Hemos venido analizando y debatiendo sobre las salidas políticas posibles, probables y deseables, a la crisis actual del país, sumido en un lamentable caos de todo tipo y que amenaza con profundizarse en forma mucho más trágica para la población venezolana, con excepción de la capa dirigente, la élite opositora y quienes con ellos mantienen negocios lícitos o ilícitos. Hemos colocado en estos análisis, como motivación por encima de cualquier otro elemento, el interés nacional. Es decir, nos mueve encontrar la mejor solución en este sentido. Esto, sin embargo, no significa que hayamos perdido objetividad en la observación y examen de la situación, pues los hechos sociales y políticos tienen su propia dinámica y su propia resolución, obedeciendo a las fuerzas de los distintos sectores enfrentados y participantes en las luchas.
Exponemos nuestras ideas de la manera más sincera y clara posible, enfrentando incluso las matrices de opinión existentes, yendo muchas veces contra la corriente, atendiendo sólo a los argumentos y hechos concretos que nos reafirmen o contradigan y resistiendo en forma vehemente las groserías, ofensas y descalificaciones, de quienes están tan visceralmente involucrados que perdieron toda forma de pensamiento racional y coherente. Y cuando me refiero a ellos, hablo de personas ubicadas en todos los niveles económicos, culturales, ideológicos e intelectuales, tanto de los partidarios del régimen de Maduro como de los seguidores de la oposición que dirige la Asamblea Nacional (AN). La tragedia que nos embarga es de tal nivel que la rabia, el odio, la desesperanza y la locura han invadido a una parte importante de la gente, afortunadamente sin llegar aún a ser mayoritaria.
Lo más deseable, y en eso está de acuerdo según las encuestas la mayor proporción del país, es una salida política pacífica, democrática y nacional. Sería, sin lugar a dudas, la menos trágica para la nación y sus integrantes. Sin embargo, los extremistas presos de las pasiones más primitivas son incapaces de comprender esta verdad tan simple y, si llegaran a comprenderla, la rechazarían, pues están en el fondo empeñados en la erradicación total del adversario. Unos se imaginan una sociedad sin los chavecos, sin "tierrúos", refinada, de "buenas costumbres" y buenos modales, "reino de la armonía". Otros, una sociedad sin opositores, totalmente controlada, sin "encopetados" ni lo que ellos llaman burgueses. Ninguno cree en una sociedad plural o adaptan el término a sus propias conveniencias, en las que no caben los otros.
El mejor escenario, que no significa el más probable ni mucho menos, se produciría si la política de extremista de Guaidó pierde fuerza, al no poder presentar, en el corto plazo que muchos esperan, realizaciones concretas en el sentido de la salida de Maduro ya. Política que no es sino una variante actual de la que ha estado presente desde 2002, cuando se da un golpe de Estado contra un Chávez, que apenas llevaba tres años en el poder. Mayor desesperación e inmediatismo imposible. Política que continuó con el sabotaje petrolero, la huelga general, el referendo revocatorio de 2004, la abstención electoral en 2005, los distintos desconocimientos electorales, la sustitución de las movilizaciones multitudinarias de calle por acciones violentas aisladas de baja intensidad (guarimbas) y las decisiones políticas suicidas de la AN a partir de 2016.
Si las movilizaciones de calle se reducen en su número y en la cantidad de asistentes; si la presión internacional no va en lo inmediato más allá de las sanciones económicas y si se agudizan las contradicciones y enfrentamientos dentro de la dirección política de la AN, hasta ahora opacados por los éxitos internacionales obtenidos, podría aparecer un escenario donde el diálogo y la negociación tuvieran cabida. Una vez aislados los grupos extremistas en ambos bandos, y ante la existencia de las sanciones internacionales, la opción de una salida electoral a mediano plazo podría ganar el espacio que hoy aún no tiene. Una de las posibilidades sería la del referendo consultivo, muy fácil de organizar y que sería supervisado por la ONU, para que el pueblo, el soberano, decida sobre la necesidad de relegitimar los poderes públicos nacionales: presidencial y legislativo.
Esto sólo podría ser posible por una negociación entre el gobierno y la AN, que culmine con la designación constitucional de un nuevo CNE equitativo y que pueda actuar como poder soberano independiente. Esta proposición acabaría con la traba que significa pedir de primero la salida de Maduro, como está contemplado en el punto 1 de la propuesta de Guaidó, que es precisamente el punto que le da su carácter claramente inmediatista, con el cual se seduce a los oídos de buena parte de la población, pero que como en toda seducción termina controlando la voluntad del seducido.