Entre la clase de argumentaciones que frecuentemente solemos escuchar en determinados ambientes, especialmente en aquellos vinculados al mundo de las ideas y las pasiones revolucionarias, destaca esa que pretende razonar (y justificar) las tremendas distancias que ahora efectivamente separan a la sociedad venezolana y su correlativa revolución bolivariana respecto al prometido e incumplido Socialismo del Siglo XXI, en base a expresos estatutos de ausencia.
Los razonamientos colocados ordinariamente en cuestión para admitir el porqué tal clase de nuevo socialismo no llega a tener ahora rostro y figura visible en Venezuela, giran más o menos sobre los siguientes sintagmas: a. Nuestra revolución y nuestro socialismo son o han de ser inéditos, luego no están mapeados en ningún texto revolucionario. b. Al ser inéditos, ellos sólo han de cabalgar sobre la máxima de Simón Rodríguez: "Inventamos o erramos". c. Dicho socialismo es un "proceso largo", no es una sociedad para verla edificada ya, por lo tanto, d. Lo más que nosotros podemos hacer en el aquí y ahora es generar sus condiciones de posibilidad, esto es, asegurar su transición.
Respecto a las dos primeras justificaciones de ausencia vamos así mismo, casi en paralelo, leyendo y escuchando, especialmente dentro de las élites que comandan la revolución bolivariana (los "timoneles"), digestivos intelectivos del tipo: a. Nuestro socialismo es raizal, sus faros cerebrales se encuentran sembrados originariamente en los pensamientos de Simón Bolívar, de Simón Rodríguez, de Ezequiel Zamora, del Ché Guevara, de Marx, de Lenín y toda esa suerte de destacados utopistas revolucionarios/humanistas que ha venido conocido la humanidad (incluyendo a Jesucristo).
Es obvio que al declarar al Socialismo del Siglo XXI como gesta sociopolítica y cultural novísima, estamos admitiendo que tal trama de sentido no tiene a la fecha actual vitrina histórica alguna en donde poder contrastarse, postulándose tal socialismo (por rebote) como una sociedad totalmente imaginada, en deseos de construcción, carente tanto de acumulados experienciales como de bibliotecas teóricas e intelectuales cualesquiera.
Al pensarse como virgen, dicho imaginario revolucionario estaría cargado de ausencias fuertes, extrañado de historia y tradición, obteniendo su vitalidad y fuerza exclusivamente en el no fundamento y la contingencialidad.
Ahora bien, si admitimos que el Socialismo del Siglo XXI es un postulado de vida societaria huérfano de realidad histórica e intelectual alguna, que él es ahora una pulsión enteramente utópica, por ende "sin lugar", nos preguntamos: ¿No contradice, comete ofensa y "traición" a este argumento aquel otro que, en paralelo, le acompaña, al sostener (vehementemente) que tal marca de apuesta es profundamente raizal, que teje su hechura sobre unas ciertas tradiciones intelectuales, que a su vez ni son cualquiera ni mucho menos identitarias en sí mismas?
¿Nuestro socialismo por venir lo inventamos de verdad o admitimos que ya, en lo sustantivo, tenemos para ello y para él unas basas intelectivas y experienciales bien sólidas y fundamentadas, todas unas "estatuas" de pensamiento y experiencias en las cuales cualquier otra-s no entrarían tan fácilmente?
¿Cómo es que al Socialismo del Siglo XXI se le endosa, casi festivamente, una potente y sugestiva condición de socialismo inédito, queriendo con tal lingüicismo tomar expresa distancia de aquel (socialismo) autoritario y despótico que se pensara y edificara entre los siglos XIX y XX, y luego se in-forma que él mismo está visiblemente cartografiado en las máximas, proclamas, pragmáticas, espéculos y teorías labradas por una cierta clase de hombres/pensamientos y culturas, en su gran mayoría hijos ilustres e ilustrados en una cierta modernidad europea? (Ni Marx ni Lenin conocieron a Choroní).
En ningún caso se trata que aquí le endilguemos "pecado", "ausencia de vergüenza" o "delito" alguno a una clase de revolución o pensamiento revolucionario que procure recuperar y hacer suyas ("pastichar") tradiciones e intelecciones significativas y críticas determinadas, venidas desde cualquier lugar del orbe/urbe, a cambio si nos importa señalar las caras y costosas traiciones, con arreglo a pagar unos costos importantes, cometidas por un pensamiento y un proyecto revolucionario puntual, cuando queriendo ser intelectivamente originario y "limpio", inmediatamente se reviste con trajes, cuerpos y fundamentos experienciales y cognitivos sólidos, muy sólidos, lindando éstos en algunas oportunidades con lo profundamente despótico y autoritario, hecho que, como es de esperar, desnaturaliza profundamente su ruta de sentido pretendidamente inmaculada que intenta vender y diseminar.
Generalmente, cuando los viajes lo hacemos mezclando "cartas" y "mapas" que en sí mismos se repelen y anulan, es de esperar que "el pueblo" o "puerto" tan ansiosamente buscado (por la revolución) no termine de aparecer-nos por ninguna parte, con los consecuentes costos que tan atrevida gesta invitacional nos impone.
De pasada, nos preguntamos (con derecho) ¿Hasta qué punto las rutas de sentido de un Jesucristo, un Simón Rodríguez, un Bolívar, un Zamora, un "Che" Guevara, un Marx o un Lenin tenían en común el mismo "puerto" de arribo?
¿En verdad se pueden hacer licuaciones intelectivas, políticas y culturales entre, por ejemplo, lo pensado por Marx y nuestro cacique Guaicaipuro? ¿Hasta qué punto son mezclables la piedad de Cristo, la justicia revolucionaria de Guevara y la dictadura del proletariado de Marx?
Por lo demás, bien sabemos que las empresas del tipo "inéditas" u "originales" comportan de entrada un pequeño defecto arquitectónico de fábrica, cual es el de entregar como obra final aquello que ya no es "inédito" ni "original".
_______________________________
Edgar Balaguera. [email protected]