Una de las dimensiones de la construcción revolucionaria del poder popular es la crítica radical del poder burgués-imperialista. Su fundamento es la formulación de Max Weber: el poder es el ejercicio de quien monopoliza legítimamente el uso de la violencia. Este poder, desnudado de artificios, es la violencia ejercida bajo el artificio de la legitimidad que otorga el convenimiento” jurídico que obliga a obedecer a quienes quedan excluidos del uso de tal monopolio, es decir, el pueblo. Es un poder autorizado que termina en la impunidad, pues su legitimidad deriva de una frágil y acomodaticia legalidad.
Marx formula una crítica radical en tres niveles: en el nivel político crítica la separación de la política de la economía, la separación entre Estado y sociedad civil. Critica que dentro del capitalismo y la democracia liberal que le sirve de envoltura política, el hombre real sólo existe como hombre egoísta desgarrado de la comunidad. Y como ciudadano, sólo existe como abstracción pues la concentración del poder en élites lo excluye del ejercicio de sus derechos y deberes. Postula “que toda emancipación es la reducción del mundo humano, de las relaciones, al hombre mismo”. Por tanto, en su sentido más amplio la revolución es la superación del hombre egoísta mediante la recuperación de su condición social, mediante su integración a la comunidad, territorio de la convivencia humana.
Y superación del ciudadano abstracto mediante su transformación en ciudadano real, politizado en comunidad. En fin, transformación de la comunidad en comunidad política, capaz de realizar su autogobierno.
Es el poder político lo que hace posible la comunidad política y la política. Y es la ética crítica su contenido constitutivo y su objetivo fundamental: producción, reproducción y desarrollo de la vida humana libre, vital, plena y gratificante del sujeto ético en comunidad. Lo que diferencia un poder y una política de otra es si crea las condiciones de realización práctica de este principio de la ética crítica. El poder revolucionario del pueblo es el ejercicio de la ética y la moralidad. Su fundamento y legitimidad deriva de si este poder político es vivido y simbolizado como algo interno a la comunidad, que emana de ella y se sustenta en principios éticos mediante la participación. Si el poder político es vivido como externo, como imposición, y es sentido y simbolizado como coerción arbitraria, es entonces un poder que se simboliza como amenaza y negación de la vida.
Igualdad/desigualdad, comunitario/privado, solidaridad/ egoísmo, unidad/división, independencia/sumisión, rebelión/obediencia, vigilancia crítica/aceptación pasiva, ciudadanos críticos/súbditos obedientes. He aquí las parejas contradictorias que definen la naturaleza y los límites del poder político. Las primeras resumen la construcción del ciudadano crítico y consciente de unos derechos que, como políticos, sólo pueden ser ejercidos en una comunidad política, humanizada, solidaria y crítica, mediante la participación. Es la construcción de, digamos los consejos comunales, como núcleos del poder popular.
Conversión de la democracia liberal burguesa, del formalismo burocrático de la “igualdad ante la ley”, en democracia verdaderamente participativa mediante un proceso de concienciación política de la “sociedad civil”.
Lucha política para restituir a la comunidad todas las fuerzas secuestradas y absorbidas por el Estado parásito que se nutre de la sociedad y que paraliza el libre desarrollo de todas sus potencialidades.
Participación crítica, solidaridad, unidad, independencia, rebelión, vigilancia crítica. He ahí el camino para la construcción del poder popular.