La primera aparición del Presidente Maduro este año 2017, en el Cuartel de la Montaña, nos obsequió una completa radiografía del gobierno. Para entender el campo oficialista es suficiente estudiar ese evento que fue como una presentación del elenco, de los diferentes actores que pugnan, jalonean, alrededor del trono. Podríamos calificar ese acto como la primera entrega de una obra que va llegando a su final. Veamos.
El protagonista, el Presidente, errático, repetitivo, angustiado, su discurso se puede resumir en “quiéranme que yo reparto, apóyenme que yo les doy”. Rodeado por los Ministros tristes, asustados frente a la asignación extravagante de cargos que les puede ubicar en destinos insólitos, saltar de un ministerio a otro, de un papel a otro con la facilidad de un actor de Hollywood, un día interpretan a un diputado, después a un gobernador, más allá ministro de esto, ministro de esto otro; todo en la fantasía del teatro. En los papeles principales los aduladores declamando alabanzas.
En la segunda fila, el Partido melancólico, desplazado por un “carnet mi negra” que pulverizó cualquier organización, transformó al individuo en un código de barras. Más atrás, el verdadero poder resalta, con un lustroso uniforme, una gorra de gala, una actitud solemne, un silencio que anuncia.
Más allá, casi fuera de escenario, los extras pidiendo, saltando alegres con la rebatiña de promesas, salieron del acto con los bolsillos vacíos pero las expectativas de un magnate.
La obra, el acto fue aburrido, sólo destacan las alabanzas descaradas de los favorecidos con ascensos, las barbaridades de los discurso que más son efectos especiales que conexiones con la realidad. Sobresale la reducción del jefe del Partido a una especie de conductor de un programa de televisión. Y como acción central, las palabras del verdadero poder, el uniforme habló parco, medido, indescifrable.
La obra de teatro del gobierno en 2017, la verdadera, se escenifica en la vida real. Comienza con el comunicado del General Padrino, es una declaración que evidencia la debilidad del gobierno, que sepultó las leyes de la democracia burguesa, el concepto de mayoría lo manipula a su conveniencia, el concepto de legitimidad es el de un pran. Y, simultáneamente, guillotinó al Socialismo, al Chavismo, al Plan de la Patria. El gobierno habla de Socialismo y con la mayor desvergüenza convoca en el mismo acto a los empresarios capitalistas. Es un gobierno sin teoría coherente, sin discurso creíble, sin práctica medianamente eficaz y sin apoyo real de las masas, que llega a niveles de impopularidad crueles.
El comunicado del General Padrino, aunque parezca paradójico, muestra la fractura de los militares, es histórico que siempre que salen los altos mandos a respaldar al gobierno, a jurar que cumplen con su deber, es señal de ruido de sables. Los militares, con su aparición en escena, disputan el protagonismo.
Ahora el Partido hace más falta que nunca. Sin embargo, el campo civil se pierde en alabanzas y cautelas pragmáticas, se desconecta del corazón de la gente, es un club de jalabanzas. El gobierno no emociona, no hay referencias. La situación económica se agrava, la conciencia se deteriora hacia el sálvese el que pueda, la guerra de todos contra todos, llegamos a los tiempos en que mono no carga a su hijo.
El próximo acto de esta obra de teatro, la real, amenaza con arrasar a los actores de la ficción de hoy, algo quedará en pie, eso está por verse. Falta la actuación de dos protagonistas que aún no aparecen: el Chavismo auténtico y el soldado desconocido.