Para concluir esta serie de “Gobierno Popular” que como Asamblea de Militantes esperamos poder establecer como punto de debate estratégico con todo el vasto movimiento autogobernante que ha podido desplegarse a lo largo del territorio nacional, hagamos la última pregunta: ¿aunque sea para iniciar el recorrido nacionalmente, será posible acabar con esa nefasta maquinaria rentista que por casi un siglo ha “dehuesado” este país?
El Estado Mágico de Cabrujas y Coronil
Ya en un breve artículo Cabrujas lo dibujaba el los términos de : “El estado es un brujo magnánimo, el petróleo es fantántico y por tanto induce a los “fantasioso”....la Gran Venezuela de Pérez no era un presidente. Era un mago.”...Punto de partida para que Gustavo Coronil reconstruyera todo lo que ha sido la historia “fantasiosa” del “Estado Mágico” (nombre de su obra) desde Gómez hasta Chávez, asumiendo que no solo somos hijos de un imperialismo que se tomó el mundo en una relación de explotación trabajo-capital que le permitió monopolizar elmecado, de acuerdo a las premisas marxistas. Somos igualmente el fruto de una repartición territorial global en donde la naturaleza y sus derivados -el petróleo en nuestro caso- son el punto de apoyo para nosotros mirarnos en esa expansión descomunal de capitalismo y el papel fundamental de lo que ha sido el papel de la lucha por la apropiación de la naturaleza, de las culturas y las conciencias humanas.
Lo cierto es que el Estado en nuestro caso, como agente rentista y tenedor primario de la renta del subsuelo (capitalista primario sobretodo desde la nacionalización del petróleo) que se ha repartido con las transnacionales, ha hecho del extractivismo no solo una economía sino una cultura del poder. El Estado esta por encima de todas las cosas (el Estado y Nicolás Maduro en este caso determinarán como decíamos en el punto sobre los fundamentos de Gobierno Popular, si somos o no capaces de tomar como trabajadores las riendas de la economía, como no es así -así lo determinó su conciencia- lo hará él, el Estado y detrás de “El” los grandes expropiadores privados de la renta del subsuelo, dueños a su vez de la economía).
El Estado aparece como mágico y magnánimo en su versión democrática, militarista o socialista. Agente de determinación de todo cuanto nos toca hacer y definir en nuestro destino común de nación. No es solo un el gerente de un renta fiscal, el típico Estado burgués, el consejo superior de poder de las clases dominantes según Marx, que fascista o democrático según estén las condiciones de quienes se disciplinan o insubordinan a esa relación de dominoo, es también el padre despótico que lo tiene todo, lo hace todo y lo define todo. Y mas concretamente, el gobierno de Estado, un típico agente bonapartista que gobernará lo que ni la burguesía ni el pueblo están en capacidad supuestamente de hacer por su debilidad respectiva. Desde el último Gómez hasta Diosdao Cabello son personajes síntesis de esa típica gobernabilidad del Estado mágico mágico y rentista: el gobierno (y el sistema de partidos que maneja) es una corporación burocrática de poder en manos del grupito que lo toma en nombre de toda la nación.
El proyecto chavista reconociendo una realidad que ya uno de sus progenitores originales Kleber Ramírez, muchos años antes de Coronil había ubicado este dilema, nombrándolo como esquema de la IV República, propuso la construcción de una “V República”, rompería esta tragedia con “Ciencia, Trabajo y Dignidad”. De allí en adelante se genera todo el discurso soberanista, participacionista y finalmente socialista del chavismo, sustentándose en la inmensa experiencia de lucha del movimiento popular y su articulación desde los años ochenta como poder popular. 16 años después de la toma del poder podemos decir que estamos ante un desastre, no solo ha sido imposible la democracia y el socialismo prometido sino que ese “Estado magnánimo”, mágico y rentista, es hoy una máquina de desfalco nacional en favor de los viejos grupitos de poder y de los nuevos agentes privados que privilegia.
El desarrollo productivo socializante y no estatizante que una tierra y cuidad superando las relaciones de explotación capitalista, una cultura política que desconcentre todo el poder del Estado y lo vierta sobre los espacios de participación de base, la equidad en el reparto de la riqueza, la reconstrucción de una verdadera institucionalidad de servicios, educación, salud conducida desde el poder popular, el desbaratamiento de todo el andamiaje civil-militar-empresarial que sostenía el “Estado mágico-rentista”, la reubicación de nuestro papel en el mundo como centro de soberanía y democracia profunda, no ha sido posible. A la izquierda y el bloque socio-político que tomó el poder junto a Chávez se la comió el Estado-mago, hasta llevarla hoy en día -lo que quedó de ella en la cúpula de gobierno- a tener que gerenciar un desastre que no pueden superar ya de él están bebiendo los agentes económicos y burocráticos que sostienen el propio gobierno; desfalco abierto de divisas cuyas consecuencias ya llegan a la dolarización ampliada y la hiperinflación. De la inmensa fortaleza que probó tener el chavismo en sus primeros años, hoy en día sus representantes son una casta terriblemente autocrática cada vez mas aislada, no-querida y debilitada.
Dilemas del Gobierno Popular.
Por supuesto no somos los únicos que estamos hablando de esto. Los gritos, las secuelas económicas, salariales, laborales y represivas, respecto a las consecuencias de lo que ha ocurrido, se oyen todos los días, así como las síntesis críticas de pensamiento que lo analizan en todos sus flancos se multiplican. Pero hay un problema de orden político que es un reto muy dilemático. Pareciera que esto no tuviese salida y una nueva insurrección popular, con todo el jacobinismo -vanguardismo del grupo dirigente insurreccional- que esto supone, se ve lejos dado el dominio de los agentes de base. Si no se pudo en los años noventa hoy en día es mucho mas lejana. La protesta, la movilización, la huelga, absolutamente legítimas dada la situación, son duras de emprender ante los chantajes de gobierno y su amarre “yo-revolución, otro contrarevolución”, “el que no este conmigo está contra la revolución”. Eso todavía funciona, mientras el desespero finalmente le gane al desencanto y el miedo. Por tanto, los esquemas políticos tradicionales, y los agentes que se mueven en él, ante una probable victoria de la derecha, se mueven en el mismo campo hacia la opción electoral alternativa, subjetivamente para evitarla, objetivamente para favorecerla. El Polo Patriótico perdió la posibilidad de generar desde sí mismo toda opción disidente y polarizante frente al PSUV, por oportunismo y sumisión de sus actores, pero ya a estas alturas se empiezan a ver los descuartizamientos internos y la disidencia interna -caso de Marea Socialista- buscando futuros propios como alternativas democratizantes de la izquierda chavista. Seguramente vendrán otras.
Digamos de una vez que esa posibilidad es repetir una historia que puede convenir a los intereses grupales pero no le da ninguna salida a la revolución en sí. De hecho la ley electoral esta construida desde una perspectiva absolutamente bipartidista, donde no cabe por ningún lado la representación de minorías. Ambos toletes (Gobierno-oposición) lo aceptaron así para que no exista posibilidad alguna de quiebres y disidencias internas. Un acuerdo tácito que empuja hacia un supuesto bipartidismo oficializado a futuro.
Pero aún así, sea cual sea el argumento que se esgrima desde una posición electoral, más allá de tácticas y conveniencias grupales, o de circunstancias particulares donde regional o localmente tenga sentido entrar a la batalla electoral tradicional, el hecho es que la izquierda histórica en su casi totalidad -incluido este que se anota en lo que desde hace unos buenos años llamamos corriente histórico-social-, ha fracasado desde el poder del Estado. A pesar de la enorme presión de un renovado pensamiento libertario, de base, del poder popular, a la final como izquierda que no terminó de hacer el corte necesario con todo el morral estatista y de ilusiones burocráticas de las “transiciones socialistas” derivadas de la historia perdida del siglo XX, terminó fracasando. El mesianismo, el caudillismo, el patrioterismo militarizado, “el estado mágico” su rentismo y su corrupción, pusieron el resto.
Por tanto si de revolución social hablamos, asumiendo que la gesta del 27 de febrero del 89 marca un hito histórico de suficiente potencia y verdad como para seguir ahondando dentro de una alternativa revolucionaria ligada a esa memoria, al pensamiento y la praxis política que le han seguido todos estos años, el problema fundamental es cómo resolvemos, no “la revolución final”, no el “mundo final de la salvación”, mucho menos un especie de “comunismo en un solo país”, sino una conducción cierta hacia senderos de liberación que todavía siguen planteados. El dilema de lo que hemos llamado “Gobierno Popular” dentro del concepto genérico de “república autogobernante”, ajustada al ejercicio desde abajo de “otra política” (el ejercicio concreto, territorial, organizado y expansivo de la gobernabilidad de la “parte de los sin parte”, del “pueblo en lucha”, fuera del Estado), es el de cómo acometer tareas históricas de liberación desde otro lugar de la política que no es el Estado, estando conscientes que el Estado burgués y su tejido global de hoy, le faltan mucho para deshacerse por completo.
Posiblemente este esquema “para salir de la dependencia y el subdesarrollo”, para “sembrar el petróleo en ruptura con el capitalismo”, mas todo un conjunto de aportes de pensamiento que mucho tienen que ver con los movimientos sociales y su batalla en favor de la descolonización cultural, la ecología, la igualdad de género, el buen vivir, la soberanía tecnológica y alimentaria, el regreso a la tierra, la sociedad comunal, la educación liberadora, la democracia de base, resulten insuficientes. Y no porque sean sean falsos o regresivos, o no suficientes, algunos en su nostalgia neostalinista lo llamarán “anarco-populismos” e insistirán en la gran tarea revolucionaria de los auténticos funcionarios -los viejos comisarios soviéticos- de la burocracia de izquierda. Otros sólo les interesará el desarrollismo tradicional, se quedarán observando el mundo desde el crecimiento económico e industrial y seguirán pensando en resolver la tragedia del desarrollo: pensamientos tecnocráticos de gestión. Mientras que los últimos ilusos ilusos esperarán que el Estado y sus magias le entregarán la libertad.
Consideramos, a la hora de hablar de Gobierno Popular, que todo ello sigue siendo un inmenso morral de angustias y de retos, a los cuales se le pueden sumar cualquier cantidad de temas, cuya resolución, su manera de nombrarlos, abordarlos y lucharlos, es muy poco lo que se ha hecho mientras no se logre romper con la falasia del Estado, de su lógicas de mando (síntesis de la sociedad capitalista y de sus dimensiones delirantes globales) y no se construya y organice una estrategia por fuera del Estado, sin renunciar al poder, es decir, a la construcción de gobierno.
En Venezuela al menos esa alternativa es una necesidad que los hechos y experiencias la imponen. Pareciera que el anarquismo a la final le gana el camino al marxismo. Pero no es así, la desesperación puramente anarquista no les permitió concretar caminos abiertos que lo llevaron a sus propias contradicciones y limitaciones. Más toda la búsqueda libertaria sigue abierta, más allá de ellos y ellas como ideologías, para concretarse en el ejercicio concreto y material del pueblo, en su parte luchadora y consciente, del ejercicio de gobernar su destino colectivo. Esa es, consideramos, la política emancipatoria que nos toca abordar. Llena de dilemas, ya que nunca se ha pensado a fondo como desde “otro lugar” que no es el Estado burgués, el ejercicio colectivo de la decisión y de sus retos concretos de liberación, la defensa de su proceso. Si hemos hablado de fundamentos, principios, preguntas y método de Gobierno Popular, es solo para pensar un camino indefinible que ya la práctica del poder popular autónomo ha comenzado. El “Estado Mágico” perdurará mientras nos de la gana o no rompamos nuestra impontencia.