En diciembre de 2002 recibí dos llamadas que cambiaron el rumbo de mi vida cotidiana. Una fue de Lelis Páez, otra de Alí Rodríguez Araque, entonces presidente de PDVSA . Era un momento álgido del sabotaje petrolero, con el carguero Pilín León varado por los golpistas en el Lago de Maracaibo. Ese buque se convirtió en el símbolo de aquella batalla. Lo cierto es que el personal de la Gerencia de Asuntos Públicos de la empresa, que se asentaba en la sede de La Campiña, en Caracas, y que era la que producía la mayor parte de la comunicación de PDVSA, había quedado desolada, ya que la absoluta mayoría de sus empleados, contaminada por el virus antichavista de la alta clase media a la cual casi todos pertenecían, se sumo al sabotaje. PDVSA había perdido su voz pública, y Alí y Lelis me convocaron para que les ayudara a recuperarla.
Lelis y yo armamos un equipo de emergencia, con personal no incluido en la nómina de PDVSA. Convocamos a camaradas y amigos vinculados a distintas áreas de la comunicación: cineastas, periodistas, comunicadores sociales, diseñadores, productores. Trabajando con las uñas y con el corazón, porque los saboteadores habían desvalijado todo, ese equipo heroico logró dotar a la PDVSA revolucionaria de una comunicación de guerra, que se basó sobe todo en la convocatoria al pueblo a la defensa de nuestra empresa petrolera, de Chávez, de la Patria y del Gobierno Bolivariano.
Fue una lucha ardua, de mucho trabajar y poco dormir. Menos mal que tenía yo más aguante que ahora, era apenas un cincuentón. En fin, un día se decidió grabar un video-mensaje de Alí con motivo del año nuevo. Era el 30 de diciembre de 2002 así que fuimos con un equipo al despacho del presidente de PDVSA. La grabación culminó alrededor de las 11 de la noche y el equipo se retiró, quedándome yo un rato solo con Alí, conversando asuntos de trabajo. En una de esas, el hombre se levantó de la silla y se dirigió a un espacio anexo al despacho, y luego regresó con una botella de vino en la mano, y la guardó en su maletín. Por ser víspera de noche vieja, le pregunté si se llevaba esa botella a su casa para la celebración. Tranquilo, como era su talante, me respondió sin ningún aspaviento ni poses de héroe: "Mi casa ya no es mi casa, y yo ya no soy yo". Así era el temple de este gran revolucionario, así era la dimensión de su entrega y de su compromiso.
Han pasado varios años. Yo seguiré eternamente agradecido a Lelis Páez y a Alí Rodríguez por haberme dado la oportunidad de participar en esta batalla histórica. Esa experiencia la llevaré en mi pecho como una medalla que me acompañará toda la vida, así como el respeto, la admiración y el afecto por el camarada que acaba de abandonar este plano físico.