El humano vive en tres tiempos, y esta capacidad lo libera de la biología, lo hace animal cultural. El humano vive el tiempo pasado, el futuro y el presente. Su acción está signada por estos tres tiempos, la acción del presente viene condicionada por el pasado, construye el futuro.
En el planeta capitalista predomina el individualismo, el egoísmo; también reina el presente, se olvida el pasado, no importa el futuro. Como dijo Keynes, "dentro de cien años todos estaremos muertos". Esta conducta, confinarse al presente, es la base de todas las penalidades de hoy y camino seguro a la extinción de la humanidad.
El individualismo, el "presentismo", nos hace vivir en nuestro mezquino espacio y nuestro limitado tiempo, el horizonte se encoge hasta el límite de nuestra existencia. Entonces, la humanidad es desprovista de su naturaleza, de la capacidad cultural, de heredar y de crear para que las generaciones futuras hereden. Lo que hoy haga no se ve con el cristal del futuro, se olvida que lo hecho ahora construye el mañana.
La humanidad confinada sólo al presente está condenada, no tiene futuro, no le importa, no lo prefigura. Vive en una fiesta rodeada de muros que es observada desde afuera por los marginados del festín. Derrocha recurso, ofende a la naturaleza, se fragmenta cada día más, la riqueza embriaga a los dirigentes, lo importante es el presente.
La política no tiene horizonte más allá de la próxima elección, la zancadilla inmediata, el ganar hoy. Las acciones tienen el límite de la vida individual, por la humanidad nadie se importa. La gente se contenta con el triunfo inmediato, el pasado no existe, los gobernantes desaparecen y su perjuicio permanece, se acumula.
Los párrafos anteriores a pocos interesan, no hablan de lo concreto, de lo visible, del chisme de hoy, desentonan en la embriaguez. Ahora las causas de los males se ignoran, los incendios no tienen causa, las inundaciones tampoco, las hambrunas no existen o se le imputan a los gobernantes de turno. La humanidad se comporta como la cigarra que no se preparó para el invierno, como el nuevo rico que dilapidó su fortuna ganada en el juego.
¿Qué hacer? La situación es difícil, hay que remar contra la corriente, decir lo que a la gente no le interesa, advertir a los que no quieren oír, predicar en el desierto, arar en el mar y obtener frutos. Esa ingrata labor, ese obstinado perseguir a un ideal formará a los humanos, construirá el contingente capaz de salvar a la humanidad. La naturaleza habla, envía señales, los problemas sociales nos alertan.
La labor del revolucionario, quizá deberíamos decir sin ningún tipo de vergüenza, de los salvadores del mundo, es concientizar del peligro que corre la humanidad, no sólo nosotros, sino los hijos de nuestros hijos. Debemos pensar en el mundo que le dejamos a las generaciones futuras, cómo vivirán los nietos del mañana, qué agua beberán, cómo se protegerán de las inundaciones, cuál será su alimento, como se protegerán de su prójimo convertido en predador, conocerán los bosques, sentirán el sol, la brisa fresca, oirán el canto de los pájaros, el ronronear de los gatos, sus amaneceres serán como los nuestros, su luna será está luna, se bañaran en el mar, verán el hermoso espectáculo de auroras y crepúsculos…
No tenemos el derecho a robarles a las generaciones futuras las condiciones para la vida.