Cuando el Comandante viajaba a La Habana se liberaba de la vigilancia; criado con los vientos indómitos del llano y la protección del anonimato, no se acostumbraba a la prisión de la escolta y la seguridad. En las noches, se disculpaba de todos y se iba a caminar sin rumbo fijo. Fidel, que lo quería como un Mesías ama a su sustituto, mandaba a un cuerpo de élite que, con disimulo, estuviera cerca, pendiente de algún imprevisto. Lo que este grupo veía o dejaba de ver era seguridad de Estado, nadie hablaba nada, nadie preguntaba nada.
El tiempo, que todo lo puede y todo lo afloja, hizo que un oficial de este cuerpo de vigilancia escribiera sus memorias y allí relatara un episodio que presenció con el Comandante Chávez en el malecón.
Escribe el oficial cubano:
"Serían como las dos o tres de la mañana, el Comandante venezolano caminaba por La Habana hacía ya varias horas, y terminó sentado en el malecón que era iluminado por luna llena. Los luceros brillaban, el mar tranquilo llamaba a sosiego. Nosotros observábamos con binoculares de luz nocturna desde una posición lejana pero apropiada. Hacía mucho rato que no pasaba nada. El Comandante lanzaba piedras al mar, trotó un poquito y se sentó. Nos distrajimos por un segundo, y cuando lo enfocamos estaba hablando con alguien que había aparecido, no vimos de dónde. Yo, que era el jefe de la guardia, me alerté y me aproximé un poco, sin molestarlo, de acuerdo a las órdenes. Los dos hablaban amenos, movían los brazos.
Temiendo fallar en la misión, decidí abordarlo, hasta allá fui y les dije: ‘pasaba por aquí y quise saludarlos, vivo aquí cerca, voy llegando tarde a la casa y el problema será igual si me tardo un poco más, algo de conversación me hará bien, no se preocupen sólo oiré, sigan hablando’.
El desconocido contestó: ‘no te preocupes, Javi, cumple con tu deber’. Me reconoció –dije-, quién era aquel misterioso, me hice el tonto y seguí escuchando.
Chávez me acosó a preguntas como una ametralladora: ‘cuántos hijos tienes, de dónde es tu esposa, en qué trabajas tú, en que trabaja ella, de dónde vienes, cuántos años tienes, conoces a Venezuela, que piensas de las…’
Respondí como pude y me vino a salvar el desconocido:
‘Como te venía diciendo’ -y continuó el desconocido, con un acento raro-, la Revolución nuestra significó un salto que la humanidad aún no comprende, no lo entienden ni los mismos que lo dieron. Se demostró, o mejor, se cumplió un ciclo teórico, que venía asomando desde Jesús: la Revolución es un asunto religioso, es el arribo del humano al prometido Reino de Cristo. Tenemos dos mil años rezando venga a nosotros tu reino y cuando el reino llegó, no supimos, la humanidad no pudo verlo. Sería porque llegó aquí a esta isla tan pequeña’.
‘Pero - dijo Chávez, con angustia-, cómo hacemos, allá queremos seguir avanzando pero nos dicen que no hay receta, que avanzar es para dentro de siglos, dime: ¿cómo hacemos?’
‘Hay receta”, respondió el desconocido. Eso es, precisamente, el ciclo de búsqueda que concluye con la Revolución cubana. Recuerda que comienza con un llamado a la conciencia (el Cuartel Moncada) y sigue con doce apóstoles adentrándose en la montaña y cambiando, con su ejemplo, el corazón de un pueblo y de un Continente. He allí la primera enseñanza: la Revolución es cambiar el alma, todo debe estar al servicio de construir el alma del amor, la fraternidad. Los soviéticos, de haber sabido esto, no se derrumban encima de sus armas y sus mercancías…’
Yo tuve miedo de ser descubierto y faltar a las instrucciones recibidas. Y comprobando que no había peligro, me despedí, le di una palmaditas al Comandante y al desconocido y me retiré al puesto de observación.
Ellos siguieron hablando hasta que el sol calentó.
Al otro día en la noche me encontré con Chávez en su visita a Fidel, y me llamó aparte: ‘Javi, cómo es que el desconocido sabía tu nombre, tú sabes quién era él’. Le respondí asustado por haber cometido una violación de las instrucciones de vigilarlo con discreción y me apresuré a decirle que ‘no sabía’.
Chávez me dijo: ‘es que él te mando a dar las gracias por los libros que publicaste, y que te advirtiera que una Revolución nunca está segura, que el gusano pudre a la palma desde adentro…’
El recuerdo del desconocido me persigue desde hace años, no he podido saber quién era, ni de dónde me conocía. A veces me parece haberlo visto en Checoslovaquia, en el Congo, pero me digo que no es posible. A veces lo veo parecido a un retrato de Korda, o a Cantinflas. Pero era calvo, con lentes gruesos como los de Allende. Desde hace años voy al Malecón en las madrugadas a buscarlo… mi mujer no cree la excusa”.