Pienso que en una democracia perfecta, con tirar una moneda al aire bastaría para escoger o designar a cualquier individuo a un cargo, la cosa es que en el mundo no existe democracia perfecta, no existe un hombre modélico ni una sociedad tal, tampoco, y ni siquiera existe -desde mi punto de vista – un instrumento ni empírico ni científico que sea capaz de medir la conducta apropiadamente, y no es que en mi caso sea yo fanático de exactitudes -qué no señor, señora o señorita (yo te aviso chirulí) – sino que me conformo con aproximaciones; fijaos, ni en la avellanada democracia griega tan cacareada como bobalicona hubo justicia, hubo democracia sino un atisbo de dictadura de las élites y lo que al pasar de siglos parece repuntar de esas raíces.
Tal es el caso de la prepotente macolla gobernante de España ¡y, ole!, que pretende dictarle clases de democracia a Venezuela y a Maduro pero ostenta un tal Rey que se hace llamar Felipe VI que al parecer no es su nombre de pila y al que el pueblo español no eligió, y para colmo tiene también de Presidente a un tal Pedro que no sé si es VI u VIII y al que tampoco eligió el esforzado pueblo español sino que fue achantado ahí por las llamadas cortes, en reemplazo de otro anterior echado por corrupto -¡cuando el perro muerde a su amo! - y creo que ese se llama Robocop, si la memoria no me hace un feo.
En resumen, ¡qué desperdicio, para lo que sirven los números romanos, para marcar las agujas de algunos relojes y para ponerle sobrenombre a la macolla que gobierna a España, entre a otras macollas del continente europeo que, sin euro sino con lo demás, se arrastra a lamer la bota del Pato Donald para ver si éste le tira algo para solventar sus carencias así como se le tira comida a los cochinos!
¿A quién puede dictar pauta la llamada Unión Europea, a nosotros?
A la luz de la razón común quisiera yo que alguien me demuestre que en cualquier otro país del mundo exista una democracia más solvente que la de Venezuela y, por añadidura, a menos que alguien me demuestre lo contrario, yo estoy persuadido de que Venezuela tiene y cuenta con el ejército más democrático del mundo, y valga lo de ejército así citado, por toda la Fuerza Armada Nacional Bolivariana -FANB -, y en eso al Comandante Supremo Hugo Chávez nadie le quita la paternidad de esa forja, claro está, afianzado en la doctrina bolivariana del Libertador de América y Padre de la Patria Venezuela, Simón Bolivar.
Pero, al caso puntualmente, quisiera detenerme a escarbar sólo lo relativo al voto militar aunque así parezca algo aislado del caliente contexto que hoy vive nuestra patria Venezuela y que sea usted, dilecto lector, quien relacione ese sencillo elemento con lo que le parezca.
Para entonces cuando la "guanábana" o gobierno de adecos y copeyecos (blancos y verdes) que duró desde 1958 hasta 1998 y que la actual oposición (sendos residuos respectivamente) pretende restaurar, era un decir a voz en cuello que "de coronel para arriba era un mundo y de coronel para abajo era otro mundo" pero esa perversión pasó a la historia con la nueva doctrina militar bolivariana que concedió el derecho a voto a todos los militares en funciones.
La concesión del voto a los militares de Venezuela es una sobresaliente expresión democrática enmarcada en la doctrina que sustenta a nuestra fuerza armada; a contraparte de lo establecido en el artículo 7 u 8 (no recuerdo con exactitud) de la ahora caduca pero entonces vigente Ley Orgánica del Sufragio, cuando la "guanábana" adecopeyeca de cuarenta años y que negaba expresamente el voto a nuestros militares como si éstos fuesen descerebrados.
A la sazón entonces le tocaba al vetusto bicameral congreso nacional ponerle trabas a la necesaria e indispensable reforma a la referida ley, a fin de ellos pelotear el ascenso de cualquier militar y someterlo al chantaje; cuando no eran los dos cogollos del bipartidismo quienes se repartían la torta de los ascensos, era la barragana del presidente de turno la que decidía el asunto, la movida; aquello era un despelote de la hostia.
Fue con la llegada de Chávez al poder cuando éste expuso de manera enfática que la discusión del tema tenía que salir del verbalismo chantajista parlamentario y darse en el seno de la sociedad venezolana entera y así se hizo.
Había entonces un purismo dogmático que partía de considerar erróneamente a las entonces Fuerzas Armadas Nacionales -FAN – (en plural), (fíjese que nada con Bolivar y eso no era casual) como un todo homogéneo para por un lado descartar las inconmensurables y naturales contradicciones internas existentes en ellas pero, por otro, atizadas por Rómulo Betancourt, de Presidente títere del imperialismo, precisamente a instancias del Pentágono para deliberadamente dividirlas para que no tumbaran a Betancourt, una cosa de locos, pero que apuntaba precisamente a la disolución de esas llamadas fuerzas armadas pero que nada de armadas tenían sino la sumisión a los mandos gringos.
No quiero desviarme del hilo del asunto pero la cosa es que se trataba y se trata de una realidad que demandaba y demanda de una honda toma de consciencia del papel que deben cumplir la ahora -en singular - FANB tanto por tal en sí como por parte de la sociedad civil.
El pueblo quiso y quiere sincerar las cosas y entiende perfectamente que militarismo y democracia son incompatibles y que más que unión, la comunión de la sociedad con la FANB en la cofradía civico-militar, esto es, milicia y FANB, es indispensable para sostener y afianzar nuestra soberanía y nuestra independencia de tutelaje extranjero alguno.
El pueblo venezolano sabe de sobra que al haberle concedido el voto a nuestros militares bolivarianos hemos fortalecido nuestra democracia porque se alejan las tentaciones subyacentes de cualquier vestigio de militarismo trasnochado una de cuyas muestras más evidentes fue el alzamiento de "Plaza Altamira" y que, por cierto, sirvió de purgante, de depurativo de la escoria subyacente en el seno de nuestra digna fuerza armada bolivariana.
Además, nuestra democracia bolivariana ha legitimado un anhelo que desde mucha data atrás se debatía tras bastidores.
En esta hora difícil en la que un anciano gris y que de paso tiene el kilometraje vencido, ostenta de facto la jefatura de la aned (asamblea nacional en desacato) aunque en aparente disputa teatral con un muchacho de anime, se hace necesario combatir el lenguaje hipócrita de quienes gustan del susurro conspirativo contra el Estado.
Ha sido fructífero que el pueblo venezolano acoja la opinión de sus militares mediante el voto directo, antes que por una asonada.
La trascendencia y el alcance de ostentar una FANB queda a la vista de quienes tengan ojos que vean y quienes tengan oídos que oigan.
¡Y, a la Unión Europea digámosle que coja jabón pa’ que lave, qué vaya a lavarse ese paltó! Ya lo de Cristobal Colón pasó a otro plano.
"Trescientos años de calma, de nuestra parte ante sus atropellos genocidas contra nuestros pueblos, bastaron; ahora somos libres".