Ver tambien el segundo artículo de esta serie
Este es un conjunto de cuatro artículos destinados a favorecer el debate dentro de los colectivos populares respecto al fenómeno revolucionario, su nacimiento en nosotros, las condiciones de su desarrollo como la construcción de las bases mínimas para la consolidación de una “izquierda revolucionaria” (social y política) que sirva de vanguardia colectiva al proceso más allá de sus actuales voceros y de los límites de hoy. Una izquierda que no se mide desde la razón de gobierno, sus programas y las cuotas de poder que alcance, así se diga “revolucionario” o celestial, sino en la realización liberadora que el proceso revolucionario desde sus bases produce y lucha por él. Buscamos igualmente aportar a ese complejo debate que existe en torno a la diferencia entre revolución, gobierno y estado. Queremos en definitiva ayudar a fomentar el desarrollo de una izquierda revolucionaria y libertaria que se soporte en la fuerza de su propio empuje popular y su lucha anticapitalista, antiimperialista y antiburocrática.
En la Venezuela de comienzos de siglo XXI existe un gobierno presidido por alguien que es sin duda una figura clave dentro de las luchas nuestras y de los pueblos del mundo, Hugo Chávez. Sin embargo esto no garantiza la existencia de una revolución ni mucho menos. La modesta revolución que vivimos o cualquier otra posee un desenvolvimiento contrario o al menos muy distinto a cualquier gobierno, sea el que se quien lo presida. Estamos claros de que hay demasiadas cosas que dependen del desenvolvimiento y posiciones que tenga un gobierno en un momento dado. Y evidentemente, por el poder que condensa, cualquier gobierno puede o matar, neutralizar o ayudar a una revolución en curso, sin embargo ningún gobierno “es” la revolución. La autonomía revolucionaria, es un principio fundamental que garantiza a nuestro parecer el devenir de la revolución misma. Por tanto nos basamos en el principio de que ella constituye un fenómeno mucho más profundo y trascendente que es necesario ubicar, conocer su desenvolvimiento, límites y perspectivas.
En Bolivia por ejemplo la revolución no comenzó con llegada de Evo Morales a la jefatura del gobierno, es previa a esto, llevada por grandes picos insurreccionales que comienzan en el 2003 con la insurrección y caída del Presidente Sánchez de Lozada, y ahora es que falta. En otros casos la continuidad de regímenes de gobierno que se han reclamado de alguna revolución originaria que le dio vida a un determinado régimen, tiempos después se han convertido en sus verdaderos verdugos. Es el caso de la URSS de Stalin, la China de hoy, etc. En México, en tiempos de la revolución mexicana, más bien pudimos ver como uno y otro gobierno caían (Madero, Obregón) sin embargo la revolución proseguía su curso al menos hasta que los dos grandes ejércitos populares que la garantizaron, el de Villa y Zapata, fueron definitivamente derrotados. La revolución, o cada revolución, como fenómeno eminentemente social tiene en este sentido su propio tiempo, su espacio, sus propios sujetos, sus exigencias y sus caminos de desarrollo. Para decirlo en términos más clásicos, es el momento más intenso y político que adquiere la lucha de clases.
Pasando al punto de este primer artículo, comencemos por decir, aunque muchos como que no están muy convencidos de esto o quieren mitificarla utilizando la figura de Chávez y el envoltorio de gobierno que lo rodea, que en Venezuela SI ESTAMOS VIVIENDO LOS PRIMEROS MOMENTOS DE UNA REVOLUCION. Es decir, poco a poco todos nosotros como sociedad sentimos ser absorbidos en una onda transformadora que crece modestamente pero indeteniblemente, empezando por nuestras mentes, los deseos que corren por nuestros cuerpos, hasta las normas que ordenan la vida social, las relaciones entre los que han sido tradicionalmente los dominados, los oprimidos, los explotados, y los que han dominado ese gran conjunto social que llamamos nación, pueblo, sociedad civil, etc. Y obvio, son situaciones que algun@s odian, otr@s le temen, otr@s intentan aprovecharse de ella y otr@s la adoran. ¿Y por qué tanto afán en el asunto?. Porque las revoluciones, al menos desde que ellas aparecieron en el mundo en su forma moderna, hace unos trescientos y pico de años por allá en Inlaterra, son como los grandes amores, hechos llenos de conflictos, de dudas, de retos, de peligros, pero donde el deseo humano se explaya sin límites unido a algo muy curioso y es la rara necesidad de que todos y todas y no solo un@ o un@s cuantos seamos tremendamente felices. Esto no es precisamente lo que les gusta a las encumbradas aristocracias criollas que han gozado y vivido de la tristeza y la sumisión de la mayoría. Sea lo que sea tal apertura de lo hacia lo humano en todo su deseo y belleza como el amor a él, parece ser la clave íntima de toda revolución.
Como en todas ellas, dentro de una revolución, cualquiera que sea su nivel de extensión e intensidad, cada vez más cosas son cuestionadas y cada vez más gente se une a esta honda cuestionadora. Cuando esta onda rompe los bloqueos internos y externos que nos rodean y derrota a sus enemigos se convierte en algo arrollador, un abismo sin gravedad. Ese es el camino por donde se nutre y fortalece el fenómeno revolucionario. La revolución en sí no es por tanto solo un nuevo orden social y político que nace, es un nuevo espíritu que va impregnando a millones de seres centrado en la necesidad abierta y sin límites de destruir todo lo que nos esclaviza y liberar esa magia preciosa que todos los seres humanos llevamos junto al deseo de vivir: la magia de la creación, la magia de la solidaridad y el amor universal, del compromiso con el otro, la magia de la alegría común, la magia de la de la producción y la innovación perpetua.
¿Y por qué entonces hoy en día avanza una revolución en Venezuela? Porque al menos por estas tierras ese espíritu liberador no es algo que solo sobrevive en pequeños grupitos que lo asumen como sueño acorralados por un orden opresivo aparentemente inquebrantable. Es un fenómeno desbordado, un acontecer que vivimos centenares de miles diariamente, en mil formas distintas, donde ya no importa cuán mayoritario o no pueda serlo, el hecho es que se difunde, que crece, que invade a un número cada vez más importante de individuos, colectivos y comunidades que empiezan a verse a sí mismos como “revolucionari@s”, rebeldes con causa concreta que no están dispuestos a aceptar ninguna esclavitud, venga de donde venga, sea quien sea, el que se las imponga.
Como hecho real y procesual dicha rebeldía aparece en nosotr@s desde diversas intensidades y situaciones, infinitamente distintas. Pero digamos que “grosso modo” la ruptura con la esclavitud en el mundo de hoy simplemente puede comenzar con sentirse feliz de tener un centro de salud cerca, un mejor salario, conseguir una vivienda pagable o se le consiga un trabajo, o que simplemente que la “autoridad” nos respete como seres humanos con necesidades y derechos. Pero no es esto el fenómeno revolucionario como tal. Este se constata desde el momento en que una situación vivida colectivamente como germen de lucha a su vez sirve de abono para dar el paso de lo que llamaba Gramsci el salto del “sentido común” al “buen sentido”, de la sumisión inconciente y hasta deseada al sentido crítico e insumiso sin concesiones vivido masivamente. “A mi nadie me compra con un paquete de comida”, diría el que se anota por esta vía, todo comienza más o menos por allí (el estado populista deja de funcionar y “amansar” a las mayorías).
La revolución necesita de un ambiente político de libertad y respeto al pueblo que en lo que respecta a nosotros a grandes rasgos lo garantiza el nuevo régimen constitucional aprobado en 1999 y la voluntad de gobierno para acatarlo. Esto facilita que muchas veces ese “salto de conciencia” provenga de la palabra formadora que millares de militantes comprometidos y con mayor experiencia ejerce sobre un conjunto más amplio “no formado”, aprovechado el clima de libertad abierto. Otras veces, quizás la mayoría, proviene de la misma dinámica colectiva, amparada en un primer momento en sus propias reivindicaciones y demandas que al ser por lo general frustradas por los múltiples bloqueos del sistema radicalizan sus posiciones hacia visiones y disposiciones más amplias de lucha. Esta situación amerita la existencia de una colectividad mínimamente organizada que empezó configurando pequeños bolsones de resistencia que poco a poco se convierten en un amplio poder popular. Pero hay también un inmenso conjunto de compatriotas que terminan involucrados dentro de la “hola revolucionaria” sintiéndose llevados por ella, ya sea por los fenómenos (recordemos el 13 de Abril 2002) que este huracán es capaz de producir (fenómeno equivalente a los que los revolucionarios clásicos sugerían al hablar de “huelga general”, “insurrección”, etc) o por las pequeñas mareas que ella genera cotidianamente a través de cualquier movilización, huelga, protesta u otra acción autónoma que “la clase” como comunidad, como multitud en lucha, genera desde sí misma. La revolución, su inicio como su desarrollo, solo se puede realizar a través de grandes explosiones de rebeldía social que van rompiendo murallas de bloqueo y abriendo nuevos y más amplios caminos de expansión política y conciencia social.
Ese es el salto revolucionario básico. A partir del acto de conciencia en integración permanente con los hechos de rebeldía, de pronto muchos y cada vez más se dan cuenta que estamos arropados por un sistema de opresión que no se limita a tal o cual carencia, a una u otra injusticia, que se trata de algo que nos invade por todas partes. Las ideas que llevamos en mente, los valores que nos han hecho respetar, los mandos que obedecemos, las normas que acatamos, los prejuicios que alimentamos, los sometimientos que aceptamos, hasta los objetos que deseamos tener y las cosas que buscamos consumir. Y una cosa importantísima que siempre terminamos descubriendo. Como decía un viejo mural del 23 de Enero que “para que alguien amase una fortuna es necesario que cientos se conviertan en su harina”. Es decir, descubrimos que la base de toda esta suma de esclavitudes larvadas hasta en las entrañas de nuestros cuerpos y vividas como “cosa normal”, “porque así es el mundo y que le vamos a hacer”, nada de tiene de normal ni de eterno, descansa exclusivamente en la explotación que hacen algunos pocos de la gigantesca fuerza productiva y creadora que somos todos los que necesitamos trabajar para vivir. Y suponiendo que no pudiesen hacerlo porque simplemente nos negamos a vivir como animales de carga de sus intereses, descubrimos que todo ese monstruoso mundo de esclavitudes sin límites se vendría abajo. Tomamos conciencia de que este no es más que un “tigre de papel” como decía Mao. Así mismo y de inmediato, descubrimos la cantidad de hipocresías, de mentiras, de manipulaciones, de utilizaciones y compras de voluntades, de represiones y hasta de matanzas, que se construyen, dicen y hacen diariamente para justificar esta maldición de la explotación del hombre por el hombre.
Es en ese momento, dentro de ese hervidero interno que rebota por nuestras pieles y que nos emplaza a actuar, a decir ¡ya basta!, cuando nace realmente el sentido de clase y de su esencial autonomía. Somos los parias de la tierra, los condenados a la pobreza, a la sumisión, a la ignorancia, a ser objetos que manipulan a su conveniencia, pero también con maravillosa claridad terminamos entendiendo que somos los únicos que producimos la riqueza necesaria, los verdaderos protagonistas de este mundo, por tanto somos el pueblo oprimido, “la clase” que nada tiene pero que todo puede cambiar, y somos sólo nosotr@s los que podemos hacerlo…¡echémosle bola pues!.
Esa es la “decisión revolucionaria”, el paso hacia el compromiso militante. Decisión que se multiplica geométricamente por estos rincones del planeta tierra y que hace de la Venezuela de hoy una esperanza revolucionaria para el mundo. Por supuesto, no todos llegamos hasta allí, no es una progresión lineal y mecánica de una condición humana a otra. La condición militante, que trataremos más adelante aunque aprovechamos para reivindicarla enteramente, es quizás la circunstancia ética más difícil de alcanzar en todo proceso de cambio, aunque la fragua de su formación y multiplicación lo convierte en el sujeto más temido y odiado por los enemigos del ideal revolucionario. El nacimiento y reproducción del fascismo desde el golpe de Mussolini en 1924 hasta el golpe de Carmona o la invasión al Líbano en este siglo, se explica fundamentalmente como un intento desesperado de las clases dominantes por extinguir por vía del despotismo y el genocidio este sujeto rojo y negro que crece y que tanto odian. ¿Se acuerdan el odio y terror a los círculos bolivarianos?. ¿Se acuerdan de las 24 horas de fascismo que vivimos y lo que hicieron contra ellos en esas pocas horas que tuvieron de gobierno?.
En conclusión: la revolución nace –o muere- en nosotros, nadie es capaz de sustituirnos en esto así quieran mostrarse como los voceros predestinados de la revolución misma, o sus “representantes” incuestionables. Si hay una cosa extraordinaria en todo fenómeno revolucionario es esa capacidad de muchísimos de entender, de analizar, descubrir por donde sea la mentiras de ayer y que hoy se reproducen por igual para mantenernos en ese status de “masa de maniobra” o “aplaudidores de oficio” de quienes nada tienen que ver con la producción material y concreta de los valores espirituales, sociales y materiales que constituyen la materia prima del sueño revolucionario. La revolución sólo se constata participando o yendo hasta lo más bajo e invisible de la sociedad, allí donde ella adquiere su plena verdad y su absoluta concreción.