolivariana, después de este resultado, ¿hay motivos para que el Chavismo esté contento?” La respuesta es tan compleja como el proceso .
El Chavismo puede sentirse optimista, en cierta medida, porque después de la ajustada victoria de Maduro en las elecciones presidenciales de abril, el desgaste de un proceso con 15 años en el poder, el acoso mediático, la inseguridad sin resolver, ineficiencia, falta de planificación, corrupción, problemas económicos gravísimos, la inflación disparada, desabastecimiento de algunos productos básicos y, sobretodo, lo más importante, sin el gigante Chávez aguantando en sus hombros este panorama demoledor, se preveía que el proceso iba a desplomarse. Y el Chavismo ha ganado estas elecciones municipales con un margen mayor que en las presidenciales. El resultado ha sorprendido a todos, al propio Chavismo y, especialmente, a una oposición absolutamente desconcertada.
Pero esta victoria hay que interpretarla con suma cautela. En primer lugar, porque recordemos que son elecciones locales y que ese 20% de diferencia de participación con respecto a las Presidenciales son una incógnita.
En segundo lugar, porque ha habido una recuperación de la popularidad del gobierno en pocas semanas principalmente por la reacción frontal contra la burguesía especulativa. Una reacción que ha sido vista positivamente por la gran mayoría de la población. Hasta ahora ha sido solamente un gesto del gobierno para afrontar la situación económica que ha dejado claro que defiende los intereses del pueblo y que está dispuesto a gobernar a su favor. Pero eso no basta, estas medidas tienen que dar resultados.
Y en tercer lugar, se pone de manifiesto que hay un sector importante del electorado con preferencias de voto muy volubles, impulsivas e impredecibles. Esta confianza electoral prestada se puede diluir en poco tiempo.
Si estas medidas macroeconómica fracasan, el Chavismo se acercaría al escenario de un referéndum revocatorio en 2016 con un profundo malestar en grandes sectores de la población.
La raíz de este malestar está en los desajustes macroeconómicos (que denunciaba hace algunos días el ex ministro Felipe Pérez Martí) y desde luego, en los problemas de abastecimiento que, éstos, generan. En este sentido, hay que considerar que, aunque las medidas tomadas por el Gobierno en los últimos dos meses es verdad que parecen haber logrado revertir la tendencia, los resultados de las elecciones municipales, tampoco deben ser considerados como un cheque en blanco para Maduro: se trata, muy al contrario, de un sutil toque de atención que el Gobierno haría mal en ignorar.
De hecho, que la inflación esté carcomiendo las políticas de equidad puestas en marcha por el Chavismo es solo una parte del problema. La otra, la que debe ser revisada y rectificada, es netamente política y tiene que ver con las tendencias autocráticas que están empezando a lastrar el ejercicio del poder en Venezuela. No se puede, de hecho, blandir la bandera de la participación (por la que Chávez tanto luchó) al tiempo que se centralizan cada vez más las decisiones; hablar de circulación de élites al tiempo que se termina de perfilar una burocracia gobernante; detectar la necesidad de institucionalizar la vida política y no estar poniendo reglas más que a la relación entre los propios gobernantes.
Gran parte del problema, de hecho, está ahí: en la relación del PSUV con sus aliados y desde luego, en la del Gobierno con la ciudadanía. El gran reto radica en construir un modelo político que garantice el cumplimiento de los valores e ideales inclusivos que inspiraron a la Revolución Bolivariana y que, el mismísimo Chávez, reivindicó en Golpe de Timón , su último gran documento, redactado el año pasado.
En el referido marco los verdaderos ‘enemigos’ no son ni Capriles ni la oposición, sino las decisiones erróneas que le están permitiendo crecer a aquellos que se plantean como objetivo político el desmantelamiento de los avances sociales logrados en los últimos años. En dicho contexto, la abstención, la pérdida de hegemonía y la disidencia, todavía incipientes, pueden estar siendo una llamada de atención para Maduro y los suyos. ¿Será la última?
* Dimitris Pantoulas es politólogo @DPantoulas ; Rafel Rico Ríos es Ingeniero de Telecomunicación @rafaelricorios ; y Juan Agulló es sociólogo geotlati@gmail.com.