En el enfrentamiento entre el capitalismo y el Socialismo, la verdadera guerra es la de ideas, la cultural, la espiritual; el éxito está supeditado a ella, de ella depende, por ella se evalúa.
En esta guerra de ideas, cultural, el capitalismo tiene poderosas armas, a su lado militan los medios audiovisuales de manipulación de las almas más elaborados y eficaces que ha conocido la humanidad, y que son alimentados con la producción de ideas de universidades de primer orden, por la iglesia, tanques pensantes, grupos de opinión. La batalla se realiza en el medio capitalista, con milenios de tradición egoísta, de fragmentación de la sociedad, de siembra de valores.
Cuando una Revolución emerge, sin dudas, se puede hablar de un milagro, y de sus dirigentes, su líder, de un Mesías, un Profeta. Cuando una Revolución emerge, todo el aparato ideológico del capitalismo se pone en tensión, siente el peligro, se despierta su instinto asesino, sale en busca de la presa. Toda su fuerza, su inventiva, se pone al servicio de destruir a la disidencia.
La Revolución aparece porque las líneas de defensa del capitalismo se resquebrajaron, fue tal el vigor de lo que surgía que las agrietó. Al principio, la masa entra en un delirio, en una sintonía con la vanguardia que le permite absorber las nuevas visiones del mundo, los humildes se reconocen un cuerpo, la fragmentación se disuelve; la vanguardia, el líder, establece canales hacia el alma colectiva.
Rápidamente el aparato de vasallaje capitalista contraataca. El primer y principal frente de esta batalla es confundir las ideas que guían a la Revolución. En esta tarea tienen importante papel los intoxicados de ideas capitalistas que permanecen en el interior del proceso. Éstos, de manera sutil, deslizan sus ideas, su visión del mundo. En este momento, la claridad del líder, cuyas ideas impregnan a toda la sociedad, juega un papel importante, los mantiene a raya.
Si el líder falta, se desata en el interior de la Revolución una feroz lucha ideológica, las tendencias antisocialistas actúan, ahora sin freno. Y comienza la guerra decisiva. Lo primero que hacen los antisocialistas es ocultar que la guerra es en las ideas, colocan el escenario en otros campos subalternos de la sociedad. Hablan, por ejemplo, de “guerra económica”. Simultáneamente, estimulan los valores propios del capitalismo rentista: el “dakazo” estimuló los peores valores éticos del capitalismo, el dólar barato para viajar que intoxicó a la sociedad, el “mangazo”, el “camionetazo”. Los medios audiovisuales no están al servicio de la cultura emergente, al contrario, apoyan, difunden la cultura capitalista, algunos son calco y copia del pasado. Lo anterior no necesita mayores explicaciones, está a la vista.
Cuando los antisocialistas se sienten fuertes, cuando se abren con descaro, cuando perdieron la hoja de parra que cubría la traición, entonces convocan a un congreso internacional, pero no del socialismo, no de la Quinta Internacional que quería Chávez, no a una reunión de revolucionarios, sino a un congreso para estudiar la democracia burguesa.
Este congreso tiene varias consecuencias: es una genuflexión frente a los gringos, shannon debe estar muy satisfecho, es una acción para mostrar a los águilas del Norte. Es una reafirmación de las ideas socialdemócratas, de la pequeña burguesía, allí no se habló de socialismo, se explayaron en una cultura sin relación con el capitalismo, en una búsqueda de un bienestar sin ofender al capitalismo, de una ciudad amigable sin atreverse a decir que la ciudad de hoy es la ciudad del capitalismo.
Este congreso indica que el Socialismo está perdiendo la guerra de ideas, la sociedad, sus dirigentes, están distraídos en elecciones, peleando con páginas de Internet, persiguiendo a corruptos. Mientras, el antisocialismo avanza en las ideas contrarrevolucionarias, en la cultura capitalista…