El sistema capitalista produce enfermedades estructurales: el desempleo, la miseria, el hambre, la pauperización cultural, la salud precaria, la agresión al medio ambiente. La afirmación no necesita argumentación es suficiente ver el mundo que nos rodea.
El Socialismo ataca la raíz de todos estos males, a la desintegración social, al egoísmo, a la falta de amor. Ya desde Cristo y su “amaos los unos a los otros” se ha detectado a la fragmentación social como soporte de todos los infortunios. El Socialismo, su filosofía, apoya el anhelo de fraternidad de la humanidad en una columna material: la eliminación de la propiedad nosocial de los medios de producción. De esta manera la humanidad tiene trazado el rumbo de su redención: relación amorosa en lo espiritual y lo económico, única manera de conquistar lo que por milenios ha predicado y anhelado el lado más luminoso de la humanidad.
Ahora bien, cuando un proceso pretende ir al Socialismo, cambiar al mundo, alerta a las fuerzas del capitalismo, todas sus armas se conjuran contra el intento de redención. Se establece una feroz lucha entre lo nuevo y lo viejo que cruza a toda la sociedad, inclusive -y muy importante- a los factores revolucionarios, a los dirigentes.
En esta confrontación la reacción, la derecha, el capitalismo, usa todas sus armas, desde el asesinato de dirigentes hasta las dificultades económicas que se suman a las producidas por el espanto del capital frente al control estadal. No obstante, y esto es fundamental, de vida o muerte, la batalla principal se escenifica en el alma de las masas, es allí que todo se decide.
Cuando la dirección revolucionaria es capturada por la socialdemocracia, por el reformismo que se caracteriza por no tocar al sistema de propiedad nosocial, es donde se origina la imposibilidad de tener éxito en la batalla espiritual. Así, la revolución aniquila el fervor revolucionario de las masas, se pierde el rumbo de una causa, en ese instante se decreta la derrota en la batalla espiritual, en la batalla cultural. Todas las dificultades se agigantan, la capacidad de respuesta de las masas revolucionarias está disminuida, sucumbe en la dispersión y el egoísmo.
Esto que hoy padecemos, que llaman “guerra económica”, es la reacción, los efectos del capitalismo frente a la Revolución Chavista exhausta, estafada, despojada de su fuerza espiritual por la socialdemocracia que hoy la dirige. La Revolución inerme, sin fuerza espiritual, es incapaz de hacer frente a la mínima dificultad, la derrota el vuelo de una mosca, todo se agranda frente a la debilidad de una masa desorientada, sin jefatura creíble, sin causa que defender.
El gobierno errático, sin rumbo, dubitativo, pero siempre protegiendo al capitalismo, es determinante en la llamada guerra económica, el capitalismo con su carga de infortunios avanza con las acciones del gobierno.
Es urgente, de vida o muerte para la Revolución, retomar el camino del enfrentamiento con el sistema capitalista, del desmontaje de las relaciones capitalistas, que el gobierno deje de ser factor principal del desarrollo capitalista. Sólo así conseguiremos restituir la espiritualidad de las masas y hacerlas capaces de resistirlo todo, de dar combate en la guerra cultural. Con un pueblo fortalecido, con una dirigencia clara en sus objetivos, sin ambigüedades, no habrá ataque del capitalismo capaz de derrotar a la Revolución.