"Promover la cooperación pacífica
entre las naciones e impulsar y consolidar la integración de América Latina de
acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los
pueblos."
Preámbulo
de
Integrarse:
¿para qué?
¡Hacia la integración de
nuestros pueblos! Será un viaje a la autodeterminación, y nosotros debemos
responsabilizarnos del viaje, empujándonos a nosotros mismos. La suave brisa
del socialismo nos ayudará a navegar a sotavento.
Desde el momento en que
el tiempo no era nuevo ni viejo, puesto que no había referencias para medirlo,
la sociedad humana ha debido confrontar la dicotomía
integración-desintegración. Dice
Viene al caso la referencia
porque a estas alturas de los tiempos el presidente de los Estados Unidos, George
Bush, cual dios del Universo pero con propósitos no sólo distintos sino
contrarios a lo que el Dios bíblico pudo tener -según las sagradas escrituras
al menos- pretende dividir a todos los pueblos del plantea para imponerles los
intereses de la derecha ultramontana de su país, es decir: de los grandes
monopolios capitalistas que dirigen la marcha de la humanidad.
En el mundo, y en particular en América
Latina, es imprescindible desaprender la historia y abordar la construcción de
una entidad social que integre a los dispersos descendientes de Noé. Es
evidente que aquí se patentiza un problema de identidad que a todas luces debe
ser superado.
El hecho de poder, o no, integrarnos en
torno a una entidad socio-política nos plantea también un problema ético,
puesto que la ética es la que determina el modo en que nos comportamos frente a
la toma de decisiones. Cada quien asume su ética; lo que pasa es que la ética
desintegradora y conservadora no puede justificarse desde el punto de vista de
la solidaridad; sólo se justifica desde el punto de vista del darwinismo social.
En cambio, la ética de la integración de los pueblos es la ética de la
solidaridad humanística y creadora, única manera de preservar la humanidad.
La integración de los
pueblos de América Latina también representa un dilema moral, ya que se trata
de una disposición para emprender una acción, o para seguir el camino de la
desintegración. Es claramente observable que la legalidad del contexto
internacional está seriamente averiada y constituye un obstáculo para nuestra
integración. Y obviamente hay poderes que buscan la no-integración.
La paz del mundo nos
beneficia a todos puesto que acelera el desarrollo económico, social y
político. Si en un país hay justicia social, eso es paz; en cambio, el
imperialismo atiza incesante las contradicciones y diferencias de los pueblos
con la deliberada finalidad de acentuar las rivalidades para alimentar la
industria de la guerra y para seguir imponiendo sus mandatos sobre totalidades
desorganizadas. "Divide y reinarás".
Hay que usar el gran potencial de la
información con fines pacíficos y en forma democrática. En esta confrontación
del imperio contra los pueblos cada bando tiene su propio lenguaje y sus
propias armas. Nosotros, como pueblos del Tercer Mundo, históricamente
sojuzgados pero ávidos de construir nuestro propio destino, de edificar otro
mundo no sólo posible sino imprescindible, tenemos como arma de vital importancia
en este combate la integración.
Para integrarnos debemos
desaprender las tergiversadas pautas culturales aprendidas en mala hora, tales
como el egoísmo y el patrioterismo, el chauvinismo inconducente, evitando que
se propaguen de un sistema social a otro. Dicho de manera distinta: para
integrarnos es necesario depurar malas costumbres y construir una nueva
cultura.
Afortunadamente la
cultura no es una manifestaron genética, por lo que puede ser aprendida o
desaprendida. Cualquiera de nosotros puede aprender un idioma, pilotear un
avión, adquirir una manera de comportarse, tejer una manta indígena, tocar el
bandoneón, manejar un torno, remar a sotavento, remar a barlovento, tomarse un
tequila, masticar la hoja de coca o bailar un tango. Esas son posibilidades de
la integración.
Los gravísimos problemas
sociales que nos aquejan tan directamente a diario en nuestra región se erigen
en obstáculos para propiciar un clima integrador. A ese respecto consideramos
que deben buscarse modos de organización de los sistemas sociales y avanzar en
su perfeccionamiento. A los pueblos hambrientos y enfermos no se les puede
cantar poesías; no, al menos, mientras pasan hambre. Hay que proporcionárseles primariamente
alternativas alimentarias y de salud eficaces pero, al mismo tiempo y de manera
determinante, educación. Gracias a la educación, en una estrategia de
transformación política, es como pueden empezar a resolverse los problemas
cruciales. Y educación quiere decir aquí: instrumentos para enfrentar la vida,
fortalecimiento ideológico, apertura mental. No puede haber revolución si no
hay revolución cultural. Es necesario, por tanto, es imperioso crear el
"hombre nuevo", como se decía décadas atrás; agregaríamos, para no
caer en la soberbia machista de identificar "hombre" con humanidad: crear
hombre y mujer nuevos.
La
integración como arma revolucionaria
La educación popular es
un requisito sin el cual no puede darse la integración, y para eso tenemos que
indagar a fondo acerca del conocimiento y del pensamiento, sus alcances y sus
posibilidades.
Asumir la integración
implica estar dispuestos a la armonía de las diferencias, e inclusive a la
armonía de las contradicciones porque, obviamente, la cultura incaica difiere
de la cultura cubana, el carnaval de Brasil no se parece al de las Malvinas
Argentinas. Y ninguna de estas manifestaciones vale más que otra, es mejor que
otra.
El debate abierto
permite a los pueblos avanzar mucho en la interpretación de las definiciones y
en la toma de conciencia. El individuo conciente tiene siempre andado más de la
mitad del camino hacia el logro; de ahí que el debate acerca de la integración
de los latinoamericanos, tanto como el debate acerca del socialismo del siglo
XXI, además de ser pertinente, es impostergable, dado que el imperialismo estadounidense
tiene siempre las fauces abiertas y en lo que considera su "patio
trasero" no tolera insolencias.
Pero hay un nuevo tiempo
en marcha; otro tiempo, viejo, se está quedando atrás. De eso se trata: hay una
brecha que el nuevo tiempo tiene que subsanar, mientras la vieja pero todavía
vigente relación que determinadas élites cipayas tienen con el poder político y
económico sigue estando latente.
¿Por qué todavía tiene
fuerza esa postura que lucha contra la integración de los pueblos? Sencillamente
porque los grupos que la adversan derivan en mucho de la estrategia
imperialista estadounidense que manipula al mundo y que no desea un proceso
integracionista. Una América Latina unida descuadra el proyecto de hegemonía de
Washington; de ahí que cualquier intento que apunte hacia ella -tal como ahora
está comenzando a suceder- prende las alarmas en la política hemisférica de
América Latina está
vacía de integración; por el contrario, hasta ahora ha prevalecido la
desintegración, y en ello han jugado -y continúan jugando- un papel de suma
importancia mecanismos que, más allá de una supuesta fachada de unión (
Si se está vacío es
porque falta algo, pero la capacidad de un molde nunca depende de que esté
lleno o vacío, sino de las dimensiones físicas que posea.
América Latina es
inmensa; inmensa en todo, y más aún en valores. Sus indígenas, sus blancos, sus
negros, sus mulatos, sus mestizos, todos tienen la capacidad absoluta de
acceder a una conciencia revolucionaria; esa es la primera y gran riqueza de
nosotros.
Pero para desarrollar esa inmensa riqueza
necesitamos un instrumento que no es más que una educación de descolonización.
La sociedad
latinoamericana clama por un cambio. Existe entre nosotros un contraste radical:
países ricos en recursos con pueblos extremadamente pobres. Es, de hecho, la
región de todo el planeta donde las diferencias entre ricos y pobres son más
notorias, más escandalosas. Nosotros, que padecemos en carne viva esa
situación, podemos esgrimir las más diversas interpretaciones del porque, pero
ciertamente mientras una parafernalia de millones se nos mete por los ojos
desde las pantallas de televisión, las necesidades de los pueblos son cada día
mayores, lo cual demanda cambios inaplazables. Existe un mal que debemos curar,
pero para ello hay que hacer un acertado diagnóstico de la enfermedad, de sus causas,
de los mecanismos que la perpetúan y determinar cómo se puede sanear.
Para el imperio del
Norte, nuestro mal no es su problema sino todo lo contrario. La finalidad del
capitalismo es globalizar su búsqueda desesperada de ganancia económica a
partir de la pobreza de nuestros pueblos, por lo que estamos obligados a
defendernos; y nada mejor por nuestra parte que tratar de globalizar el
bienestar de todos. Si a eso se le llama socialismo, pues llamémosle
socialismo. Si todavía persiste la duda con respecto al socialismo soviético,
entonces digámosle "socialismo verdadero", o simplemente "socialismo
del siglo XXI" y emprendamos el debate palmo a palmo en todas partes, ya
que si un pueblo analfabeta y trabajador desconoce la economía política, cómo
se produce y se apropia la riqueza, cómo funciona el poder, no podrá debatir
apropiadamente, ni mucho menos construir, un camino para crear nuevas formas de
poder político que organicen la economía para ponerla al servicio de la
justicia social.
La riqueza fundamental de todo país es el
trabajo de sus hombres y mujeres, y consecuentemente la capacidad de producir los
bienes y servicios que su trabajo genere. Tal riqueza está complementada con lo
que hay en el subsuelo en forma de minerales, petróleo, calidad de la tierra,
el agua y otras existencias; elementos todos que coadyuvan la capacidad humana,
pero no la pueden sustituir; de tal manera que un país puede ser muy rico por
la capacidad de trabajo de sus hombres aunque tenga en su territorio escasas
riquezas naturales. También puede suceder lo contrario: países pobres a pesar
de sus enormes riquezas naturales.
Los diferentes usos que
cada país hace de su territorio es lo que determina los procesos de
organización de las unidades económicas en estructuras en las que la
producción, transformación, distribución y consumo de bienes y servicios estén
armonizados.
La integración que
divisamos a sotavento es tal que cada país sea un contexto o una totalidad en
la cual los elementos de la producción se encuentren distribuidos según una
organización de conjunto al servicio de la sociedad y en la que se desarrollen
las actividades de los trabajadores.
La derecha
estadounidense inventó el "panamericanismo" como una postulación
anexionista muy perversa. Anexionismo es absolutamente contrario a integración.
En aquél priva la visión capitalista donde el poderoso le pone la pata en el
pescuezo al débil, mientras que en la integración, tal como se concibe desde el
punto de vista socialista, se trata de complementar las fuerzas para que cada
país pueda superar sus debilidades con la ayuda de todos. Integración va de la
mano de solidaridad.
El anexionismo está
apuntalado por la concepción neoliberal, cuyo efecto más pernicioso es la
desintegración de la cultura del territorio anexado y su integración a la
cultura dominante. La ocupación imperialista y neoliberal de cualquier país
está relacionada con la potencialidad y la posibilidad de explotación y saqueo
del territorio ocupado.
La integración de los pueblos no es más
que una comunión en la diversidad; es ayudarnos mutuamente para evitar
precipitarnos a ese penoso fin hacia el cual el neoliberalismo explotador
pretende conducirnos.
La integración que
visualizamos en el plano de las alianzas políticas, económicas y sociales debe tener
como aliado fundamental una educación descolonizadora.
Es necesario comenzar a
darnos cuenta de lo antinatural de los métodos educativos que han sido
aplicados hasta ahora en el marco de nuestras sociedades. El tratamiento
científico de los problemas de la educación y sus consecuentes descubrimientos
de vanguardia son desafíos para optimizar el aprendizaje.
Para el viejo criterio
educativo "estar en lo cierto" era más importante que mantenerse
impugnador, abierto, en proceso. Las modernas técnicas investigativas al
respecto han demostrado que la única manera de construir una sociedad nueva
consiste en cambiar la educación que se imparte a las nuevas generaciones, ya
que la vieja escuela del viejo tiempo del viejo colonialismo pervive
burocratizada, a tal punto que quienes pretendan introducir cambios encuentran
una terca barrera de obstáculos.
La educación privada y
elitista, mayormente punta de lanza del neoliberalismo, ha estado inalterada
desde la colonia española hasta el presente por encima de los pueblos, no
siendo seguro tampoco que ofrezca mayores ventajas que la educación pública. La
educación ha sido una cuestión de oferta y demanda; es decir: de libre mercado.
Tal problemática gravita de alguna manera dentro de la vieja estructura
estática donde la psicología del desarrollo sólo puede entrar a escondidas,
disimuladamente.
El enfoque erróneo de
los problemas de la educación convencional determina que ésta haya fracasado a
la hora de enseñar habilidades básicas y fomentar la estimación de muchos
valores fundamentales, entre ellos la solidaridad; de ahí que el nuevo tiempo
en marcha y a favor de millones de personas en proceso de transformación
personal tiene que motorizar nuevas concepciones, nueva conciencia que haga
posible socializar y humanizar una escuela caduca, no apropiada para una nueva
realidad.
En el momento de la
independencia de la corona española, hacia inicios del siglo XIX, fueron varios
los visionarios americanos que establecieron como condición necesaria para el
desarrollo de los nuevos países su unión en tanto bloque homogéneo. Ese fue el
sueño de Simón Bolívar entre el Caribe y los Andes, de José de San Martín en el
Cono Sur, de Francisco Morazán en Centroamérica. Pero ya desde aquel entonces
las fuerzas divisionistas de los imperios dominantes -Gran Bretaña cuando la
independencia, Estados Unidos hacia fines del 800 y durante todo el siglo XX- actuaron
en contra de la propuesta de integración.
Cayendo bajo la máxima
de "divide y reinarás" impuesta por las potencias extraterritoriales,
la unión latinoamericana fue siempre un sueño olvidado. Debieron pasar casi 200
años para que, entrado ya el siglo XXI, el proyecto integrador pudiera comenzar
a despertar.
Un punto que puede mostrar la viabilidad y
necesidad de la integración es el tema del agua. Sabido es que nuestra región
tiene las reservas de agua dulce más grande del planeta. Agua: bien natural que
-dado los modelos de desarrollo irracionales e insostenibles promovidos por el
capitalismo- cada vez se hace más escaso. Como un paso de sobrevivencia de
nuestra especie aparece entonces el cuidado racional del agua. Socializar el
agua no es un prejuicio moral ni político. El agua es un recurso vital para la
existencia, soporte cultural fundamental de las sociedades, y en consecuencia
debe ser considerada como algo muy serio en la planificación de los desarrollos
económicos, sociales y políticos, no sólo del Sur, sino además de cualquier
parte del mundo. La carencia de agua en cualquier región es una calamidad
humana, es una emergencia que debe ser resuelta con la cooperación de todos. ¿Es
posible permitir hoy que las potencias dominantes lleguen a robar el agua de
nuestro continente como antes robaron el oro y la plata, el azúcar o el
petróleo?
Entre otras cosas, entonces, debemos voltear los
ojos hacia el agua si queremos integrar a América Latina. Debemos, en el nuevo
socialismo que se está gestando, rescatar la majestad del agua y garantizar su
uso para el consumo potable, para el riego agrícola, para evitar inundaciones, para
la navegación, para la vida y jamás permitir -como lo pretende el capitalismo
todo y la potencia imperial en especial en nuestro hemisferio- que este vital
elemento se transforme en una mercadería más.
Hacia
la verdadera integración continental
Más allá de
declamaciones retóricas -de las que la historia latinoamericana está plagada-
ahora pareciera posible comenzar a plantearse con seriedad la integración, una
verdadera y efectiva integración.
Intentos unionistas ha
habido muchos, desde los primeros de los líderes independentistas a principios
del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX:
En esa lógica
integracionista surge ahora la propuesta de
"Después de medio milenio de saqueo de los recursos naturales del
subcontinente americano por parte de las potencias coloniales y neocoloniales" dice en sus
considerandos la "Declaración del Cuzco sobre
Sin dudas la integración
del área latinoamericana, desde el río Bravo por el norte hasta
Entre otros puntos
positivos en la propuesta integracionista es importante destacar también la
homogeneidad cultural, idiomática, religiosa e histórica de la región. La casi
totalidad absoluta de sus habitantes se entiende básicamente en dos lenguas
mutuamente inteligibles como son el español y el portugués y practica
mayoritariamente la religión católica. No hay en su historia reciente heridas
debido a guerras interestatales (como es el caso de Europa o de Africa), y
similares problemáticas cotidianas son comunes a todos sus pueblos. Todos esos
son puntos favorables a la integración, y de los latinoamericanos depende que
los sepamos aprovechar.
Hoy día, en un mundo
globalizado con desafíos cada vez más grandes en lo económico, en lo científico
y en lo tecnológico, en una sociedad mundial regida cada vez más por la
información y el conocimiento de vanguardia, y en el marco del aún dominante
sistema capitalista, las posibilidades de crecimiento y desarrollo como país
independiente parecen ya imposibles. Ante ello se torna imprescindible entonces
el impulso de bloques de naciones. Estamos quizá ante el comienzo del fin de la
idea de Estado-nación moderno, surgida en los albores del mundo post
renacentista con un capitalismo naciente. Hoy la historia se juega en términos de
bloques, de grandes bloques de poder económico-científico-político. Es por ello
imperioso reconocernos en Latinoamérica como un gran bloque con historia común,
y sin dudas también con un destino común.
Tangencialmente esto nos
lleva a otro planteo, revisando las experiencias desarrolladas en el pasado
siglo: ¿es posible el socialismo en un solo país? El debate está abierto, pero
desde ya podríamos anticipar que esa posibilidad no se ve muy viable. Por tanto
es imperioso plantear el tema de la integración en tanto naciones, y más aún:
la integración a partir del nuevo socialismo que está surgiendo.
Que América Latina es un
bloque no es ninguna novedad; nuestra historia se ha desarrollado más o menos
bastante igual en todos los países desde que existe como unidad etno-histórica
y lingüístico-cultural identificable, a partir de la llegada europea por estas
tierras hace ya más de cinco siglos: toda la región fue materia prima a
explotar para la capitalización de la naciente industria del Viejo Mundo, todas
las civilizaciones tradicionales fueron igualmente sometidas por la brutalidad
del "hombre blanco". Más o menos similares fueron las historias
corridas por estos nuevos pueblos creados a partir de la llegada europea: todos
fueron colonias, todos se conformaron con la mezcla de "blancos" e
"indios" (y con la incorporación de "negros" esclavos
traídos desde el Africa); en todos se amalgamaron estas distintas etnias dando
un mosaico cultural bastante similar; todos se "independizaron" al
mismo tiempo del yugo ibérico; todos cayeron igualmente bajo la dominación
financiera británica; todos fueron luego reconquistados por el imperialismo
estadounidense. Al mismo tiempo y más o menos de la misma manera todos sufrieron
gobiernos dictatoriales impuestos desde Washington y se vieron envueltos en
deudas externas ficticias creadas por los mismos poderes internacionales hacia
las últimas décadas del pasado siglo. Todos llegaron a las
"democracias" actuales siguiendo un guión casi similar dictado por
los mismos ideólogos de Washington. En todos los países se tejieron similares
inequidades: mayorías famélicas y eternamente reprimidas junto a aristocracias vendepatrias.
En todos los países la virtual casa de gobierno ha sido (y sigue siendo) "
Si es cierto que
"la unión hace la fuerza", este es el momento de demostrarlo.
Separados, fragmentados, desunidos, los pueblos de la región seguiremos siendo
presa de las estrategias divisionistas del imperio; unidos podrán comenzar a
cerrar las "venas abiertas de América Latina".
Hoy día por todo el
continente no sólo soplan nuevos vientos de integración sino que comienza a
soplar -de momento como tenue brisa- un nuevo aire socialista. Luego de años de
"fin de la historia" y forzado neoliberalismo "más allá de las
ideologías", renacen esperanzas adormecidas por años. Vuelve a hablarse de
socialismo, de antiimperialismo, de Patria Grande.
Entendido en esa lógica
puede decirse que "nuestro norte es el Sur". Y ahí están, para
demostrarlo, los importantes pasos que comienzan a darse al respecto: la integración
energética con Petrocaribe y Petrosur, la integración en la comunicación con el
canal televisivo Telesur, la idea de un ALBA -Area de Libre Comercio para las
Américas- como algo posible, un MERCOSUR que puede ir más allá de intercambios
comerciales, la idea de una Universidad del Sur, de unas Fuerzas Armadas del
Sur. Es decir: movimientos concretos que nos acercan y nos unen contra la
estrategia hemisférica del imperio de recolonización.