El arado y el mar

Los presidentes del montón

Si revisamos al planeta percibiremos una humanidad gobernada por presidentes del montón, todos iguales, aburridos, repetitivos, engañadores, conformados con terminar su periodo para dar paso a otro igual a ellos en su mediocridad, sin nada que emocione; burócratas, actores de una ópera macabra que lleva a la Humanidad a la extinción.

Mientras, la Humanidad, la naturaleza, manda señales de la emergencia, del vacío existencial que anuncia el final; desesperanza donde una vez germinaron los jipis, y que hace poco intentaron cultivar aquellos llamados “okupas”, ahora produce masacres, estallidos de demencias que no somos capaces de relacionar con la situación de consternación del mundo.

Los presidentes del montón son reflejo de esa Humanidad incapaz de pensar en términos de especie, de sociedad, atrapada en la individualidad de sus componentes, es la enfermedad del capitalismo, “cada uno para sí mismo”. Los presidentes, en última instancia, si les quitamos el oropel del protocolo, la parafernalia de los símbolos del poder, los discursos necesariamente falsos, entonces sólo encontraremos a un mediocre importado sólo por sí mismo; no hay pensamiento de humanidad, de sociedad. Todo se explica, se justifica en la permanencia de un poder que es efímero, y que al poquísimo tiempo nadie recuerda. Para los presidentes del montón no hay mañana, los abruma la inmediatez.

Es así, la Humanidad está enferma de capitalismo, atrapada en esta enfermedad que se defiende, se justifica a sí misma, impide que se encuentre la cura, controla el alma, el pensamiento, la acción. Pocos perciben el mal, y pocos luchan por la cura. 

Un clásico postuló que la suma de egoísmos, base del capitalismo, produciría el progreso social; se equivocó: la suma de egoísmos produce, está produciendo, la destrucción de la vida planetaria. Esta es la disyuntiva de la Humanidad, dilema percibido por los grandes humanos los que dan esperanzas del futuro viable.  

La superación del egoísmo capitalista no es meramente un asunto político, ni siquiera económico, se trata de salvar la vida planetaria. La construcción del Socialismo es la salvación de la vida. No entremos aquí en las miles de artimaña que los enfermos de capitalismo esgrimen contra el Socialismo, las miles de deformaciones, limitémonos a decir que un sistema que no cambie la relación de los humanos entre sí y de éstos con la naturaleza, que la haga amorosa, armónica, no es Socialismo. Monetizar la relación humana, monetizar a la naturaleza, no es Socialismo. No salva a la Humanidad.

Si revisamos el discurso de los presidentes del montón, sólo encontraremos sus problemitas domésticos, su egoísmo que puede estar confinado a sus estrechos límites nacionales, o los amplios confines de sus mercados imperiales. Ignoran el gran dilema. 

Los líderes de la Humanidad, los grandes, los que tienen pensamiento más allá del mezquino entorno van al fondo del problema, a la relación humana, espiritual y material. Saben que toda acción y todo pensamiento debe girar alrededor de esta relación, sólo se justifica si la cambia, y en ese cambio va la salvación. 

Chávez, el último de los grandes líderes, entendió el dilema final y nos ofreció la solución: buscó la raíz del pensamiento salvador, fundió al Cristianismo con el Socialismo, el “amaos los unos a los otros” lo entendió como energía de todo, y calificó al capitalismo como el peor enemigo de la Humanidad. Rescató el “von todos por el bien de todos” del Apóstol y “la mayor suma de felicidad” de Bolívar.

La Humanidad sólo podrá salvarse con líderes, y se pierde con presidentes del montón.



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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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