El problema no es la siembra, sino las personas a quienes el Estado ha encomendado dicha siembra.
Ya está bueno de que el Estado, bajo la nueva concepción bolivariana y prosocialista, siga fungiendo de Estado pendejo dotando de capital a los empresarios de criterio burgués. Es claro que si un particular se mete a capitalista debe disponer de su propio capital o conseguirlo con un colega suyo de la banca privada.
Es muy lamentable y bochornoso el papel que ha jugado hasta ahora el Estado venezolano cediendo facilidades de capital perteneciente a todos los venezolanos para que esos particulares se metan a explotadores capitalistas quienes, luego de hacerse ricos con capital del pueblo, a este esquilmen, masacren y hoy por hoy hayan decidido matarlo de hambre y de angustias con guarimbas, guerra económica e intentonas magnicidas como las que está viviendo actualmente el pueblo venezolano. Es hora de pasarles factura como deudores del Estado y no seguirles otorgando crédito alguno.
El caso es que como burgueses y enemigos jurados de los movimientos izquierdistas, esos beneficiarios del Estado se convirtieron en dueños del país, del presupuesto nacional y, en caso de desavenencias políticas con gobernantes que dejen de ser complacientes y títeres de esa burguesía que este Estado pendejo ha creado, opten como lo vienen haciendo, por arrebatar el poder político y militar que ya perdieron desde el momento mismo que este pueblo despertó y tomó conciencia de quiénes son esos empresarios burgueses, qué hacen con las divisas del ingreso petrolero y por qué no deben volver a Miraflores.
Recordemos lo siguiente: Desde los mismos comienzos del conato de la industrialización venezolana de los años 50, SXX, se nos ha vendido la idea de un desarrollo económico dirigido más hacia las posibles exportaciones que del autoabastecimiento nacional.
Esa idea está relacionada con la posibilidad y necesidad de que rebajemos la dependencia relativa que tiene nuestro Presupuesto Nacional de las divisas petroleras, ante los frecuentes vaivenes e inestabilidad de los precios del petróleo cuyo mercadeo era absolutamente controlado por las mismas trasnacionales y concesionarias de la era prechavista.
Esa idea ha respondido a la llamada “siembra del petróleo” que se oye desde los tiempos medinistas, a fin de obtener divisas provenientes de actividades no directamente petroleras.
Obsérvese que se trata de una fatal contradicción porque mal podemos estimular y montar una industrialización no petrolera con capital proveniente del ingreso petrolero. Aquí estaría la clave para una mejor comprensión del fracaso de todas esas intentonas económicas que sólo han estimulado la formación de la actual burguesía parasitaria, tanto de la importadora con dólares petroleros, como la de los industriales nacionales dependientes de esas mismas divisas.
Como si se tratara de una “hipnosis madre”, hemos caído en un círculo vicioso porque sencillamente los estímulos para esa industrialización sustitutiva de importaciones ha sido a punta de dólares provenientes de la industria petrolera, lo cual nos ha llevado a una plataforma industrial sujeta al otorgamiento periódico de divisas petroleras para ensayar una producción nacional que desde un comienzo ha sido incapaz de abastecer la demanda doméstica.
Además, ante la imposibilidad de producir con costes competitivos frente al exterior, han solicitado y logrado devaluaciones del bolívar para justificar y afianzar esa incompetencia productiva de un empresariado comprobadamente rentista y parasitario.
Ese lamento es más grave cuando ha sido la misma gente izquierdista puntojista la que siempre estuvo abogando por un Presupuesto Nacional en el que privaran siempre las Inversiones de industrialización por encima del gasto social al cual consideraban una suerte de despilfarro del Presupuesto. Toda una estrategia tejida por los EE UU y canalizada por la gente que menos debió abogar para que el Estado les entregara ni un solo dólar a los empresarios privados burgueses.
De resultas, el Estado debe despertar de esa hipnosis burguesa: debe evitar, frenar y pechar fuertemente todo tipo de importaciones que compitan con la producción nacional, una producción que obviamente llevará muchos años desarrollarla competitivamente. Esa hipnosis ha sido tan fuerte que el Estado todavía sigue alegremente otorgando divisas subsidiadas para que este pueblo siga importando parejo cuanta innovación nos ofrezca el país más desarrollado del exterior.
De esa manera nos evitamos las frecuentes y perjudiciales devaluaciones con las que esos empresarios parasitarios han pretendido que su mediocre producción sea comprada por los diferenciales de precios inorgánicos sólo posibles con un bolívar hiperdevalaudo frente al dólar.
Es mentira que con una moneda devaluada nos van a comprar la producción nacional porque, si así fuera, no se podría explicar el llamado “contrabando de extracción”, ya que este se sostiene y fomenta por los subsidios causadsos por unos precios de la empresa privada que siguen resultando demasiado costosos por su baja capacidad empresarial para logran costes mínimos.
Los precios de la producción nacional deben sincerarse de una vez por todas. Los subsidios y su forma de aplicarlos deben ser revisados; las importaciones supletorias del déficit de la oferta nacional deben ser pechadas fuertemente en lugar de devaluar la moneda nacional que conserva la pobre productividad de un empresariado que está y ha estado muy lejos de proponerse la independencia industrial y del dólar petrolero, sino todo lo contrario.
El Estado debe tachar el binomio: moneda devaluada y subsidios porque ambos representa la más perfecta forma burguesa de desangrar nuestra economía: La devaluación en sí misma es encarecedora de los precios de unas mercancías importadas completicas o hechas con insumos importados con dólares. Ante esa realidad devaluatoria, los subsidios pretenden esconder los elevados precios de producción de un empresariado que lleva más de 60 años engañando al Estado, por el contrario, ha estimulado las exportaciones propias del actual contrabando de extracción sin pasar por aduna alguna. Observación pertinente: Uniformar las tasas de cambio actuales podría resultar contraproducente y retrógrado porque se estaría reencareciendo la producción nacional, misma que exigiría nuevos subsidios, nuevos dólares preferenciales, y así hasta nunca acabar.