Hace muuuchos muchos… milenios, los seres humanos se sentían parte de un todo y convivían en armonía con la naturaleza. Reconocían la existencia de una unidad más allá de su singularidad y apreciaban al espíritu, la mente y el cuerpo como manifestaciones de esa unidad.
Se movían indistintamente entre sus referentes internos y el mundo exterior y expresaban su experiencia colectiva en mitos integradores de lo conocido y lo desconocido, de la luz y la oscuridad. Celebraban los pasajes de vida con rituales de iniciación y rendían culto a las fuerzas visibles e invisibles que impulsan la existencia.
Aceptaban el ciclo de la vida y la muerte, se identificaba con todos los seres vivientes y los honraban. Las comunidades de cazadores nómadas crearon deidades que cuidaban tanto de ellos como de la caza. Festejaban a la presa que les ofrecía alimento y homenajeaban su espíritu para que les concediera los dones del animal que ellos no poseían.
Las sociedades agrícolas, vivían en armonía con los ciclos de la naturaleza y con el milagro de la muerte y el renacimiento. Veneraban a la Madre Tierra como símbolo universal de la vida y crearon personajes mitológicos y diosas generosas y crueles, vírgenes y prostitutas, protectoras y vengativas. Más estables que los grupos cazadores, se organizaron en sociedades comunitarias al servicio de sus integrantes, basadas en la vida, la solidaridad y la equidad.
Con el pasar del tiempo, se impusieron la conquista y la guerra como medios de expansión. El ser humano se fue “civilizando” y fue perdiendo la conexión natural con la intemporalidad. Se establecieron diferencias entre comunidades primitivas y comunidades civilizadas – civilizadoras y el hombre asumió el dominio de la sociedad, implantó estructuras jerárquicas e institucionalizo la discriminación.
Se remplazaron a las diosas por dioses y se emprendió la conquista y devastación de la naturaleza en función del progreso. En contraste con la espiritualidad integradora y natural, se trató de explicar la experiencia de la vida a través de religiones patriarcales y monoteístas. Se centró el culto en torno a un único dios severo y externo al ser humano que establece normas y patrones de conducta individuales y colectivos. Además, se impuso la intermediación de una institución eclesiástica para acceder a sus favores.
La civilización occidental adoptó la tradición bíblica, seleccionando e interpretando los textos sagrados con base en su conveniencia mundana. La iglesia estableció límites infranqueables entre el bien y el mal y estigmatizó al ser humano como ser pecaminoso expulsado del edén y necesitado de guía para reencontrar su camino hacia la bienaventuranza, más allá de esta vida. Ante la imposibilidad de omitir de un todo a la mujer, se la hizo responsable del pecado original y se le asignó una condición divina maternal, despojada de poder, sensualidad y sexualidad. En nombre de ese dios, los hombres perpetraron uno de los genocidios más vergonzoso de nuestra historia contra quienes, en su mayoría mujeres, osaron desobedecer sus mandatos.
Estado y religión anduvieron de la mano hasta que se impuso el pensamiento cartesiano y se sobrevaloró la razón como el único instrumento para acercarse a la realidad, comprenderla y dominarla. A partir de allí se separó lo divino de lo mundano y las autoridades de ambos mundos diferenciaron sus ámbitos de dominación. La sociedad modernizadora continuó estructurada en función de la pertenencia a grupos específicos, se confinó la hermandad, la justicia y la equidad a una comunidad limitada y en beneficio de quienes la dirigen. Se proyectó la agresión hacia fuera y se identificó el progreso de la humanidad con la conquista del planeta y del ser humano, en nombre de los valores de una “civilización”, basada en la violencia y el miedo.
Se desarrolló la sociedad capitalista sustentada en la opresión de los pueblos, en la expropiación de sus recursos y en el uso destructivo de la creatividad y la tecnología. Todo ello acompañado de dogmas y sistemas de pensamiento tendientes a la enajenación de la condición humana. En su expresión más perversa, el neoliberalismo, la voracidad y violencia capitalistas han alcanzado su clímax. Nunca antes un imperio – el de los Estados Unidos y los grandes conglomerados financieros e industriales - se había impuesto con tanta fuerza y poder. El imperio se ha quitado la máscara, se muestra descarnadamente ante el mundo y emprende una versión moderna de las cruzadas y la inquisición, para sobrevivir e imponer su poder, sus valores y sus productos al resto de la humanidad, pasando por encima de cualquier acuerdo o norma internacional y nacional.
El Gobierno de los EEUU les ha vendido a sus conciudadanos y a quienes lo apoyan, la necesidad de intervenir a países considerados de segunda, para imponer su “democracia” y prevenir ataques terroristas. Excusa la expropiación de las riquezas con un discurso modernizador, propicia la ignorancia y mercadea la religión como refugio trascendente ante el miedo. Fragmenta el conocimiento para evitar perspectivas globales y utiliza la gigantesca industria de la comunicación y el entretenimiento para vender su modelo cómo el único válido. Cuando no se impone por las armas, suma a las clases dominantes de los países explotados a su causa, en defensa de unos intereses que no son más que las migajas del banquete imperial.
Ello ha conducido a la especie humana y al planeta a una crisis que sólo puede ser superada a través de una transformación profunda de la sociedad. Transformación que implica la construcción de un futuro viable, de una sociedad respetuosa de la diversidad, donde todos participen en la definición del cómo hacer las cosas y colaboren dignamente en su construcción. Una sociedad en la cual la paz, la equidad y la armonía entre los seres humanos y entre éstos y la naturaleza sean la norma.
Esta situación límite ha prendido una alarma en el inconsciente colectivo de los seres humanos, especialmente entre la mayoría, objeto constante de explotación, discriminación y engaño. Alarma particularmente devastadora para los occidentales, quienes no cuentan con una mitología o con héroes y heroínas acordes con su experiencia de vida, no se identifican con valores éticos laicos que han pasado a ser virtuales, ni tampoco encuentra refugio en religiones fracasadas que enfrentan unos seres humanos con otros y con la naturaleza.
Resultado de la crisis prevaleciente en todos los ámbitos, mujeres y hombres de distintos países del mundo, incluyendo los propios EEUU, cuestionan cada vez con más fuerza los supuestos básicos del modelo de sociedad imperante. Intelectuales y movimientos étnicos, feministas, políticos, espirituales, orientalistas, sindicales, populares, pacifistas, ecologistas, defensores de los derechos humanos, estudiantiles, etc. plantean, desde distintas perspectivas, la necesidad de un cambio hacia una sociedad justa y equitativa.
Ahora bien, dentro de este contexto de injusticia y desolación, surge en un “país de segunda” – Venezuela – un desconocido hasta ese momento por la mayoría, amoroso por naturaleza y guerrero por formación: Hugo Chávez Frías quien, luego de una intentona violenta fracasada, accede democráticamente al poder con el respaldo de una mayoría aplastante. Su evolución en la Presidencia, los retos que debe enfrentar, los obstáculos que ha tenido que sortear y su oposición al imperio son bien conocidos, lo que me interesa destacar aquí son las cualidades que considero lo han llevado a convertirse en un líder nacional e internacional.
Chávez, crece con los tiempos y aprende a una velocidad envidiable, tiene una capacidad de comunicación extraordinaria y, lo que es más importante aún, tiene una conexión profunda con el inconsciente colectivo. Conexión que de ida se traduce en su identificación con los desposeídos y discriminados de la Tierra y en una visión global de la problemática mundial y; de venida, en su reconocimiento como líder y vocero de los países explotados, donde reside la gran mayoría del planeta.
Chávez encarna la esperanza y de manera muy particular, llena el vació del HÉROE. Cuestiona las perversiones del poder desde el poder y, desde su posición privilegiada, se suma a las miles de voces de quienes luchan por la supervivencia de la especie y la recuperación de la condición humana. Su mensaje amoroso llega al corazón de la población preterida y de todos aquellos que anhelan un mundo mejor.
Nuestro Presidente promueve un proceso de cambio hacia un modelo de organización social participativo, inclusivo, comunitario, solidario, justo, equitativo y respetuoso de las diferencias. Lucha por una sociedad orientada hacia la paz y la integración, donde la creatividad, la ciencia, la tecnología y las actividades sociales y productivas estén al servicio del bienestar y la felicidad del ser humano. Modelo identificado como “El Socialismo del Siglo XXI” que, en el caso de Venezuela, está esbozado en la Constitución y aún debe ser afinado y definido operativamente por la colectividad.
Chávez valoriza a sus conciudadanos, particularmente a aquellos crónicamente relegados. Les ha devuelto su auto estima y los ha hecho visible. Ha tomado medidas para satisfacer sus necesidades básicas, propicia su formación y educación, y promueve su participación cada vez más activa en la definición y construcción de la nueva sociedad. Su mensaje solidario y amoroso le ha valido el apoyo de una gran mayoría, especialmente de mujeres, a quienes les resulta más natural cuestionar las raíces profundas de un modelo que las discrimina y es contradictorio con su fundamental conexión con la vida. Mujeres que se han convertido en las principales propulsoras del proceso de cambio, de la dinámica comunitaria y de la instrumentación de las Misiones.
Ahora bien, el camino del héroe está lleno de obstáculos. Chávez ha asumido una gran responsabilidad y tiene tareas muy difíciles por delante, entre ellas la de impulsar el cambio de patrones culturales individualistas. Además de enfrentar los ogros y monstruos del imperio, debe enfrentar en casa los de una oposición variopinta, frustrada y enceguecida, dispuesta a defender sus intereses por la fuerza.
Como todo héroe, debe luchar con sus propios dragones y mucho más grave aún, debe desenmascarar las aves de rapiña que, desde el Gobierno y engolosinados con las prebendas y beneficios a su alcance, velan más por sus intereses que por los del colectivo. También debe domesticar las fieras de las personas que se han tragado de buena fe y sin digerirla, la campaña de los medios que lo adversan, así como las de quienes, aún estando con el proceso, no entienden de qué va la cosa; no encaran sus fantasmas, ni logran abrir la mente para ver la realidad desde un punto de vista amplio.
Afortunadamente, a los héroes siempre las llega un apoyo que les facilita encontrar su camino, apoyo que en el caso de Chávez es colectivo. No proviene de un mago ni de una voz desconocida, sino de comunidades y personas que enfrentamos los mismos dragones y nos identificamos con sus propuestas. Sensibilizadas por su condición humana estamos dispuestas y dispuestos a luchar con él y a compartir la responsabilidad de avanzar en la definición y construcción del nuevo sistema social. Con este apoyo, podrá él y podremos todos vivir en un mundo mejor y “femenino”
mariadelavillanueva@yahoo.com