Si el ensamble y funcionamiento de las transnacionales del petróleo en la faja del Orinoco sigue su propio ritmo de procesamiento industrial y comercial, con el que se presentan en el mercado mundial, significa que el Estado venezolano ha perdido el control de parte importante de ese proceso productivo energético y para poder competir con estos comerciantes e industriales del petróleo que usan el dólar y los precios del mercado mundial para desarrollar su actividad explotadora, se ve obligado a financiar una industria nacional en pañales y que de ribete está en manos de una oligarquía que en vez de ayudar, está empeñada en crear el caos económico y social.
Pero, para que la joven industria venezolana pueda mostrar su valor en el mercado mundial, tiene que enfrentar el bloqueo norteamericano y de las oligarquías internacionales de tal manera que la industrialización se queda casi en proyecto.
¡Cuántas fuerzas cuesta todo ese conflicto, cuánto dinero y tiempo se pierde en esos restregones!
De ahí se ve que las aspiraciones de una patria socialista están amarradas a una base muy material. No es el deseo inmediato de los negocios, ni de los planes de conciliación social del gobierno o de “profundización del socialismo”.
Para barrer toda esa basura que obstruye el desarrollo del socialismo y sus relaciones internacionales, la unidad nacional se convierte en una necesidad económica. Es por ello que la oligarquía y el imperialismo le apuestan a mantener la crisis económica.
Por eso, la unidad venezolana no es precisamente venezolana. Desde el triunfo de Chávez y de la izquierda latinoamericana, los asuntos de interés nacional se ven influenciados por esta integración que se busca: CELAC, ALBA, PETRO CARIBE, UNASUR…Solamente desde esta perspectiva Venezuela afianzará su unidad, su potencia y sus recursos.
Ahora bien ¿Cómo aglutinar todas las fuerzas de la nación y de la izquierda latinoamericana? Es la tarea. Quedan los siguientes caminos abiertos:
El primer camino es el de la revolución latinoamericana. Junto a Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, Fidel Castro, Daniel Ortega, Sánchez Cerén, Cristina Fernández y sus pueblos. Solamente con la unidad revolucionaria latinoamericana se puede hacer añicos todo el poder de los imperialistas y las oligarquías. Hacer que los pueblos se encuentren en estado de revolución da un impulso al derrocamiento de las políticas intervencionistas y de bloqueo.
El segundo camino es el de buscar la unificación bajo la hegemonía de la burguesía y pequeña burguesía. Los oligarcas verían con agrado conservar sus privilegios políticos y económicos. Estarían felices si se deja intacto su dinero, sus posesiones y verían la integración como el conjunto de nuevos clientes que se podrían adjudicar gracias a la política del Estado. Se aprovechan el ablandamiento de las tarifas aduanales.
Esta política aseguraría al “país” contra todo movimiento político, asegurando que Venezuela permanezca al margen de las revoluciones. La política de gran potencia capitalista alentada por la burguesía está en el fondo de estas posiciones. Por lo demás, todo eso no se hace en virtud preferencial sino, que los oligarcas ven a Maduro como el mal menor, para ser admitidos en la política de industrialización y en los mercados que Venezuela estableció con la política socialista. La política de industrialización la asumen con negligencia pero en el diálogo con el gobierno, en el papel la aceptan a regañadientes.
En pocas palabras, la burguesía no se hace ilusiones con Maduro, ni con los más destacados chavistas del gobierno acerca de la bondad de la política de industrialización gubernamental. Porque se han dado cuenta que los obreros, los empleados y los campesinos, con la orientación socialista están poco a poco despertando y asumiendo su naturaleza revolucionaria. No son trabajadores aislados, son la clase que ha mantenido en el poder a la burguesía, a la pequeña burguesía y que está presentando ya, reivindicaciones incompatibles con el capitalismo.
¿Qué gobierno será capaz de cumplirlas?