A veces es conveniente poner la historia patas arriba para comprenderla mejor. En estos días se celebran los cien años de la Revolución Soviética, en las festividades entran todos: los sinceros, los oportunistas, los que siguen la corriente; los análisis abundan. Hagamos un ejercicio de imaginación.
Hoy la mayoría de los artículos que cantan a la victoria de octubre, evitan hablar de las varias victorias de esa hazaña histórica: una, contra el Zar, la monarquía, esa la reconocen todos; otra, el camino al Socialismo, esa también la reconocen todos, aunque con una carga de hipocresía. Donde se empantana el asunto es con la derrota de los mencheviques, los que planteaban la alianza con la burguesía, los etapistas; a muy pocos les gusta este recuerdo.
No es casual este olvido. Es que el principal enemigo de las Revoluciones, por lo menos en una etapa temprana, es el reformismo, los que plantean alianzas con la burguesía para elevar las fuerzas productivas, los que aducen la situación de crisis y la necesidad de unidad. Todas pendejadas que tienen como finalidad evitar el avance de la Revolución. A esos no les conviene recordar que ese triunfo fue su derrota, esa Revolución se concreta sobre la derrota del reformismo.
La historia ilustra el papel de los reformistas en la liquidación de la esperanza revolucionaria. Veamos.
El 23 de Enero del 58, la dirección de la resistencia a la dictadura fue derrotada sin disparar un tiro. Desde ad hasta el pcv aceptaron la alianza menchevique, nadie había aprendido la lección de Lenin, su lucha contra el reformismo había sido callada. Años después, en su carta al congreso, Fabricó reconoce el fracaso del 23 de Enero.
Fidel Castro junto a aquella vanguardia extraordinaria, Raul, Camilo, el Che, resolvieron el dilema a lo Lenin, salieron de Urrutia, desecharon las advertencias de los reformistas que hablaban de la proximidad del imperio, de peligro de una invasión; y continuaron desarrollando la Revolución, no se detuvieron, fueron socialistas.
Con Chávez se presentó el mismo dilema, fueron bastantes los que quisieron frenar a la Revolución: miquelena, el primero, la señora marta, otra; muchos se quedaron en el camino, y muchos se agazaparon, sabotearon desde adentro para irrumpir a la primera oportunidad.
Si Lenin hubiese sido derrotado estamos autorizados por la historia a pensar que los adecos de aquel tiempo, los reformistas, los timoratos hubiesen ido a un diálogo, una unidad, una paz boba y truncado el camino socialista.
Está claro, la Revolución Soviética triunfa con la derrota del zarismo y de los mencheviques reformistas. Lo que quiere decir que la celebración de la Revolución Soviética debe ser una celebración por la derrota del zarismo y también una celebración contra reformismo, el etapismo, hoy esos son los enemigos a derrotar.
Aquí en Venezuela se manifiesta un fenómeno que es común, y es otra enseñanza en la batalla revolucionaria: los reformistas, los verdugos de las Revoluciones se pasan de bando, se visten con las ropas de sus víctimas para engañar a las masas. Los que asesinaron al Libertador, los que desgajaron su sueño, la Gran Colombia, después aparecieron en las plazas inaugurando estatuas en su honor. Los que persiguieron a Cristo y a los cristianos después se hicieron cristianos y hasta concilios hicieron.
Aquí, los reformistas, los mencheviques que se mantuvieron agachados mientras el Comandante vivió, ahora aparecen como chavistas, pero con práctica capitalista, contraria a las enseñanzas del Comandante. Hoy aquí en Venezuela la celebración de la Revolución Soviética, para no ser una hipocresía, debería ser una celebración contra el madurismo.