La democracia burguesa se basa en las elecciones burguesas, una inmensa operación de pan y circo que produce el absurdo fenómeno de hacer que la masa apoye al sistema que la oprime, que las víctimas sostengan a sus verdugos. Es un truco de magia que aplasta la inteligencia, hace de la ignorancia una virtud y basa la sostenibilidad del sistema en la distracción de la masa, en la preocupación por lo trivial, hasta el punto de apostar el bigote.
La aplicación del soporífero electoral no está reservada a aficionados, es un evento para especialistas. Los gringos hacen de las elecciones el reality show estelar que atrapa a una población educada en la norealidad, en la fantasía. Trump es uno de los payasos, pero también lo son los debates entre republicanos o demócratas, una especie de lucha libre con flux. Los gringos encaran las elecciones como presencian la serie mundial de beisbol, un torneo deportivo. El espectáculo es de primera línea, en cada elección se superan, bombos, luces, chistes, de todo hay allí. Y el sistema está blindado por una poderosa maquinaria de manipulación de las almas, películas, televisión, prensa; difícil, casi imposible que se cuele un Chávez; las elecciones, su dinámica, filtran cualquier disidencia. Y lo que se escape de ese filtro es despachado con la violencia.
En la periferia del imperio la situación es diferente, las elecciones no funcionan con esa perfección, la dominación permite que se deslice una Revolución Cubana, un Torrijos, un Chávez, un Allende, por eso se apela con frecuencia al complemento de las elecciones: la violencia, la reina de las relaciones sociales usada para soldar las grietas en la dominación; el pinochet ilustra.
Entre nosotros las elecciones funcionaron bien en los años del pacto de punto fijo, casi cincuenta años, aun con alteraciones, mantuvieron la dominación burguesa y al país tras el capitalismo mundial. Pero en los países periféricos el sistema burgués entra en crisis periódicas, se agota y es restaurado por la intervención violenta, así pasó en Argentina, Uruguay, Brasil. Aquí el sistema socialdemócrata se agotó y la sucesión fue atípica, cuando debía remozarse con la violencia de un pinochet, el país buscó nuevas maneras de resolver las contradicciones que estallaban; vino Chávez y propuso el Socialismo.
De allí en adelante las contradicciones fueron otras, no la masa clientelar sometida a la miseria que ya no podía morigerar las migajas de la renta enfrentadas a la burguesía y el imperio depredador, sino una masa buscando nuevas formas de organización social, política, económica, con razones sagradas para luchar, reconociéndose fuerza, encarando a la burguesía y su sistema falsodemocrático. La burguesía intentó reconstruir su dominación con golpes y saboteos pero fracasaron, las elecciones bajo la tutela de Chávez dieron el triunfo a la Revolución. Sólo asesinándolo pudieron descarrilar a la Revolución.
Después de Chávez, el gobierno se corre a la socialdemocracia, intenta restituir la democracia burguesa. Así, reaparecen las contradicciones de aquella etapa: confrontaciones entre fracciones de la burguesía, ahora aliadas a las diferentes manifestaciones del capitalismo mundial; contradicción de las burguesías depredadoras con la masa clientelar en la disputa por la renta petrolera disminuida.
Este cuadro se ve teñido por el recuerdo de Chávez, el tatuaje del Socialismo en el imaginario, en la conducta popular, que impide al gobierno tener una acción coherente. Es un cuerpo paralizado por dos tensiones: una necesita aplicar el capitalismo rentista sin rubor, y otra que pide acciones que simulen al Comandante, que le da todavía justificación y energía. Por eso vemos que el gobierno firma un compromiso de respetar los resultados electorales, que son la voluntad del pueblo, y simultáneamente proclama que de perder se irá junto al pueblo, en unión cívico-militar, a defender a la Revolución, al pueblo. Con esta incoherencia reconoce la profundidad de la crisis que las elecciones no resuelven, y la inutilidad de las elecciones como manifestación de la voluntad popular.
La burguesía externa se bate entre la democracia burguesa que ahora promete triunfo en las elecciones y la necesidad de borrar al Chavismo del corazón de la masa; tiene un pie en las elecciones y la otra garra en el golpismo, por eso no firma el compromiso y espera obtener mayoría para restituir la democracia burguesa plenamente, no descartando un episodio militar. Siendo así, la democracia burguesa, la lógica del capital, derrotaría a la Revolución que construyó su propio patíbulo: la conciliación, la restauración.
La crisis política es grave, no por casualidad los gringos amenazan con intervenir. Frente a esta situación los dirigentes chavistas debían, tal como postulaba la Liga, "desechar las ilusiones".