El golpe de Estado ejecutado en Bolivia raya efectivamente en el fetichismo y lo esotérico. Biblia en mano, fanáticos neofascistas aparecieron orondos empuñando cruces, prendiendo hogueras, pregonando la concordia, la redención y el perdón cristiano, a la vez que ordenaban a sus huestes el degüello de sus estupefactas víctimas. La extrema derecha boliviana pretende nuevamente asaltar el poder sobre los cadáveres de la población indígena, cabellera en mano, como si estuvieran reeditando el Viejo Oeste.
De un solo plumazo nos han devuelto a la época de la Conquista, en los albores del supuesto "descubrimiento" de América, cuando los blancos europeos impusieron su cruz, para masacrar, robar las tierras, las riquezas naturales y esclavizar a la población indígena. Para no tener remordimientos ni conflictos con Dios, hasta llegaron a justificar el genocidio y sometimiento de la población indígena por ser "incapaces de gobernarse a sí mismos" como esgrimió Juan Ginés de Sepúlveda ante la Junta de Valladolid en el año 1.550.
Así estamos en pleno siglo XXI, en un estado de barbarie. Volvieron los conquistadores blancos. Esta vez en las narices de la OEA, del Capitán General Almagro, del Grupo de Lima, de la ONU y demás organismos de Derechos Humanos de todo el planeta. La mayoría debe guardar absoluto silencio ya que están subordinados a los designios de la logia conservadora que detenta el poder en el Imperio norteamericano. Ellos aplauden con beneplácito la tragedia del pueblo boliviano.
Los conquistadores blancos bolivianos no le perdonarán jamás al presidente Evo Morales que llegara al poder gracias a la fuerza del pueblo indígena que ansiaba liberarse de cinco siglos de explotación. Con Evo en el poder se combatió la exclusión de los más humildes, logrando reducir la pobreza extrema de "38 a 17 por ciento" y el "desempleo bajó de 8,1 a 4,2 por ciento"; "El PIB de Bolivia pasó de sumar US$ 9.000 millones hace 13 años a US$ 40.000 millones. El crecimiento del PIB per cápita en 2005 era de 2,5%, mientras que al cierre de 2018 se ubicó en 2,7%".
El triunfo de Evo en las elecciones presidenciales fue contundente, sacó 2.889.359 votos (47.08%), mientras que en el segundo lugar llegó Carlos Mesa con 2.240.920 votos (36.51%). El detalle de esperar la totalidad del escrutinio de los votos rurales permitiría conocer si la superioridad numérica de Evo era mayor al 10% para evitar la segunda vuelta. Y así fue. Sin embargo, en una operación coordinada por el candidato perdedor y los grupos de extrema derecha liderados por Luis Fernando Camacho, desconocieron el triunfo de Evo e iniciaron una cruzada de destrucción y violencia racista. La OEA del nefasto y maquiavélico Almagro, sin tener la totalidad actas, emitieron opinión "recomendando" repetir las elecciones. Evo aceptó. Pero ya era tarde. La extrema derecha ya había desplegado su jugada golpista y movieron con argucia sus piezas para tumbar a Evo.
El caso de Camacho es clave. Él es un poderoso empresario cuya fortuna familiar se construyó a partir de la explotación del gas (luego nacionalizada por Evo), también formó parte de los grupos separatistas y neofascistas de Santa Cruz, como la Unión Juvenil Cruceñista (UJC). Es la cabeza visible del grupo de fanáticos religiosos ultraconservadores que han descargado su odio en contra de la población indígena y sus tradiciones ancestrales. "Purgar la herencia nativa" era uno de sus más obcecados objetivos al derrocar al presidente Evo.
Recordemos que la población indígena de Bolivia supera el 58%, 30% son mestizos y apenas un 12% son blancos europeos. Estos grupos son minoritarios, pero militan activamente en la extrema derecha, vinculados a sectas religiosas y a los poderosos grupos oligárquicos y empresariales.
Clave también fue la posición de total insubordinación de las fuerzas policiales. Luego, la sedición de la cúpula militar, al "recomendar" la renuncia del presidente en ejercicio de sus funciones, desconociendo la línea de mando y la autoridad del presidente. Esta es una novedosa forma de golpe militar, más que blando, de asomar el fusil y amenazar a las legítimas autoridades. La historia de Bolivia está tristemente llena de sangrientos golpes militares. Desde 1964 pasaron atrozmente los generales René Barrientos, Alfredo Ovando Candía (1969), Juan José Torres (1970), Hugo Banzer (1971), Juan Pereda Asbún (1978), David Padilla Arancibia (1978), Alberto Natusch Busch (1979) y Luis García Meza Tejada (1980).
La iglesia también puso su granito de arena a la masacre. Así, los obispos de la Conferencia Episcopal de Bolivia expresaron en su declaración que lo sucedido en "el país no es un golpe de estado", para nada, y pidieron encarecida y expresamente a la "Policía y las Fuerzas Armadas para que continúen cumpliendo su función de defender la propiedad de las personas". Vaya discurso humanitario que omite la defensa cristiana de preservación de la vida del prójimo, principalmente la de los partidarios del presidente Evo. Nada de salvaguardar la legalidad, la Constitución y la vida de las personas perseguidas por el gobierno dictatorial de la autoproclamada Jeanine Áñez.
En perfecta sincronía, todos los actores sacaron sus garras para justificar los crímenes y la represión desmedida, las torturas, los asesinatos y la persecución selectiva contra líderes del Movimiento al Socialismo (MAS).
La consecuencia de la barbarie desatada por la derecha fascista es aterradora. El planeta entero está consternado. El balance temporal emitido por la propia Comisión Interamericana de Derechos Humanos recoge la cifra de 23 muertos y más de 700 heridos. Sus expectativas son negativas, luego del vergonzoso y desesperado decreto firmado por la golpista Jeanine Áñez (decreto 4078 del 15 de noviembre) donde se "exime a las Fuerzas Armadas de Bolivia de responsabilidades penales en casos de legítima defensa". Esto es un vulgar decreto de guerra a muerte, una licencia para matar, la legalización del plan de exterminio de la población indígena por parte de la derecha fascista. Desconocen que los crímenes de Lesa Humanidad no prescriben y cada asesinato genera una responsabilidad individual tanto para el autor material, como para sus autores intelectuales, es decir la presidenta golpista y sus secuaces.
La triste historia del golpismo en América Latina se sigue escribiendo con la sangre de los más humildes. Más temprano que tarde llegará la justicia al pueblo boliviano que pide a gritos el retorno de su legítimo presidente Evo Morales. Resuenan las palabras proféticas de Túpac Katari: "volveré y seré millones". Bolivia vencerá!!!