Las mercancías que llenan y vacían el mercado suelen clasificarse según renglones complementarios y r. sustitutos. Cada renglón se compone de mercancías de coste o medios de producción, y de bienes de disfrute o de uso final. Ambos renglones subsumen bienes de primera, segunda y tercera calidades que expresan perfectamente el desarrollo de las fuerzas productivas tanto en lo general como en lo particular.
Hay, obviamente, empresarios en constante rezago tecnológico porque su capital no les permite muchas actualizaciones ni mayores desembolsos en máquinas ni organizaciones técnicas; son, capitalistamente hablando, empresas de segunda categoría. Por eso las empresas también coexisten como pequeñas, medianas y grandes, según sus bajas, intermedias y altas composiciones de capital[1].
Para atrapar de conjunto toda esa abigarrado entretejido mercantil y la numerosa variedad de mercancías cualitativamente diferentes, como valores de uso, y cuidándose de uniformarlas monetariamente, como valores de cambio, con ese fin , decimos, Karl Marx logró elaborar una “Tabla económica” sustitutiva de la elaborada tiempo atrás por François Quesney.
En su original y novísima tabla, Marx por primera vez plantea el necesario equilibrio macroeconómico marcado por la correspondencia biunívoca entre los valores de la producción de “medios de producción” y la de los de consumo final en toda la economía nacional, así como la posible estabilidad económica marcada por la rentabilidad egoísta de los empresarios involucrados.[2]
Además, para zanjar la aparente contradicción entre los valores usados en su Libro Primero de El Capital, y los precios de producción manejados en el Libro Tercero de la misma obra, nos dejó otras tablas económicas complementarias, donde recogió los 3 principales sectores de la economía burguesa, elaboradas todas ellas sin usar los sofisticados recursos matemáticos empleados por economistas no marxistas y marxistas.[3].
En esas tablas estadísticas o macroeconómicas, Marx supo expresar sus valores de “input” y “output” con ayuda de la Matemática Aritmética, aunque, como se trata de valores doblemente concretos o de concreción de segundo nivel, no sólo se expresan los valores de uso, sino sus correspondientes precios, lo cual, ciertamente, ha dificultado su expedita comprensión, y menos para los apologistas natos del burguesismo que no quieren ver lo que está a la vista.
Esta doble descomposición del valor integral de las mercancías hizo imposible la comprensión de la transformación de valores en precios de producción. Y hay más: los precios de venta final no suelen responder estructuralmente a costos unitarios ni medios ni marginales.
Estos precios suelen ser, en su mayoría, reflejos de los precios de mayor demanda, precios ya fijados para las mercancías de primera calidad, como los de la cesta básica tanto familiar como los de los bienes consumidos productivamente en los centros fabriles.
[1] Véase mi trabajo: PRAXIS de EL CAPITAL, Caracas, Gráficas Tao, 2013, Primera Edición.
[2] Este aporte marxiano no ha sido tomado en cuenta por ninguna sociedad burguesa, frenada como se halla por los prejuicios e intereses contrarios del capitalismo frente al socialismo. Por esta razón, con la obstinación de un cerdo, siguen sufriendo y reciclando sus crisis que, paradójicamente, las ven como normales al sistema y como oportunidades maltusianas para la reactivación de los mercados que constantemente se les agotan y le perturban toda posibilidad de empleo de sus excedentes de capital dinerario. Véase: Manuel C. Martínez M., PRAXIS de EL CAPITAL, Primera Edición 2013.
[3] Algunos Ing. se lucen enfatuadamente con el empleo de valores propios del Cálculo Infinitesimal, como incuestionables soportes convalidatorios de sus desaguisados con los que han pretendido anular los hallazgos de Marx.