En la configuración actual del capitalismo, la pregunta esencial es probablemente esta: ¿cómo mantener o restablecer la tasa de ganancia aun cuando la productividad se ralentiza? Si ahondamos en esta pregunta, nos parece que el análisis muestra que la crisis cuestiona al capitalismo de forma más profunda que las fluctuaciones de la tasa de ganancia. Revela que este sistema económico y social ha entrado en la zona de los rendimientos decrecientes, que muestra su incapacidad para satisfacer las necesidades sociales y revela su ineficacia frente al desafío del cambio climático.
No hemos tratado todas las cuestiones a las que puede responder la teoría marxista. Entre ellas está, obviamente, el análisis de la crisis. El campo del marxismo, sin embargo, se ve debilitado por un uso dogmático de la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, propuesto como la causa última y única de la crisis. Esto dificulta una lectura más compleja inspirada por la lógica de los patrones de distribución mediante la combinación de las condiciones de producción de la plusvalía y las de su realización.
Es difícil sostener una línea entre dogmatismo y pragmatismo. Sin duda, es necesario combinar ambas, en un movimiento que yo llamaría dialéctico (ya que uno es marxista). El pragmatismo es ir rascando sobre los discursos dominantes o alternativos para confrontarlos a los hechos y a las cifras, poner en cuestión las certezas, exponerse a la contradicción y la duda. Acto seguido, si logramos construir una representación adecuada y consistente, hay que atenerse a ella con una convicción al borde del.… dogmatismo.
Con este razonamiento, uno podría decir paradójicamente (o dialécticamente) que el marxismo es más útil si se está dispuesto a distanciarse de él. Al final, la tarea de un o una marxista no es defender el marxismo, sino buscar cambiar el mundo, comenzando por entenderlo.
Marx avanzó esta hermosa fórmula inspirada en un panfleto anónimo: "Una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6" 5/. No hay una forma más clara de distinguir entre valor y riqueza. Es cierto que ahora existe un consenso bastante amplio de que el PIB no mide la felicidad, pero no se han sacado todas las consecuencias de esta perogrullada.
De hecho, la economía dominante ha contribuido a desdibujar esta distinción elemental al rechazar la teoría del valor-trabajo y reemplazarla por la del valor-utilidad. Para justificar una organización social impulsada por la maximización de la ganancia, fue necesario hacer aceptar la idea de que la ganancia es un indicador sintético del bienestar humano. Este es el supuesto necesario, lo que significa que, al perseguir el objetivo de maximizar el beneficio, se persigue al mismo tiempo el objetivo de maximizar el bienestar. Todo lo que pretende la economía neoclásica cuando trata de establecer que el equilibrio es lo óptimo, es lo siguiente: la ganancia es una cuantificación operativa del bienestar.
Es alrededor de la distinción entre valor y riqueza como se puede hacer emerger lo que separa al capitalismo del socialismo. Inspirándonos en el economista ruso Kantorovich, se podría decir que el programa (en el sentido de programación lineal) del capitalismo es maximizar el beneficio, mientras que el del socialismo es maximizar el bienestar, o la utilidad social. Pero esta última es multidimensional y hace falta una institución para poder definir y arbitrar las prioridades de la sociedad. Sin duda, esta democracia social es lo que ha faltado trágicamente en los llamados países del socialismo real.
De hecho, por ejemplo, en Engels encontramos una vieja teorización de la planificación socialista en un breve pasaje del Anti-Dühring, donde esboza los principios de otra forma de cálculo económico:
"Cierto que la sociedad tendrá también que saber entonces cuánto trabajo requiere la producción de cada objeto de uso. Pues tendrá que establecer el plan de producción atendiendo a los medios de producción, entre los cuales se encuentran señaladamente las fuerzas de trabajo. El plan quedará finalmente determinado por la comparación de los efectos útiles de los diversos objetos de uso entre ellos y con las cantidades de trabajo necesarias para su producción. La gente hace todo esto muy sencillamente en su casa, sin necesidad de meter de por medio el célebre valor" (Engels).
También encontramos las intuiciones de un Preobrazhensky en el estrechamiento de la esfera de la economía que se limitaría rigurosamente a una función de ajuste de medios para propósitos definidos a priori:
"Con la desaparición de la ley del valor en el dominio de la realidad económica desaparece igualmente la vieja economía política. Una nueva ciencia ocupa ahora su lugar, la ciencia de la previsión de la necesidad económica en economía organizada, la ciencia que apunta –en materia de producción u otra– a obtener lo que es necesario de la manera más racional. Es una ciencia muy otra, es la tecnología social, la ciencia de la producción organizada, del trabajo organizado; la ciencia de un sistema de relaciones de producción en que las regulaciones de la vida económica se manifiestan bajo nuevas formas, en que no hay ya ‘objetivación’ de las relaciones humanas, en que el fetichismo de la mercancía desaparece con la mercancía" (Preobrazhenski,).
Este enfoque adquiere hoy, cuando se introducen restricciones ecológicas, una legitimidad adicional. Podríamos utilizar aquí los términos de la programación lineal para decir que el criterio de maximización de la ganancia lleva a determinados valores más allá del respeto de ciertas normas. El capitalismo pretende tenerlos en cuenta formando pseudomercados o modificando los precios referencia. Esta seudomonetarización del medio ambiente puede modular en el margen del principio de la maximización de la ganancia, pero sin ninguna relación con la escala de las reducciones de emisiones a realizar.
El análisis se complica aún más cuando se observa que el capitalismo se caracteriza por la formación de una tasa general de ganancia, en otras palabras, que el capital tiende a tener la misma rentabilidad independientemente de la rama en la que se invierte. Este es el problema de la transformación (de valores en precio) que Marx resuelve al mostrar que la plusvalía se distribuye en proporción al capital comprometido. Muchos críticos han detectado aquí un error de Marx que desaparece, sin embargo, si hacemos intervenir una sucesión de períodos de producción.
La teoría marxista del valor es una extensión de las teorías de los clásicos (Smith y Ricardo) en la que resuelve sus contradicciones internas. Pero introduce una dimensión crítica fundamental: la apropiación de ganancias por parte de los capitalistas descansa en última instancia en relaciones sociales que no son ni naturales ni eternas.
Las implicaciones revolucionarias de esta teoría fueron claramente percibidas por los defensores del orden establecido. Por lo tanto, era necesario oponerle otra teoría, y esta sería la teoría marginalista o neoclásica. Uno de sus fundadores, John Bates Clark, expresó claramente la necesidad de responder a la teoría de la explotación: "Los trabajadores, se nos dice, son permanentemente desposeídos de lo que producen [...]. Si esta acusación tuviera fundamento, cualquier persona dotada de razón debería hacerse socialista, y su voluntad de transformar el sistema económico expresaría su sentido de la justicia". Para responder a esta acusación es necesario, explica Clark: "Descomponer el producto de la actividad económica en sus elementos constitutivos, para ver si el juego natural de la competencia lleva o no a atribuir a cada productor la parte exacta de riquezas que contribuye a crear" (Clark).
Apelamos a la experiencia acumulada de tantos años de trabajo, por las justas causas del pueblo, a la dignidad y el decoro demostrado ante tanto incumplimiento y perfidia, al trasegar en la política colombiana, que han permitido un profundo conocimiento de trampas y vericuetos, así como de virtudes, para volver a levantar las banderas y las consignas del Movimiento Bolivariano por la nueva gran Colombia.
La paz no es un medio, es el resultado de la consecución de unas transformaciones que permitan una verdadera equidad social. El problema radica en que no existe una visión común de Paz, porque la élite gobernante no está interesada en un Proceso de Paz que implique transformaciones en el modelo económico-social, el sistema político, la doctrina militar, las relaciones internacionales, etc., esta negativa a cambiar la defiende como sus Líneas Rojas.
El Ejército de Liberación Nacional desde que se levantó en armas hace 57 años, ha propendido por la defensa del territorio y las transformaciones sociales necesarias para que exista una nación equitativa y justa para todos los colombianos. Sin embargo, la élite gobernante en defensa de sus privilegios de clase, desde entonces ha atizado una guerra cruenta contra el cambio, donde la peor parte la paga el pueblo.
Un cierto fascismo desarrolla el régimen en medio del choque entre dos adversarios, por un lado, la élite dominante que defiende sus intereses plutocráticos y de clase, y por el otro las fuerzas populares que buscan derechos y garantías plenas para las mayorías nacionales.
El marxismo, luce hoy de lado. La élite gobernante con el objetivo de discriminar y hacer una diferenciación de los derechos, ha acuñado el término "gente de bien", para referirse a los estratos económicos altos y de abolengo por la tradición de sus apellidos; han naturalizado en la sociedad esta clasificación sectaria y por decreto han clasificado a todos por estratos, a lo que se agrega que "aparentar tener y ser" son un elemento común en la vida diaria.
El fascismo criollo cree que la democracia en sí misma es valiosa y a su vez desfigura su concepto, ya que lo reduce al hecho simplista de trampear para hacer elegir a sus operadores políticos, quienes legislan a favor de unos pocos y dejan a un lado la construcción de una sociedad igualitaria en derechos y beneficios para todos.
La autodenominada "gente de bien" se beneficia del despojo de tierras y de la adjudicación de contratos y de la burocracia estatal, posiciones desde donde usufructúan las riquezas que se apropian por medio de la corrupción estructural que lubrica a todo el sistema, la que constituye una verdadera cleptocracia mezclada con pigmentocracia que sólo concede estatus social al "descolorido que más derroche", o sea, a quien más roba bienes públicos.
Este régimen que concentra la riqueza e incrementa día a día los empobrecidos y excluidos, se sostiene por su guerra declarada contra la sociedad y por su alianza incondicional con la plutocracia que manda en el imperio norteamericano.
La democracia no puede ser el régimen de la sinrazón sostenido con golpes de opinión mediática y el exterminio de líderes sociales, defensores de derechos humanos y del territorio, opositores, rebeldes. Las necesarias luchas por el poder, que reflejan los intereses encontrados, deben hacerse sin violencia, pero a este escenario le teme la élite dominante.
Pretender que sólo una parte se pacifique -la más débil-, mientras la otra, la fuerte, prosigue manteniéndose en el poder a costa de eliminar oponentes, sería cohonestar la perpetuación de la violencia estructural del régimen, que es tanto represiva como de injusticia social.
La solución política no es un favor o una necesidad de la insurgencia, por el contrario, es el sentir de la mayoría de la sociedad que considera urgente e inaplazable pasar la página de la guerra, de la injusticia social y del sometimiento al imperialismo norteamericano o a los falsos profetas del marxismo
La paz no puede reducirse únicamente al progreso de un desarme de la guerrilla o de una Mesa de Conversaciones, sin una oposición en plenitud unitaria; por el contrario, la paz es un esfuerzo colectivo que implica sacar la violencia de la política y resolver la problemática estructural que origina y sostiene el alzamiento armado o las guarimbas
A esta visión de solución política del conflicto está dispuesto el movimiento popular y llama a toda la sociedad para que mancomunadamente desarrollemos una visión común de paz, que marque una ruta y un proceso de transformaciones construidas en un consenso nacional.
Para ello, es necesario desarrollar el concepto de Amor Eficaz que planteó Camilo Torres, ese amor que nos lleva a la búsqueda incesante y la materialización de la igualdad de derechos, como la base de la construcción de un amor sólido que se erige con dignidad.