A lo largo de estos veinte años he publicado un puñado de artículos sobre nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, algunos de los cuales han circulado en medios internacionales. Siento la necesidad de exponer mis argumentos en defensa de una Carta Magna que como constituyente de 1999 ayudé a redactar; digo sólo redactar, porque la autoría es colectiva, toda ella es hechura de un pueblo, el mismo que parió al líder que nos convocó a hacerla posible.
Sin duda el Artículo 1º es el más odiado y temido por quienes adversan el Proyecto Bolivariano, ya que él establece la base fundamental de la República: “Venezuela se declara República Bolivariana, irrevocablemente libre e independiente, y fundamenta su patrimonio moral y sus valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional, en la Doctrina de Simón Bolívar, el Libertador.
Son derechos irrenunciables de la Nación la independencia, la libertad, la soberanía, la inmunidad, la integridad territorial y la autodeterminación nacional”.
Con apenas dos años de vigencia, esta Constitución fue “derogada” por un Golpe de Estado. El Decreto del dictadorzuelo Carmona, luego de autoproclamarse (palabrita muy de moda), procedía en su Artículo 2° a cambiar “el nombre del país a República de Venezuela eliminándose la denominación Bolivariana”.
Fracasado aquél acto reaccionario, vimos luego en sucesivas arremetidas violentas de la derecha, el empeño fanático de eliminar toda simbología bolivariana: rechazaron la enseñanza de historia nacional en las escuelas, apartaron retratos de Bolívar en sedes institucionales tomadas por la oposición, y hasta martirizaron seres humanos por considerarlos simpatizantes del bolivarianismo.
Recientemente, esa misma derecha que votó en contra de la primera Constitución sometida a la aprobación del pueblo en referéndum, reincidió en burlarla con un risible “Estatuto de Transición” de la Asamblea Nacional (29 de enero de 2019) que, invocando falsamente la CRBV, la deroga de facto, imponiendo un paralelismo estatal ficticio con intervención de gobiernos extranjeros; nada más inconstitucional que este adefesio ridículo y extravagante.
El propósito de todos los ataques, injerencias, sanciones, bloqueos, intentos de Golpe de Estado, es uno solo: destruir el Proyecto Bolivariano, único capaz de detener la recolonización de Nuestra América por el imperialismo.
II
Para ahondar en el fondo del carácter bolivariano de la Constitución y de la contradicción que genera en sectores conservadores pro imperialistas, permítanme compartirles algunos párrafos de mi libro (inédito a pesar de mis esfuerzos) La Doctrina Bolivariana. Esencia y vigencia.
“Algunos, han dicho que no se puede hablar de una Doctrina Bolivariana porque El Libertador no escribió libros; qué pena que coincidan con lo más recalcitrante del conservadurismo historiográfico. Esta especie, según la cual no existe una Doctrina Bolivariana, no es sólo una opinión aparentemente técnica, que discurre sobre parajes metodológicos o de forma, es un poco más que eso: un arma afilada que ataca, con el gran poder de las transnacionales, la construcción contemporánea del bolivarianismo como pensamiento emancipador; vale decir, se enfila contra la vigencia del partido bolivariano”.
“En el caso venezolano, la tesis en cuestión tiene en la mira una presa muy codiciada por neoliberales y cipayos: la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Ya ha asomado el sumo pontífice de la historia oficial, Guillermo Morón, que la Carta Magna de 1999 parte de un “vacío” que la hace nula, cual es, nada más y nada menos que el Artículo 1º: “La República Bolivariana de Venezuela es irrevocablemente libre e independiente y fundamenta su patrimonio moral y sus valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional en la Doctrina de Simón Bolívar, el Libertador”.
Morón, simulándose del bando bolivariano, destila su antibolivarianismo en un tejido de erudición arrogante y supuesta neutralidad política, propios de la jaula de mármoles donde la derecha ideológica mantuvo reo al Libertador desde Páez a Caldera, truncándole su vigencia para la comprensión de la realidad de nuestros pueblos, y –sobretodo- para la lucha por la liberación nacional y la reforma social. Según este historiador, “ese Héroe ilustrado no se dedicó a formular una doctrina, una filosofía…no era escritor, no era filósofo”; y remata acogiendo el título de un libro de Manuel Pérez Vila, para justificar su empeño en negar la existencia de una Doctrina Bolivariana: “Legado. No doctrina”.
Pero los hechos y los números echan por el suelo a los “minimizadores”. El historiador Augusto Mijares, maestro entre los que saben de Bolívar, nos recuerda que “se ha calculado en no menos de diez mil el número de documentos emanados del Libertador, entre cartas, oficios, decretos, mensajes, manifiestos, proclamas, proyectos constitucionales, discursos, artículos periodísticos, etc., desde el primero que se conoce -de 14 de octubre de 1795- hasta la carta que le escribió al General Justo Briceño el 11 de diciembre de 1830, seis días antes de morir. Que este cálculo no es exagerado lo demuestra el hecho de que la Comisión Editora de los Escritos del Libertador, de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, haya publicado hasta hoy 11 volúmenes con un total de 2.290 documentos, que llegan sólo al 31 de octubre de 1817”.
Menos mal que “no era escritor”, ni se dedicó a publicar libros, porque hubiera agotado el papel y la tinta de su época.
III
La Doctrina Bolivariana la constatamos en un cuerpo programático coherente que devela las verdades más recónditas de un momento histórico concreto, la Colonia, en un espacio geopolítico determinado, Nuestra América, y que no se conforma con explicarlas a la luz del pensamiento y la ciencia más avanzada, sino que procede a la acción revolucionaria para transformarla radicalmente.
Esta Doctrina, cuyos ejes fundamentales son el anticolonialismo o antiimperialismo, la igualdad social y la democracia republicana, está contenida en la prolija discusión escrita que dejó Bolívar, y sobre todo, en sus hechuras concretas y aún aquellos objetivos planteados que no se llegaron a realizar.
Entre las temáticas revisadas en la reflexión bolivariana, encontramos una permanente preocupación por lo que hoy llamamos el buen gobierno; por un lado se manifiesta la angustia del modelo burocrático que debería adoptarse por las nuevas repúblicas, mientras se enuncian las áreas más sensibles a acometer, como la educación pública, la salud, el uso de los recursos naturales, la administración de justicia, el cuerpo de leyes, la arquitectura jurídica de la República, la infraestructura de servicios, las comunicaciones, las relaciones internacionales, los derechos humanos.
Pero aún encontramos en el pensamiento de Simón Bolívar, la invitación constante a la elevación del ser humano a estadios superiores de humanidad; las virtudes ciudadanas tienen un lugar privilegiado en su acervo, mientras rechaza el oscurantismo religioso que aparta a los pueblos, bajo el chantaje de mitos alienantes, de los bienes sociales y culturales más preciados: la libertad, la ciencia, el arte. Decimos con el filósofo cubano Pablo Guadarrama que “Su misión emancipatoria no se limitó a derrumbar los poderes políticos que subyugaban al hombre latinoamericano, sino también otros pseudopoderes que han enajenado al hombre cuando éste no posee los instrumentos adecuados para destruirlos”.
IV
La Doctrina Bolivariana es la concepción desarrollada por el Libertador Simón Bolívar sobre los asuntos fundamentales de la independencia nacional latinoamericana, la creación de una nueva sociedad basada en la igualdad establecida y practicada, el surgimiento de gobiernos garantes del bien común, y la unión de las repúblicas hermanas en historia, para alcanzar el equilibrio del universo como sistema de convivencia, paz y cooperación internacional.
El pensamiento de Bolívar conforma un sistema coherente en ámbitos ético-filosóficos, sociopolíticos, socioeconómicos, militares y geopolíticos, que no sólo constituyen aportes teóricos novedosos en su tiempo, sino que tuvieron un alto impacto en la transformación radical de las condiciones de existencia de nuestra región y del mundo, donde el propio Libertador fue militante y protagonista de la puesta en práctica de su proyecto programático.
Se trata de una Doctrina, porque sus ideas marcaron pauta de algo nuevo que debía surgir en contraste con un orden establecido que se suponía inconmovible; y aún en las lejanías del tiempo que lo trascendió, sus elaboraciones son fuente de causas pendientes por realizarse. El bolivarismo o bolivarianismo es un cuerpo doctrinario para la emancipación antiimperialista de los pueblos, para el ejercicio de una democracia con justicia social, para la búsqueda de la paz internacional como premisa de un mundo en equilibrio, y otras reivindicaciones humanas de absoluta actualidad, como la protección del ecosistema y el acceso a una educación popular con igualdad de género.
Hay tres temas esenciales al quehacer de Simón Bolívar en la inmensa e intensa gesta de la Independencia: el anticolonialismo, la igualdad social, y el buen gobierno en una democracia republicana. Tales son sus grandes preocupaciones que se manifiestan en los momentos estelares de sus reflexiones políticas, en sus principales documentos, y en los diálogos permanentes que mantuvo con pasión erudita.
Estos tres contenidos de la Doctrina Bolivariana, son asuntos transversales a toda su obra teórica y práctica, dándole una vigencia sorprendente, al punto que los fenómenos políticos del continente desde la Independencia hasta nuestros días, han estado impregnados e inspirados en el ideario bolivariano. No es exagerado decir que todos los movimientos revolucionarios de los siglos XIX, XX y XXI han manifestado adhesión al bolivarismo o al menos han declarado incluirlo entre las fuentes de su ideología.
Mijares considera la visión bolivariana como una concepción revolucionaria con implicaciones mundiales, así mismo como lo dijo expresamente El Libertador: “En la Carta que ha sido llamada profética, escrita por Simón Bolívar en Jamaica el 6 de septiembre de 1815, expresa el Libertador un juicio sobre la revolución de independencia, que tiene múltiples derivaciones sociológicas e históricas. Para Bolívar aquella contienda era “una guerra civil”, pero no por el hecho anecdótico y circunstancial de que había españoles en las filas republicanas y criollos bajo las banderas realistas, sino porque aquella guerra no era sino un episodio de la lucha mundial entre progresistas y conservadores”.
El biógrafo venezolano basa estas consideraciones en un párrafo fundamental de la Carta de Jamaica: “seguramente –escribía Bolívar– la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia”.
Aparte del valor universal que estas observaciones del Libertador le daban a la guerra de independencia, ellas llevaban implícita esta otra característica que el Libertador tendría siempre a la vista en su actuación como político: que aquella lucha no debía tener como único objetivo la separación de España; que era una verdadera revolución, un punto de partida para organizar bajo nuevas formas progresistas los Estados que debían surgir de aquel enfrentamiento mundial, y, más importante aún, debía surgir una nueva sociedad, caracterizada en lo nacional por la igualdad establecida y practicada, y en lo internacional, por el “Equilibrio del Universo”. De esa profunda convicción es de la cual nace el carácter de reformador social que asume el Libertador, y por eso su maestro Simón Rodríguez –testigo de aquella actitud, y quizás su lejano inspirador durante la niñez– exclamaba entusiasmado: “Hoy se piensa, como nunca se había pensado, se oyen cosas, que nunca se habían oído, se escribe, como nunca se había escrito, y esto va formando opinión en favor de una reforma, que nunca se había intentado, la de la sociedad”.
Una reforma profunda de toda la sociedad, tan radical y original que nunca se había intentado, era la revolución propuesta por Bolívar
En cierta forma Bolívar sufrió una gran soledad en su lucha. Sus ideales, en la medida que se cimentaron y explayaron, lo alejaron del entorno generacional. Muchos de sus correligionarios no lo comprendieron, o lo que es peor, comprendiendo la dimensión de su proyecto revolucionario, vieron amenazados sus privilegios y el estado de cosas que aspiraban en provecho propio, por lo que se apartaron de él, algunos llegando a traicionarlo.
“Además de los traidores e intrigantes que lo acecharon siempre, Bolívar tuvo un enemigo soterrado que lo combatió en paralelo al imperio español: el naciente imperialismo estadounidense.
Los gringos no descuidaron un minuto la gesta bolivariana, ni menos ahorraron hipocresía y cinismo entorpeciéndola y mermándole su gloria. Pudiéramos afirmar que, mucho antes que El Libertador vislumbrara esa amenaza para nuestros pueblos, ya la elite dirigente de Estados Unidos tenía claro que debían combatir -en las sombras- al genial ideólogo y guerrero por la independencia de la América mestiza.
¿Acaso no fue la doctrina Monroe una jugada reaccionaria del naciente imperialismo estadounidense, que buscó confrontar el proyecto bolivariano en su esencia emancipadora de toda dependencia colonial?”
A veinte años del referéndum constitucional, sigue el combate día a día por defender el carácter bolivariano de la República.