Después de tanta guerra, tanto enfrentamiento, el imperio descubrió el arma más eficaz para derrotar las Revoluciones. Veamos.
Es silenciosa, no causa daño material, no detona, es difícil de detectar, es relativamente barata. Usa, como en el judo, la fuerza del enemigo, sus mejores operadores surgen de las filas de la Revolución. Es una tecnología limpia, no contamina el ambiente, no es radioactiva, se autotransporta, se reproduce a sí misma, actúa con autonomía de los centros de comando, tiene vida propia... Está invicta, ha derrotado a todas las Revoluciones donde se ha aplicado.
Se trata del contrabando ideológico, de la ideología contrarrevolucionaria mimetizada de Revolución. Su primera víctima fue el cristianismo. Aquella Revolución antiimperialista y de los pobres terminó siendo aliada del capitalismo y el Reino de Cristo quedó secuestrado por los ricos.
Podemos decir que es una guerra que escapa a cualquier clasificación, no es de cuarta ni de quinta generación, se trata de otra dimensión, ocurre en el universo de las ideas, surge desde el fondo del alma, del inconsciente y desde allí determina el rumbo de la humanidad. Actúa, principalmente, en los dirigentes, pero también en la masa.
El arma de la guerra de nueva dimensión penetra en el pensamiento revolucionario y confunde los objetivos. Instala allí unos mecanismos que actúan a la hora de las decisiones principales. Éstos, en los momentos decisivos, alivian las tensiones, los miedos, evitan los enfrentamientos, justifican los repliegues. Proporciona argumentos para atacar a quien se oponga a este giro hacia el pasado. El arma de la nueva dimensión crea “norealidades”, inventa crisis, instala en la masa la convicción de que no se puede, de que hay que convivir con el monstruo. Quien esto escriba, quien esto piense, gana premios, sale en televisión; quien cuestione la entrega es silenciado.
El arma ideológica cambia las simpatías en el campo revolucionario, los atacados cambian sus amores, ven a los capitalistas con otros ojos, a través de cristales rosaditos, ahora no son malos, los perversos son los "dinosaurios" que persisten en ser "puros", en no ser pragmáticos.
Revoluciones, como la Soviética, que han resistido guerras terribles, asedios históricos como el sitio a Leningrado, que a costa de millones de muertos detuvo al nazismo, esa Revolución inmensa, ejemplo para el mundo, no resistió el embate del arma de la dimensión ideológica y cayó en brazos del capitalismo sin disparar un tiro.
¿Cómo defenderse de esta arma?
Lo primero es entender su mecanismo de acción: actúa desde adentro mismo de la Revolución y en el universo teórico, espiritual. Esto nos indica que es el estudio, la discusión, la labor intelectual importantes adargas contra esta arma. La discusión debe ser sagrada en una Revolución. Las ideas, sobre todo las no gratas a los gobernantes, deben ser intocables, refutadas con ideas, así se construye la vía que nos lleve a la verdad, que señala el camino. La persecución por razones ideológicas es suicida.
El otro escudo, igual de importante es el ético. La nueva arma intenta sembrar, potenciar, valores propios del capitalismo: la salida individual, el egoísmo, la competencia, minar las bases de la conciencia social, entonces, es allí que la Revolución debe enfrentarla.
Cuando los gobernantes dan ejemplos que estimulan estos valores están potenciando esta arma y debilitando el campo revolucionario. Cuando la Revolución anula la discusión, desprecia la labor intelectual que cuestiona, y toma el fácil camino de cubrirse con lisonjas, o aprobación fácil, está empedrando el camino de su propia destrucción. Cuando estimula la economía capitalista, está fortaleciendo el arma del enemigo. Las fábricas de propiedad social, pero que funcionan como unidades autónomas, cumplen el papel de minar los valores socialistas, estimulan una especie de egoísmo colectivo.