Cómo vencer la corrupción dentro de un proceso revolucionario

Siempre he escuchado decir y he leído también que el poder corrompe. Pero a Bolívar no lo corrompió el poder, y murió con una camisa prestada (que nunca devolvió). A Gandhi no lo corrompió el poder, que andaba prácticamente semidesnudo, en vagones de tercera en los ferrocarriles cuando viajaba, comiendo frutas secas y sentándose en el piso. A Sucre tampoco lo marearon los cargos y los honores, ni al Che Guevara ni a Sandino, ni a Morazán, ni a Zapata, Pancho Villas, Salvador Allende, ni a Durriti ni a Azaña. Tampoco a Hugo Chávez. Así que hay ejemplos. El poder no corrompe a todo el mundo. Corrompe aquel que ya de antemano viene maleado, y sin principio, sin conciencia revolucionaria. Es decir está maduro para “dejarse”. Un gobernante se corrompe porque se amilana, porque se acojona, porque va perdiendo carácter, y prefiere hacerse el loco ante los que roban, ante los que estafan y ante los que no trabajan ni dejan trabajar. Muchos personajes que ingresan en un movimiento político con alguna aureola revolucionaria deben ser muy severos consigo mismos para no hundirse en la degradación que traen los elogios, la figuración, la adulación. Ciertos personajes con calidad humana y condiciones políticas para la lucha revolucionaria, que venían de familias humildes y que habían pasado hambre y grandes privaciones, cuando comenzaron a regentar soberbias oficinas con un tren de cuatro o cinco secretarias, con choferes y buenos viáticos, y pasaron a vivir en mansiones, con diez maromeros vigilantes, con cinco pajes y media docena de mayordomos, entonces se les fueron afofando las gónadas y se encontraron con que estaban perdiendo el respeto y el auténtico mando. Del primer vértigo en las alturas, para subsistir sin ser molestados, buscaron cuadrarse con los expertos en marramuncias, que por caraduras y pervertidos sabían conservar sus cargos y moverse en toda clase de cloacas.

Así se pierde toda voluntad, toda capacidad de mando, toda autoridad, y es cuando comienza a delegarse funciones y entran a dominar los escenarios los mediocres segundones.

Hubo políticos de fuste a los que se les fueron los tapones y terminaron siendo aislados déspotas como Santander, Páez, Juan José Flores, Antonio Guzmán Blanco, José Tadeo Monagas. Pronto tendremos que escribir la historia de los gobernantes que les ha tocado servir al lado del presidente Chávez, y que hasta los momentos ni huelen ni hieden, y continúan en una rara y turbia luna de miel con adecos y copeyanos. Habrá que ir ya escribiendo esa historia que no va ser nada agradable, y que va a causar muchas sorpresas cuando sus intríngulis salgan a la luz pública. Deben estar ya por allí esos historiadores que en otras épocas de lucha y revolución fueron los albaceas espirituales de sus tiempos; por allí deben andar un José Manuel Restrepo, un José María Baralt, un Joaquín Posada Gutiérrez, Juan Vicente González, Cecilio Acosta o un Luis Level de Goda, estructurando ya, recogiendo, armando las memorias con las que serán elevados o juzgados los actuales jefes políticos de la Revolución Bolivariana. Un juez que puede ser el pueblo mismo, un testigo de excepción (que hay muchos), por las medidas revolucionarias que en un momento dado debieron tomarse pero que por cobardía se dejaron de lado.



Sin ninguna duda que la única manera de impedir la perdición de un proceso revolucionario es mediante el control de la participación comunitaria. Es allí donde se descubre quién cada cual, y lo que desea realmente. Es mediante la reunión y la discusión en las comunidades donde se conocen los valores de cada cual, la capacidad para la lucha, la constancia en el trabajo, la solidaridad con los vecinos, compañeros, con el pueblo en general. Los que nos representan en los cargos deben asistir a estas reuniones y ser capaces de oír las críticas y también de criticar las ideas de los demás. Ahí deben reconocerse las culpas, los errores y admitir la derrota en las tareas que fueron encomendadas y que no se cumplieron. Allí se está para averiguar lo que cada cual piensa de los logros y fracasos. En esto los programas de radio cumplen una excelente función.

Sostiene Noam Chomsky, los siguientes puntos en relación con la organización social, y que debemos tener siempre en cuenta:

Hasta que no disolvamos los centros de poder privado y consigamos un poder popular sobre la toma de decisiones sobre lo que se produce, lo que se invierte, etc., la batalla va a continuar indefinidamente.

No basta con salir y firmar una petición, y que te vuelvas a tu casa y sigas haciendo lo que hacías, porque de este modo se pierde la continuidad, no existe un compromiso real, ni una actividad sostenida que construya una comunidad del activismo. Si tuviésemos instituciones populares estables, seríamos capaces de recordar cómo fracasamos la última vez, en lugar de que alguien cometa una y otra vez los mismos errores, y sabríamos que esa no es la manera de hacer algo.

Lo que lleva a la frustración y a que la gente deje la lucha es que se hagan ilusiones de cómo funciona el poder y se producen los cambios. Si uno no tiene ilusiones, no se quema con el fracaso, y la manera de superar las ilusiones es creando nuestras propias instituciones, donde podamos aprender de las experiencias. (Bolívar en tal sentido decía que vale mil veces un desengaño que mil ilusiones). El desengaño es una de las cosas más terribles que suelen sufrir los que se mantienen dentro de la lucha revolucionaria. ¿Cuántos bandidos han pasado por la administración pública que cuando se alistaron como “revolucionarios” los veíamos humildes y sencillos, y apenas se hicieron con el poder de un alto cargo se olvidaron de las necesidades del pueblo, se aislaron protegidos por vigilantes y guardias y se dedicaron a robar y a mentir?

Un verdadero revolucionario no puede permitir que lo acepten en los círculos de la élite de los que controlan el poder aislados del pueblo.

No se puede hacer algo que valga la pena sin jugarse la vida, sin que nos amenacen, sin que estemos expuestos a perder un cargo por ser fieles a la verdad, al respeto que se merece el pueblo. Deben ocurrir una serie de cosas que comienzan con la conciencia. Obviamente sin conciencia no haces nada; no haces nada a menos que conozcas que hay que hacer algo, por lo cual ése es el comienzo casi por definición. Uno adquiere conciencia haciendo cosas.

Existe una interacción entre conciencia y acción, y en ocasiones los pasos que hay que dar para conseguir los cambios exigen llevar las cosas al nivel de la lucha revolucionaria violenta.

Los verdaderos agentes del cambio son las personas que trabajaban en la base. OJO: parte de la técnica de despojar de poder a la gente consiste en asegurar que los verdaderos agentes del cambio salgan de la historia y nunca sean reconocidos en la cultura por lo que son. Así es preciso distorsionar la historia y hacer como si todo fuese el fruto de Grandes Hombres, y así se enseña a la gente que no se puede hacer nada, que está desamparada, que ha de esperar a que venga algún Gran Hombre y actúe e su lugar.

Nadie hace nada por sí mismo. Cuando empiezas a invadir el poder, te das cuenta de que es preciso defender tus derechos y esa defensa en ocasiones exige la violencia, y entonces la usas o no, en función de tus valores morales… la violencia suele venir de los poderosos, la gente suele decir que procede de los revolucionarios, pero normalmente ello se debe a que han sido atacados y se defienden entonces mediante la violencia.

El hecho de que las sociedades actuales estén estratificadas y divididas por odios, significa que las élites no tienen que ir muy lejos para encontrar gente dispuesta a ejercer la represión.

La esperanza radica en una mayor solidaridad internacional.

Las instituciones económicas deberían ser gestionadas democráticamente, por sus participantes y por las comunidades en que viven.

En una democracia el poder debe estar no sólo “formalmente” en la población sino “de hecho” en la población; lo que significa que los representantes pueden ser interpelados, responder ante las comunidades y pueden ser sustituidos. De hecho, debería darse la máxima sustitución posible, de modo que la participación política se convierta en una parte de la vida de cada individuo.

No es necesario reunir grandes masas de personas para decidir cada asunto, sería inviable y absurdo. Va a ser necesario elegir comités para examinar las cosas e informar luego, una y otra vez. PERO, ¿DÓNDE RADICA LA AUTORIDAD?

El socialismo es un esfuerzo para conducirte al punto en que puedas “afrontar” los problemas humanos.

o- La idea de que la gente pueda ser libre, resulta extremadamente aterradora para cualquier persona con poder.

Lo que lleva a una persona a promover el cambio social son ciertos principios que uno quisiera ver realizados… como nadie sabe suficiente qué efectos tendrán a largo plazo los cambios sociales a gran escala, creo que lo que deberíamos hacer e ir paso a paso. Lo importante es introducir cambios y ver qué sucede, y si funcionan, hacer más cambios. De hecho, eso es válido para todo.

Toda forma de autoridad, dominación y jerarquía, toda estructura autoritaria tiene que probar que está justificada. No tiene una justificación a priori… algunas no tienen justificación moral ni justificación en los intereses de las personas situadas debajo en la jerarquía, o de otras, o del medio ambiente, o del futuro, o de la sociedad, de nada. A veces sólo están para mantener a ciertas personas en la cúspide, y así su autoridad es ilegítima y debe ser desmantelada.

Si quieren pensar por su cuenta van a tener que pagar un precio. Hay que empezar comprendiendo cómo funciona el mundo: el mundo no recompensa la honestidad y la independencia recompensa la obediencia y el servicio. Una vez que has comprendido esto, muy bien, entonces toma tus propias decisiones. Si tu elecciones es que quieres ser independiente, aunque sepas lo que eso supone, entonces debes seguir adelante en el intento, pero en ocasiones esta es una elección extremadamente difícil. Se debe ayudar a la gente a comprender cuál es la realidad objetiva. Se puede ganar mucho con el activismo, pero también se pueden perder muchas cosas, no exentas de importancia, por ejemplo la seguridad.

En los sesenta mucha gente se lanzó al activismo y pocas parejas lo superaron. Y no porque se odiasen o algo así, simplemente era una carga emocional excesiva, incluso si participaban los dos, algo se rompía. Aquella época fue como una oleada, particularmente después de algunos de los grandes procesos políticos. Algunas permanecieron unidas mientras duraba el juicio e inmediatamente después se divorciaban. Era excesivo. Eso es un reflejo de lo que acostumbra a suceder en general cuando te involucras realmente en serio (CASO: el matrimonio de Chávez, la familia de Fidel, etc.). La lucha revolucionaria exige un máximo de sacrificio y uno debe estar dispuesto a darlo todo.

Hay que crear organizaciones populares estables y una cultura de preocupación, compromiso, activismo y solidaridad que pueda ayudarnos en estas luchas y a romper algunas de las barreras que se han creado para dividirnos y distraernos.

El poder nunca estuvo en manos del pueblo. Durante el siglo XIX, el poder concentrado empezó en las corporaciones.

GRAN PREGUNTA A LA QUE CON VALOR DEBEMOS DAR UNA RESPUESTA: ¿Qué hacer para invertir la tendencia al fracaso? ¿No tenemos que cambiar la psicología del ser humano antes de que pueda prosperar una revolución libertaria?

¿QUÉ DICE USTED?


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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