¿Una oportunidad histórica para hablar de Dios? (I)

"Huele a azufre, pero Dios está con nosotros"

Hugo Chávez

"¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: "¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!". Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron la risa. [...] El loco se encaró con ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: ¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la Tierra de la órbita del sol? [...] ¿No caemos sin cesar? ¿No caemos hacia adelante, hacia atrás, en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío [...]? ¿No hace más frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? [...] ¡Dios ha muerto! [...] ¡Y nosotros le dimos muerte! ¡Cómo consolarnos nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? [...] La enormidad de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros?"

Friedrich Nietzschel

"La idea de un eclipse de Dios significa la reducción de Dios a un mero objeto de discusión, de duda, de reflexión; ese tratamiento que oculta a nuestros ojos su presencia real e impide que el hombre se relacione con Él como un yo con un tú, en vez de un yo con un ello. El eclipse de Dios es pues, la ausencia de la relación con Él. Esta es la enfermedad espiritual básica de nuestro tiempo".

Martin Buber

"No le tengo miedo al imperio, no le tengo miedo a nada. No le temo a Dios, porque Dios me ama"

Nicolás Maduro

"Si Dios se impone ante el Socialismo, será derrotado"

Elías Jaua

I. Preguntas

Dios. Sí, pero, ¿Qué Dios? ¿De qué Dios hablan Maduro, Jaua y Chávez? ¿Del Dios que premia y castiga? ¿Del Dios que no deja pasar ni una sola? ¿Del Dios del juicio del día final? ¿En que Dios creen Maduro, Jaua, Chávez y los integrantes de la ANC? ¿En el Dios de la ley y el orden o en el Dios de la gracia y de la salvación? ¿En el Dios de la muerte y del infierno o en el Dios de la vida sin fin? ¿Se compaginan las ideas de Maduro y Jaua sobre Dios con lo que se dice en la palabra inspirada? ¿Es el Dios de Maduro y Jaua el encarnado en Jesús de Nazareth en Buda y en Krishna? II. La palabra "Dios"

La palabra Dios existe. En eso, al menos, todos estamos de acuerdo. Ha sido inventada hace miles de años y ninguna puede compararse con ella. Para hacerla desaparecer, tendríamos que destruir toda la cultura humana. Pero se diría que en nuestros días se ha producido como un desgaste, y que esa palabra está perdiendo vigencia y actualidad. Parece que el mundo camina en una dirección opuesta a la de un Dios que lo controla y lo gobierna todo. ¿Le habrá llegado la hora?

Es una palabra habitual, una palabra entre otras muchas. En un primer momento no dice nada especial acerca de lo pensado. Pero no es como un dedo índice que puede apuntar a cosas conocidas: un árbol, una mesa, el sol. Por eso se trata de una palabra un tanto vacía. A veces tiene en nuestra existencia cotidiana un sentido muy desgastado. La exclamación "¡Dios mío!" puede estar en labios de cualquiera, aunque no tenga ninguna relación con este Dios. Se trata, además, de una palabra que puede presentar a veces una falta de perfil realmente terrible, que no dice absolutamente nada, como un rostro ciego. Pero incluso en este vacío se oculta un pequeño indicio positivo. Dios dice tanto como el innominado, el inefable, el silencioso. Es la palabra última antes del enmudecimiento. Es una palabra con su propia fuerza y su propia capacidad de resistencia. Incluso quien a Dios, la tiene en los labios. También el ateo tiene que recurrir a ella cuando quiere decir que en su opinión Dios no existe. Que se dé esta palabra y que se mantenga porfiada a pesar de todas estas debilidades y dificultades merece, ya de por sí, una reflexión. Y son precisamente los historiadores de las religiones quienes nos dicen una y otra vez que se trata de una palabra especial. Aunque tiene sonidos muy diferentes en las diferentes lenguas, es mucho lo que confluye en un sentido parecido.

Se ha formulado incluso la pregunta de si es una palabra como todas las demás, que significa un objeto, un eso, una cosa o si se trata de una palabra de un género diferente, algo así como una exclamación, un grito de llamada, de petición de auxilio. Martin Buber ha defendido con mucho empeño esta segunda tesis, según la cual esta palabra "Dios" sería solo un vocativo, un término una palabra de la que puede decirse "Él" o una palabra neutra que establece una relación. Solo existe como tratamiento: "Mi Dios", "Tu Dios". Nuestro discurso cotidiano habitual ofrece un aspecto totalmente distinto. Ciertamente existen ya en el Antiguo Testamento testimonios que no confirman inequívocamente a Buber. Existen otras maneras de hablar de Dios aparte este grito de llamada o de socorro. Pero en su núcleo, Buber ha tocado algo decisivo precisamente en el originario discurso sobre Dios, es decir en la oración.

Si analizamos con exactitud lo que realmente pensamos cuando pronunciamos la palabra "Dios", comprobemos que incluso en el más habitual y familiar discurso esta palabra "Dios" nos viene siempre a los labios cuando de alguna manera recordamos la totalidad de nuestra realidad. "Dios mío" significa como mínimo que he olvidado algo importante. Aquí ha ocurrido algo que era imprevisible. Aquí hay algo que trastoca todo lo habitual, lo ordenado en mi vida. Cuando decimos "Dios mío" o "Dios", aflora –no siempre de manera plenamente consciente-, a una con la palabra, esta totalidad de la realidad. Aquí percibimos que no existe solo el individuo, tú y yo, esta o aquella otra cosa, sino que se da un todo en el que nosotros nos hallamos ,pero del que no somos simplemente prisioneros, en el que no estamos esclavizados por esto o por aquello ,sino que podemos elevarnos sobre ese todo, y hacerlo, por ejemplo cuando utilizamos la palabra "Dios". Esta palabra "Dios" nos remite, pues, al todo y a su fundamento: aquí llegamos, de aquí partimos, origen y meta. Por eso se trata de una palabra que pertenece de tal modo a la humanidad que sin ella apenas podemos pensar. Es propio del hombre que con pensamientos y palabras se represente ante sí la totalidad del mundo y de la humanidad, que se pregunte por la totalidad. Esta palabra "Dios" se afirma incluso en la protesta contra ella misma. Incluso cuando la rechazo, incluso cuando interpreto esa totalidad de una manera diferente, incluso cuando le doy otros nombres, la empleo en la negación.

La palabra "Dios" permanece, pues, en nuestro lenguaje. No se la puede simplemente eliminar, e incluso en la distracción sigue perviviendo por algún tiempo. Cada uno de nosotros vive del lenguaje de todos los demás. Recibimos el lenguaje, no lo creamos. Todos tejemos en él el tejido de las palabras y las frases, pero no somos los únicos creadores. Debe, pues, decirse algo también desde la perspectiva del lenguaje. Aun prestando la máxima atención crítica a lo que oímos o a lo que nosotros mismos decimos, se debe, en última instancia, confiar en el lenguaje. Tiene algo que decirnos, nos transmite algo: a veces cosas acostumbradas, otras también nuevas, que todavía no conocemos, inhabituales, retadoras. Y así ocurre precisamente con la palabra "Dios", en la que se presenta ante nosotros de particular manera la totalidad de la realidad –su fundamento y su meta-. Esta aquí al menos como pregunta: "¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Hay una meta que podamos nombrar?". No creamos nosotros la palabra, sino que ella nos crea a nosotros, porque nos hace hombres. Se así una cierta "inevitabilidad" de esa palabra "Dios". Y nos deja abierto el futuro, la totalidad de la realidad hacia adelante. Impide que simplemente cerremos nuestro mundo e impida asimismo que creamos que podemos apoderarnos de él, que podemos disponer de él sin límites. Hay siempre en nuestra vida un elemento indisponible, no por adelantado conquistable.

III. Algunas palabras de (sobre) Martin Buber

Martin Buber (1878-1965) ha caído en un relativo olvido. Algunos lo consideran un filósofo menor, si bien nadie le escatima palabras de reconocimiento como ser humano. Buber es considerado el gran instaurador del judaísmo espiritualmente renovado, el impulsor de la posibilidad de relación con un Tú eterno y el principal representante del llamado humanismo hebreo. Nacido en Viena, hablaba con fluidez yidis, alemán, francés, hebreo y polaco. Sionista desde sus años de estudiante universitario, mantuvo una relación conflictiva con Theodor Herzl. Mientras ejerció la docencia en la Universidad de Fráncfort, trabajó conjuntamente con Franz Rosenzweig, traduciendo la Biblia hebrea al alemán. En 1938 se exilió en Jerusalén, huyendo de la barbarie nazi. No se marchó sin ofrecer cierta resistencia, creando instituciones educativas para judíos, que habían perdido el derecho de asistir a las escuelas públicas. Profesor de filosofía en la Universidad Hebrea de Jerusalén, fundó Berit Shalom (Alianza por la paz), un movimiento que apoyaba el entendimiento entre árabes y judíos. Su obra más conocida es Ich und Du (Yo y Tú), publicada en 1923. Su interpretación del ser como espacio de diálogo entre el hombre y el mundo, que presupone la apertura al otro y a Dios, formula un humanismo que identifica la excelencia con la realización histórica de la solidaridad, la paz y la tolerancia. El cuidado del otro no es una pesada carga, sino un lastre liviano que nos humaniza. El otro, especialmente en sus situaciones de indefensión y precariedad, es el fundamento de la ética y la vía de acceso a la trascendencia. No es posible dialogar con Dios si no hay amor y ternura. Dios no es un ídolo, sino una invitación permanente a la fraternidad. El ser humano es el cooperador de Dios en la marcha del mundo. Su corresponsabilidad es un sacramento que se hace efectivo cada vez que el diálogo frustra la tentación de odiar al otro, al extranjero, al diferente. El diálogo no es una herramienta humana, sino la esencia del ser, su raíz ética y ontológica. La palabra compartida es apertura, horizonte, indeterminación, esperanza. En el caso del conflicto árabe-israelí, Buber manifestó en 1958, con sus ochenta años de vivencias y reflexiones: "No puede haber hoy una paz entre judíos y árabes que sea sólo el simple final de la guerra; puede haber todavía una paz basada en el trabajo en común. Bajo circunstancias cada vez más difíciles, el mandamiento del Espíritu es todavía hoy, y más que nunca, ir preparando el trabajo en común de los pueblos".

»Eclipse de Dios. Estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía es una obra que plantea la situación del hombre tras el ocaso de lo sagrado.

"Nietzsche sabía, con más fundamento que muchos pensadores modernos anteriores a él, que el carácter absoluto de los valores éticos hunde sus raíces en nuestra relación con el absoluto….La filosofía moderna ha contribuido al proceso por el cual Dios se ha vuelto irreal para el hombre contemporáneo… La filosofía, al negar el carácter real de la idea de Dios, destruye la realidad de nuestra relación con Él. Esa es la diferencia entre la religión y el Dios de la filosofía. Un Dios examinado y sostenido desde la objetividad del pensamiento y de la abstracción no es expresión del encuentro religioso, y por tanto no es Dios. Un principio abstracto jamás puede ser el contenido de la fe, porque en el sentido más exacto del término, creer significa creer en un tú. La fe es la ‘decisión personal’ por el tú…..La idea de un eclipse de Dios significa la reducción de Dios a un mero objeto de discusión, de duda, de reflexión; ese tratamiento que oculta a nuestros ojos su presencia real e impide que el hombre se relacione con Él como un yo con un tú, en vez de un yo con un ello. El eclipse de Dios es pues, la ausencia de la relación con Él. Esta es la enfermedad espiritual básica de nuestro tiempo…..La intención orientada hacia un ser existente, hacia Uno, es común a todos los hombres creyentes a través de su variada experiencia, aunque no tengan ninguna otra cosa en común… ni la ciencia psicológica ni ninguna otra es competente para investigar el contenido de la verdad de la fe en Dios. Lo que sus representantes deben hacer es mantenerse a distancia, pues no les corresponde emitir juicios sobre la fe en Dios, como si la conocieran. Y quienes lo hacen, es que no la conocen".

La desaparición de Dios priva al ser humano de una perspectiva utópica y profética. Para muchos representa una conquista de la razón, pero otros perciben un vacío ocupado hasta entonces por "el Uno, lo Viviente". Ese escenario surge del silencio imperante cuando nos dirigimos a Dios como «Él» y no como «Tú». Sólo hay un elemento que "saca al hombre del ámbito del pensamiento abstracto y lo sitúa en relación con lo real. Ese elemento es el amor". Dios es un encuentro, no un Espíritu que se despliega en el tiempo, objetivándose en formas cada vez más perfectas. "El Dios viviente, el único que se acerca a la persona y la interpela en las situaciones de la vida real" no es un "ello", sino un "Tú". La reciprocidad es la base de la experiencia religiosa. Esa relación "no se puede mostrar, ni determinar, ni demostrar, pero se puede experimentar". Esa relación surge en lo cotidiano y concreto, porque «Dios es una persona viva», no un ídolo. Buber cita al neokantiano Hermann Cohen para definir con más precisión la naturaleza de Dios: "Amo en Dios al Padre del hombre". Buber aclara que –para Cohen– Padre significa «protección y ayuda a los pobres», puesto que "en el pobre se revela el hombre". Cohen afirma: "No puedo amar a Dios sin empeñar todo mi corazón en vivir para mis semejantes". El Levítico establece: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (19, 18). Algo más adelante, añade: "Amarás al extranjero como a ti mismo, pues también vosotros fuisteis extranjeros en Egipto" (19, 34). El Deuteronomio (10, 19) repite las mismas palabras. El amor testifica la existencia de Dios. Dios "no quiere imponerse; desea ser aprehendido libremente".

»La importancia del Eclipse de Dios no reside en la elaboración teológica de Dios desde el punto de vista del judaísmo, sino en mantener viva la pregunta sobre Dios. Dios no pertenece a un pasado felizmente superado, pues el ser humano no cesa de interrogarse sobre el origen y el fundamento del ser. No podemos negar que el Dios representado por distintas tradiciones religiosas resulta incompatible desde una perspectiva racional y adulta de lo real. Los milagros son una afrenta a la moral si se entienden como la actuación arbitraria de un Dios todopoderoso. Si Dios es Padre, ¿por qué no extiende su amparo sobre todos sus hijos, especialmente sobre los que padecen la iniquidad de las guerras? Decir que somos incapaces de comprender los inescrutables planes de Dios no constituye una respuesta, pues con ese argumento puede justificarse cualquier disparate. La experiencia religiosa no puede levantarse sobre mitos insostenibles, salvo que acepte reducir el misterio del ser a una cosmología primitiva, con legiones de ángeles y demonios. El infierno es una fantasía que convierte a Dios en un tirano cósmico. Un universo con penas infinitas se parece a un terrorífico Gulag, no a esa plenitud cósmica de la que habla –por ejemplo– el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez cuando apunta que la muerte no puede tener la última palabra. El Dios de los filósofos tampoco es una respuesta válida, pues –como afirma Emmanuel Lévinas– «la idea abstracta de Dios es una idea que no puede esclarecer una situación humana». La santidad no puede ser una vida de oración y retiro, sino una responsabilidad infinita hacia nuestros semejantes. Escribe Lévinas: «El Yo delante del Otro (Autriu) es infinitamente responsable. El Otro es el pobre y el despojado y nada de lo que concierne a este Extranjero puede dejarlo indiferente» (La realidad y su sombra. Libertad y mandato, trascendencia y altura).

» ¿Puede establecerse un mínimo que salve a la experiencia religiosa de lo mítico y psicopatológico? Si se puede. Ese mínimo es la pregunta, la apertura, la esperanza, el diálogo, no el dogma. Jon Sobrino nos proporciona un valioso criterio cuando sostiene que «cualquier supuesta manifestación de la voluntad de Dios que vaya en contra de la vida real de los hombres es negación automática de las más profunda realidad de Dios» (Jesucristo Liberador. Lectura histórica-teológica de Jesús de Nazaret)

»A propósito de la palabra "Dios", Buber dice: "Dios... es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada... Las generaciones humanas han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada, y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre...Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra "Dios". Se asesinan unos a otros, y dicen: "lo hacemos en nombre de Dios..." Debemos respetar a los que prohíben esta palabra, porque se rebelan contra la injusticia y los excesos que con tanta facilidad se cometen con una supuesta autorización de "Dios". ¡Qué bien se comprende que muchos propongan callar, durante algún tiempo, acerca de las "últimas cosas" para redimir esas palabras de las que tanto se ha abusado!"Bien seguro que ya no será posible purificar la Palabra de "Dios" de tanto vilipendio y mancillamiento, de tanto desgarro y mutilación, de tanto secuestro y manipulación a que ha sido sometida a lo largo de los siglos. ..Pero no nos descorazonemos, Porque ..sí, podemos, mancillada y mutilada como está, levantarla del suelo y erigirla en un momento histórico trascendental".



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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