Nuevamente, el mundo se topa con la iglesia de Roma, del Vaticano, las declaraciones de Bergoglio sorprenden. No es la primera vez que Roma estremece al mundo, lo hizo con la inquisición, bendiciendo los tanques nazis, condenando a Galileo, apoyando el genocidio de la conquista, y siempre es la misma historia: "pido perdón, borrón y cuenta nueva".
La iglesia de Roma es muy astuta, toca la partitura de los tiempos, siempre ha bailado la música que favorece a los dominantes y perseguido a los que se ubican del lado de los pobres de la tierra. Es la misma conducta con la que el Sanedrín persiguió a Cristo. Es una tremenda paradoja: la iglesia de Cristo persigue a Cristo y a quien siga sus enseñanzas. Lo hicieron desde el principio, tallaron un evangelio, un testamento de acuerdo a sus intereses y quien no lo aceptó quedó anatemizado, excomulgado, atacado de manera infame.
Ahora el Papa Bergoglio se nos presenta con un discurso naturalista, reconociendo errores y “condenando” al capitalismo. Se abre la discusión: algunos dicen que lo importante es el giro del Papa, otros piden cautela, no le creen, los más cambian para donde sople el viento de Roma, se dan golpes de pecho, rezan y siguen con su vidita mezquina.
Es importante pensar por qué Bergoglio dice lo que dice, analizar si él verdaderamente cree lo que dice, o es un disimulo de ocasión y no respalda sus mismas palabras.
Si Bergoglio no cree lo que dice, entonces estamos frente a una de las habituales trampas de Roma, las preguntas importantes son ¿por qué la iglesia toma esta nueva actitud?, ¿cuál cambio en la realidad mundial la impele a este giro? Es lícito suponer que la iglesia busca actualizarse con el mundo, refrescar su discurso que ya ni emociona ni da respuesta a las angustias de sus feligreses, ve necesario dar el vuelco para acortar el abismo que separa la prédica de la práctica en la iglesia de Roma. La iglesia sale a la palestra a llenar el vacío que el capitalismo deja en su agotamiento, llega a competir con la Revolución, a impedir que la crisis brutal de capitalismo desemboque en Revolución, a controlar el desagrado, por eso viene al Continente donde la chispa de Chávez puede encender la pradera: como complemento de la operación iniciada con el asesinato del Comandante.
Si Bergoglio cree lo que dice, si el giro es sincero y estamos en presencia de un milagro, bienvenido sea el cambio, lo aplaudimos, lo celebramos. Ahora bien, cómo dilucidar la calidad del discurso del Papa, cómo saber si es sincero. Sólo hay una respuesta, lo dirá la conducta de la iglesia. Las palabras del Papa, si son verdad, deben significar un huracán dentro de la iglesia, que debe regresar a la humildad de los Cristianos Primitivos, deben los jerarcas volver a vivir en la austeridad, reivindicar a Ernesto Cardenal y Camilo Torres, pedir perdón y reconocer la actitud cómplice con las dictaduras del Cono Sur, con el nazismo, debe pedir perdón por haber conspirado contra Chávez y seguir conspirando del lado de la ultraderecha. Y ese perdón debe venir acompañado por la renuncia de su apoyo a los capitalistas, a sus crímenes, a sus conspiraciones. Pero sobre todo, debe adoctrinar a los pueblos contra el capitalismo y promover la doctrina de los Cristianos Primitivos, tal como reza en el Libro de los Hechos: “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”. Debe acompañar la lucha de los pueblos por librarse del capitalismo. Debe convocar un Concilio de urgencia para dar el "Golpe de Timón". En definitiva, que sus palabras se conviertan en acciones. De lo contrario será un golpe de pecho hipócrita más, una maniobra más del capitalismo.