Ni el chavismo ni la ‘revolución bolivariana’ son fenómenos políticos nacidos desde un lugar de izquierda, ése es su pecado original. Nacen en la rebelión de las calles, en las insurrecciones de los cuarteles y no desde la decisión racional de una vanguardia o bloque político de izquierda que empuja un proceso revolucionario hacia su victoria.
Estamos hablando entonces de un fenómeno cargado de un barroquismo originario tremendamente complejo que se fue alimentando afortunadamente de los insumos más libertarios y radicales que en una época de nuestra historia empezaron a regarse por múltiples rincones de la sociedad y del movimiento popular, hasta llegar actualmente a enarbolar las banderas del anticapitalismo y el socialismo.
Si hay entonces una ‘base clasista’ en este movimiento, se generó con la ayuda de ciertos núcleos combativos del movimiento obrero y marxista, pero sobre todo de un tipo de debate e influencia de corrientes históricas de lucha completamente heterodoxas y diversas (las resistencias culturales, el cristianismo liberador, el ‘cimarronismo’, la democracia de la calle reivindicada desde los barrios, movimientos sociales de todo tipo muchas veces inesperados, la lucha estudiantil, las sublevaciones populares espontáneas, los movimientos de liberación nacional, el bolivarianismo revolucionario, la lucha armada, el marxismo crítico latinoamericano, el indigenismo, etc.). Y allí el segundo pecado original del ‘movimiento bolivariano’, su insólita diversidad y heterodoxia, hoy representado en la figura de Hugo Chávez.
Las críticas de la izquierda
Por un lado hay una izquierda que radicaliza su discurso a partir de la valoración del ‘carácter de clase’ de este Gobierno (burgués, pequeño burgués), y de los visos ‘populistas’, ‘reformistas’, ‘nacionalistas’ que corren en su seno por razones de clase, siendo por tanto un Gobierno condenado a defender los intereses del capital nacional e imperialista (nos referimos a la mayoría de las corrientes trotskistas, hoy muy activas en algunos sectores obreros).
Esto puede ser totalmente cierto si nos atenemos a un parámetro de comprensión totalmente formal y sociológico donde se contraponga en nuestra imaginación política este Gobierno a uno dominado por delegados de los trabajadores y de las clases explotadas en general, organizados e identificados como tal. Una pregunta un poco estúpida quizás: ¿después de la Comuna de París y el primer gobierno soviético (1917-1919) ha habido un solo Gobierno en la historia que cumpla con ese parámetro y haya perdurado más de dos meses en ‘el poder’? Si lo hubo, manden la información. En todo caso preferimos admitir que la historia ha demostrado que este modelo adolece de inmensas carencias e impotencia política.
Otra crítica de izquierda muy difundida es la que llamaríamos radical-nacionalista. Su centro crítico se centra en el problema de soberanía, más concretamente, en la ambigüedad demostrada por el Gobierno ante su posición ‘antiimperialista’. Se critica que por un lado el Gobierno enfrente declarativamente el dominio imperial norteamericano y por otro se establezca una alianza privatizadora con el capital transnacional petrolero a través de las empresas mixtas. A ello se anexan todo un conjunto de denuncias que cubren el problema del ‘modelo productivo’ en su conjunto; se critica que es una simple reproducción del capitalismo desarrollista, dependiente y depredador, los planes de minería, el plan carbonífero, el gasoducto del sur (red única gasífera de Venezuela hasta Argentina), la anexión de Venezuela al IIRSA (otra cara del ALCA desde el ángulo de las inversiones en infraestructura), el pago de la deuda externa... Por otro lado, planes como los del desarrollo carbonífero en el Zulia, la penetración transnacional en los territorios dedicados a la minería (oro, diamante, fundamentalmente), los modelos de desarrollo que se plantean, la misma visión de integración continental, el papel privilegiado concedido al capital financiero, nos deja bien claro que al menos la ‘transición hacia el socialismo’ es todavía muy dudosa y contradictoria.
Ahora bien: ¿esto quiere decir que Hugo Chávez y su Gobierno no son más que una pieza clave del imperialismo? Nuevamente se impone un pensamiento formal, vacío de hechos, completamente abstracto e impotente políticamente como en efecto lo han demostrado muchas de estas tendencias del ultranacionalismo.
Otra crítica, muy de izquierda también, pero que es quizás la más ingenua, dice que Chávez es un hombre honesto, un verdadero revolucionario, un hombre del pueblo comprometido con sus ideales, pero rodeado de una cuerda de traidores, de gente falsa, de corruptos que se aprovechan de su liderazgo, organizados principalmente en los partidos oficialistas (básicamente MVR, Podemos y PPT) que a su vez los utilizan como instrumentos principales de apropiación de los puestos de Gobierno y de los mandos en general tanto del Estado como una buena parte del espacio popular organizado. Se dice entonces que el problema fundamental de la ‘revolución bolivariana’ es la corrupción y el burocratismo, reiterando su apoyo total al presidente, pero alejándose cada vez más de las nuevas elites que monopolizan la representatividad política del proceso revolucionario.
Lo más importante de esta crítica no es su acertividad de análisis o profundidad teórica (debilidad evidente: la idealización de Chávez, la personalización del poder), sino que se trata de la única crítica que ha tomado un rango masivo, se ha hecho ‘popular’ en todo el sentido de la palabra, y que poco a poco se va exigiendo a ella misma dar saltos cualitativos que la obligan a pasar del comentario al hecho político y la construcción de estrategias de acción colectiva que le permitan destruir el enemigo odiado de la corrupción y el burocratismo.
Qué decir y qué hacer
Más allá de las interpretaciones dentro de las esferas de vanguardia o en el espacio popular, resulta importante en estos momentos percibir lo que es el desarrollo de un movimiento social que aunque muchas veces fue estimulado a crearse desde las esferas burocráticas de las direcciones de Gobierno (Comités de Tierra, Consejos Comunales, Comités de salud, de energía, de agua), comienza a tomar distancia de estas formas de dirección y establecer sus propias políticas y estrategias, desarrollando una actitud crítica ante el Estado en su conjunto. Junto a los movimientos sociales autónomos más importantes (campesinos, empresas recuperadas, populares, estudiantiles, indígenas), esta base organizada del movimiento popular es la matriz de clase imprescindible para la profundización de la revolución. Si ella no encuentra un teatro común de acción política y construcción societal, lo más probable es que la ‘revolución bolivariana’ comience en los próximos años un declive de tal magnitud que desaparezca como fenómeno real de ejercicio de justicia, libertad y construcción de soberanía, independientemente de Chávez.
Hoy en día nos encontramos en un momento de ‘máxima confusión’ ya que por un lado la ofensiva imperialista sobre Venezuela, la evolución del ‘Plan Balboa’ junto al ‘Plan Colombia’, en tanto diseños militares de ataque a Venezuela, y la presión de la campaña electoral (la campaña por los diez millones de votos), ayudan a cohesionar las bases populares sobre la figura de Chávez y la posición del Gobierno. Pero al mismo tiempo la descomposición institucional que se vive, siendo cada vez más patente dentro de los gobiernos municipales y estatales (alcaldías, gobernaciones, en una inmensa mayoría en manos del ‘bloque del cambio’) produce una impotencia colectiva que raya o en la desesperación o muchas veces en la desesperanza.
Por otro lado, los mismos mandos institucionales se inquietan, generando por su lado una tendencia cada vez más agresiva de control tanto de los procesos sociales de organización, de autogobierno, como de experiencias productivas y obreras tanto en la esfera cooperativa como dentro de las empresas recuperadas. Una situación de ‘máxima confusión’ ante la cual las dirigencias de base tienden a repetir el mismo esquema aprendido desde hace al menos cuatro años: callar, esperar, seguir organizando, no confundir el enemigo, pero esto también ya empieza a hacerse corto.
Se necesita dar un paso adelante conjunto. Hasta ahora los intentos han sido interesantes pero no suficientes (la movilización emprendida por sectores de los movimientos indígena, minero, campesino, obrero, sobre todo). Esta situación nos obliga a dar un salto cualitativo conjunto que nos coloque al límite de una nueva situación donde la relación entre Gobierno y movimiento popular ‘no administrado’ cambie radicalmente.
Hoy han surgido por la geografía nacional núcleos críticos y de lucha que prácticamente inundan todo el conjunto del espacio organizado de base. Estas luchas dispersas defienden la ‘revolución bolivariana’, pero a la vez constituyen un fiel testimonio del agotamiento del esquema institucional de Estado como palanca central del proceso transformador.