Nada más contrarrevolucionario que un revolucionario en el gobierno

He tenido la dicha y la desgracia de conocer la bestia por dentro, desde la llegada de la revolución bolivariana he sido considerado como un perfil para ayudar a administrar el “nuevo” Estado sobre las “ruinas” del naciente.              

Lo he dicho anteriormente http://www.aporrea.org/actualidad/a166838.html , nuestra actitud como cuadros al frente  de las riendas del Estado pareciera ser la diferencia, nuestro bagaje cultural, ético y moral hacen mella sobre nuestras capacidades políticas al momento de convertirnos en funcionarios públicos; por lo que apenas somos designados, nuestra perspectiva del nuevo panorama cambia radicalmente con el cargo, es un fenómeno que visualizo en todos los espacios donde me ha correspondido estar, con camaradas de trabajo y por su supuesto me incluyo yo mismo como primer pecador penitente de dicho fenómeno.

El Estado bestia nos absorbe y desdibuja el panorama; al momento no podemos discernir entre lo que sería una acción realmente revolucionaria, reformista o incluso contrarrevolucionaria como administradores del Estado; tenemos la tendencia a continuar administrando la rutina y terminamos acomodados o apoltronados en sendos cargos de los cuales ya no somos ni sombra de lo que predicábamos ser en la calle; que conste que no hablo del populismo de ayudar con la plancha de zinc a los amigos desposeídos o la zalamería de saludar a todos (conocidos y desconocidos) para que no nos critiquen por “haber cambiado” al llegar al gobierno.

El tema es medular, hablamos de la real destrucción del viejo Estado y construir el nuevo Estado de la mano del Poder Popular, todo el poder para el pueblo (como en los viejos tiempos); esto pasa por la democratización de los recursos y por escuchar la real participación de nuestro pueblo al momento de decidir nuestro destino. Hoy día muy poco se tiene de eso, pareciéramos transitar hacia la reconstrucción de lo que habíamos demolido con Chávez, edulcorando el camino y guardando las apariencias, la lucha de clases suena como a una vieja quimera en su agonía…



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Luis Alberto Duarte


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