Las ideas dirigen las revoluciones

Cuando una Revolución triunfa es, en el fondo, una victoria de la ideas. Si fracasa, búsquese las causas en las ideas que la guiaban. Las ideas determinan el curso de las sociedades. Es por eso que las Revoluciones son milagrosas, se trata de la rara circunstancia de sustituir las ideas hegemónicas en una sociedad, o si se quiere, de fundar una nueva cultura, una nueva visión del mundo, una nueva manera de vivir y de morir.

Las ideas, la cultura, están ancladas en el inconsciente del hombre, desde allí dominan la conducta, nos hacen creer en una autonomía de la que carecemos. Aparecen, las ideas, en los momentos cruciales de la vida, en las decisiones importantes, las que definen el rumbo de la historia, de la sociedad y de los individuos.

Lo anterior es verdad para las sociedades que transitan sin percibir la dominación de sus vidas, marionetas de fuerzas desconocidas que habitan en la sombra del inconsciente y las confinan a un redil apropiado al sistema imperante.

En época de crisis política emergen, desde lo profundo de la mente, las lanzas y los escudos para defender lo establecido. Las barreras que contenían -disimulaban- al inconsciente son desbordadas y aparecen las pasiones más profundas del humano adaptado, sometido, transformadas en creencias, ideas que justifican acciones perversas, todo por defender lo conocido, aun siendo esclavitud. 

Eso explica los campos de concentración, las matanzas en Palestina, el incendio de universidades y preescolares, lo absurdo de las guarimbas. Todo lo "inexplicable", según la sana razón de lo aparente. Esto explica las reacciones que a primera vista son enigmáticas: por qué ese odio, por qué esa deformación de la realidad, por qué se desnudan en una guarimba, por qué de pronto las sociedades se vuelven monstruos, por qué asesinan niños, por qué queman a la inteligencia, por qué mujeres plácidas, hermosas, se transforman en arpías, pierden la sonrisa, desbordan furia. 

Por qué aquella cobardía de callar, por qué la ceguera justifica el patíbulo de los buenos, por qué abrazamos a los verdugos, por qué convocamos a los fascistas, por qué nos arrodillamos frente al enemigo, por qué esa actitud suicida.

Las Revoluciones son un rompimiento con esas fuerzas inconscientes, desconocidas, que no ocurren en lo aparente: son una conmoción profunda en la psiquis de las sociedades. La batalla se establece en el inconsciente de la sociedad, ese es el territorio en disputa y la principal defensa de lo viejo, y debe ser el objetivo de lo nuevo.

La revolución debe atender esta batalla, en ella las armas no son convencionales, no son los reflejos, no valen los números, la racionalidad, al contrario, se trata de las pasiones, de las pulsiones más primitivas: el miedo al despojo, a cambiar, a la incertidumbre, el odio a lo diferente. Los monstruos de la infancia, aquellos que moran las noches infantiles, que habitan en la oscuridad sin los padres, los primeros miedos al separarse de la madre, el terror frente al castigo autoritario del padre, todos ellos encarnados ahora en los monstruos que proponen Revolución.

Repetimos: la batalla ocurre en el inconsciente colectivo, es fácil percibirlo, los poderosos medios de deformación -la televisión, la radio, el cine- son naves enemigas que preparan la conducta para los momentos cruciales, siembran mecanismos de reacción, valores, justificaciones morales, que apuntalan la conducta deseada. 

También la confrontación se da en el interior de los revolucionarios, en sus líderes, ésta es sin dudas la más importante, de ella depende el curso de la masa. A los líderes, a la hora de tomar decisiones, en las noches de insomnio que anteceden a las grandes decisiones, les aparecen los monstruos infantiles a reforzar el miedo a los cambios, el miedo a lo desconocido, el salto al futuro que es la Revolución. Entonces surgen las justificaciones que resuelven la tensión: “Ahora no se puede, sería una locura”, “aquellos no entienden los tiempos”, “Bolívar lo hizo, pero eran otras circunstancias”, “Fabricio corrió riesgos pero las cosas han cambiado”, “lo haremos pero después de prepararnos bien”, “Fidel se lanzó pero era otro contexto”, “Argimiro era un extremista”. Lo principal es la paz, por ella vale todo, hasta entregar el sueño. 

Si los líderes sucumben a los miedos, las Revoluciones se truncan y ellos pasan a la historia como un olvido, mediocres como un teodoro brillante justificando sus miedos, o como un lula desvergonzado en su profesión de agente del capital.

Si, en cambio, el líder vence a sus miedos y hace lo que hay que hacer, si se porta como Chávez en la madrugada el 4 de Febrero, si hace honor al momento histórico, si cumple su deber de Revolucionario, si se para y dice “algo está mal”, si es capaz de decir “¡no!”, si es capaz de intentar “arar en el mar”, entonces la historia lo recordará, sus hijos tendrán razones para sentirse orgullosos, será como un  Bolívar, un Che, un Fidel, un Fabricio, será un humano y no un gallo capao.

¡Seamos como Chávez!



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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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