El día cinco de febrero de 1992, todas y todos éramos diferentes. No se habían completado las primeras 24 horas del pronunciamiento del teniente coronel Hugo Chávez, al momento de su rendición y el llamado a sus compañeros de armas para “evitar más derramamiento de sangre” y nos sentíamos diferentes. Lo éramos. Acababa de ocurrir un hecho histórico que reiteraba con mayor contundencia el predecesor de la Comuna de Caracas, ocurrido el 27 de febrero de 1989 y los días posteriores.
Una rebelión popular que la mediática del sistema dominante confundió con un “golpe de Estado” más en una América de inestabilidades políticas y militares al servicio de confusos intereses siempre a favor de la burguesía y el imperio estadounidense. Pero no. Una Rebelión Popular para la que militares y civiles se habían organizado en torno a la fuerza demoledora del pueblo que se pronunció críticamente, exponiendo sus vidas en las calles, a partir del 27 de febrero de 1989. Una Rebelión Popular y un líder con arraigo de clase trabajadora y campesina, con voz de mando y rango de teniente coronel en las filas del mismo ejército de Simón Bolívar, el auténtico, el que jamás claudicó en 200 años de lucha por la independencia definitiva, pero penetrado por las circunstancias y seducido por quienes preferían verlo prestando servicio “en el jardín de un general” y apuntando sus armas contra sus hermanos de clase, en vez de “volcarlas contra el oligarca”, tal como lo cantaba el proclamador de verdades y estimulador de auroras, Alí Primera.
El día después ya todas y todos los patriotas lo sabíamos, las y los inconformes, los depauperados, los arrinconados en la orilla de todas las miserias y exclusiones, los desempleados y sin cupo, los de la perrarina servida en el descascarado plato de peltre y de los teteros servidos tibios para los lactantes con aguas turbias de sancochar granos sin tener más nada que lactar, los de la mengua y el llanto a las puertas de hospitales que la privatización de la salud había convertido en acentos de abandono para todas y todos los heridos de pobreza y muerte.
El día después todo el sueño por lo vital de un nuevo mundo posible se iluminaba con la inconfundible clarinada del Por ahora de “vendrán tiempos mejores” y es el momento de construirlo, pronunciado con la voz serena pero firme y trascendental del Comandante Hugo Chávez, desde su trinchera, el Cuartel de la Montaña en la colina caraqueña donde sigue resguardando el futuro socialista de esta revolución que se sigue haciendo cada día por las y los convencidos de que el día después ha llegado, el de la inclusión y la mayor suma de felicidad que prefiguró Bolívar y por la que el Libertador Chávez también dejó su vida.