Toda Revolución lleva en su seno una feroz lucha de clases, ya lo decía el Che. Y aquí cabe una aclaratoria: las citas de los clásicos son indispensables; si reparamos bien, entenderemos que la cita de la producción intelectual del pasado es lo que caracteriza a la especie, he allí la base de la herencia cultural, la esencia de la especie humana. La tesis de no citar a los clásicos nos recuerda la historia del maestro de escuela que se impuso la condición de dar clase con conocimiento totalmente nuevo, sin repetir nada de nadie, sin citar. Sus clases regresaron al silencio lúgubre y desesperado de los primates.
Volvamos al tema. La lucha de clases supone una derecha reformista que se opone a la marcha revolucionaria. Lamentablemente, los reformistas han triunfado siempre -la historia así lo testifica-, más tarde o más temprano han derrotado a las revoluciones, las han regresado al campo capitalista.
En Venezuela, intentando hacer una Revolución Pacífica, pensar que no hubo y no hay lucha de clases es una ingenuidad, para no decir una trampa. Aquí han aparecido desde la derecha militar y civil que dio el golpe de abril, la meritocracia que implementó el sabotaje petrolero y, luego de estos fracasos, emergió el para-reformismo, la mejor arma del capitalismo en contra de las revoluciones.
"Hagamos el Socialismo", dijo el Comandante Chávez; “no es tiempo, dijeron los para-reformistas; "lo vamos a hacer pero lleva siglos", acotó alguien; "sí, el Socialismo es bueno, pero el nuestro propio, el que se hace sin tocar al capitalismo", sentenció un empresario. Para qué estudiar, organizar, informar si el pueblo sabe qué hacer, es sabio; “para qué vanguardia”, dijo la vanguardia de la derecha. Y todos les creyeron a los para-reformistas, pusieron obstáculos a la marcha, y el Comandante avanzó en solitario.
Contra esta corriente luchó Chávez, llegó al poder solo, se echó el país al hombro y lo fue transformando, desde el clientelismo adeco hasta las gestas gloriosas de abril y diciembre. Los antiguos despreciados marginales se enaltecieron en el golpe de abril primero, y en la petrolera después, y salvaron a la Revolución; entonces, se reconocieron fuerza, retomaron su papel en la política. Los obreros, en el sabotaje, se identificaron como clase, se deslastraron de la ideología pequeñoburguesa clientelar, rozaron su papel histórico, y sobre ellos cayó la desviación, de todo hicieron para que no entendieran su papel de integradores de la sociedad, de restauradores del sentido de sociedad. De todo hicieron para mantenerlos en el mezquino entorno de sus reivindicaciones materiales.
La Revolución iba por camino culebrero, a cada orden de Chávez el para-reformismo decía “sí”, aplaudía, pero saboteaba la iniciativa, eso hicieron con el estudio. Dijeron “nadie enseña a nadie, todos sabemos”; entonces, ¿para qué estudiar? “Hay que construir comunas”, dijo el Comandante, y los para-reformistas gritaron pero “cada una por su lado”, que sean unidades aisladas, egoístas, enemigas de la Revolución. Todos cañonazos a la conciencia de sociedad, a su integración. “Formemos conciencia”, exclamó Chávez; y los para-reformistas acotaron “repartiendo riqueza formaremos conciencia”, y repartieron y formaron conciencia clientelar, egoísta, enemiga de la Revolución.
Sería largo, y no es la intención, historiar esta batalla a lo largo de quince años, focalicémonos en las consecuencias de esta lucha que se agudizó después del asesinato del Comandante.
El mayor daño que el para-reformismo ha hecho a la Revolución es la fragmentación de la sociedad, revertir lo que con Chávez se había logrado. El principal mal de esta sociedad es la incapacidad de pensarse como tal, esto impide cualquier acción contra el capitalismo que realmente lo ponga en peligro. Los individuos, los colectivos, los sindicatos, regresaron ahora a preocuparse sólo por sus intereses. De esta manera, son fácil presa de las manipulaciones de la burguesía.
Para los individuos es ético, correcto lo que les dé lucro, lo que les alivie la existencia, no se importan por la suerte de la sociedad. Lo mismo, para los dirigentes. Para los colectivos es ético lo que limpie su mezquino entorno, reducen la humanidad a sus cuatro esquinas, allí se encuevan como el puerco espín. Para los sindicalistas es ético lo que eleve el precio de la mercancía que venden (el trabajo de los obreros), se contentan con algún aumento y desatienden su papel histórico.
Cualquier intento revolucionario, cualquier querer volver a Chávez pasa por recomponer el sentido del deber social, hacerlo nacional, esa es la esencia del Socialismo, su razón de ser. Que los individuos, los colectivos, los obreros entiendan que su suerte está ligada a la suerte de la sociedad, y la suerte de ésta depende del esfuerzo de cada uno.
¡VIVA CHÁVEZ!