Hasta mi madre lo conoce. El selfie trasciende cualquier generación y nacionalidad. Hoy está de moda hacerse un selfie allá donde fueres. Una foto así mismo para dejar constancia que estuvimos presente. Hay inclusive estudios que comienzan a darnos datos sobre el número de selfies al día.
Por ejemplo, en Londres, el Regulador de Comunicaciones del Reino Unido reveló que hubo 1.200 millones de selfies tomadas durante el año 2014 en ese país. Realmente, el éxito del selfie se justifica porque es divertido como recuerdo. Una nueva forma de decir yo estuve aquí.
Sin embargo, tanto exceso empalaga. Comienza a ser ciertamente pernicioso si se abusa de ello por dos razones: una, acaba tomando más protagonismo a veces que la propia Torre Eiffel, y dos, aburre cuando se quiere compartir el álbum de fotos con un familiar o amigo. No hay quien soporte tanto selfie del otro.
Y en la política, ocurre algo similar. Estamos frente a un momento de inflación de selfies. Una suerte de selfización de la política se ha instalado como mecanismo de comunicación y propaganda. Cada vez es más habitual que los políticos se hagan selfies para mostrarse a sí mismos permanentemente. Un exceso de ensimismamiento, de mirarse persistentemente al ombligo. Se pierde la noción de lo que ocurre afuera. La política ha dejado de poner el oído en la calle, en el territorio, en lo que pasa afuera en cada esquina. Demasiado selfie.
Se toman decisiones que afectan a la mayoría, y sin embargo, la foto se hace sobre su propio espejo. Ya no importa tanto si la gente tiene para pagar un precio excesivo por el servicio del gas o no. Todo se resuelve con un selfie. Por cada problema, un selfi como solución. La política limitada a una foto.
El ejemplo de Macri es sin lugar a dudas el más elocuente. En esta moda, se ha convertido en constante trending topic. Está en la pole position entre todos los políticos. Gobierna como si estuviera en campaña electoral permanente. Fotos que sirven de escaparate y esconden las falencias de su política, de su gestión. A la nueva derecha latinoamericana se le da bien el marketing fotográfico.
Prefiere el selfie frente a la ardua tarea de politizar la vida cotidiana de la ciudadanía. Es lo que tiene el selfie: una instantánea que repotencia la subjetividad hiperindividualizada. Sin lugar a dudas, un buen distractor acorde al nuevo tiempo: lo efímero como remedio para evitar afrontar el futuro como problema político.
Puede que este nuevo modo de hacer pos política ayude a obtener votos. Aunque esto no significa que se construyan lealtades políticas. La erosión de los derechos sociales no se compensa con un selfie. La imagen amortigua pero no resuelve problemas políticos, económicos y sociales.