Que PDVSA deba ser “roja-rojita”, como lo arengara en su oportunidad el muy fácil presa de ardorada, ministro Rafael Ramírez, con su humildad tan privativa logrando luego la anuencia de Chávez, y lo que habría de convertirse a la postre como en el leitmotiv de la nueva etapa revolucionaria, tiene mucho o demasiado sentido, porque ser rojo-rojito termina siendo, en el área estratégica, el símbolo de algo que tiene a la vez mucho sentido en esta vida; incluso, en todos los órdenes de ella: ¡pues nada más y nada menos que en un compromiso real, y para nada utilitario o comercial!..
Ahora, el utilitario concepto de ser rojo-rojito, puede tener muchas vertientes, muchas acepciones en los vericuetos del enrevesado mundo político de hoy, y al que no escapa el venezolano, ni muchísimo menos, influido de manera tan desalmada, como sabemos, por unas directrices que se llegaron a ejecutar en todos los niveles políticos y sociales durante más de cuatro décadas, por decir lo menos. Ello no sólo conformó una manera de pensar, sino una manera de actuar en esta vida vista ella como un hecho inevitable e involuntario. Nadie viene a la vida porque quiere, sino porque lo hacen venir. Así que hacer venir a alguien a esta vida, dentro de la aparente privilegiada condición humana, comporta una gravísima responsabilidad social.
Lo cierto es que la fuerte crecida de la Revolución ha arrastrado presuntos revolucionarios, seguro que sin querer. Pero crecida es crecida. Presuntos revolucionarios, no por que se muestren como irreverentes o formapeos. Serlo no implica en absoluto ser revolucionario. Ser irreverente o formapeo pudiera ser inclusive un puente para alcanzar la orilla de los grandes negocios en todos los órdenes éticos. Ser revolucionario rojo-rojito debe comportar mas bien el desafío de ser primero honesto consigo mismo, por supuesto, porque ser rojo-rojito, por tener sólo la condición de ser anti algo (antiadeco, por ejemplo) no es razón suficiente como para considerarse, ni muchísimo menos, un revolucionario connatural, sino más bien una especie de “vengador errante”, como lo fuera el cursi de Tamakún, dado que ser antiadeco histórico pudiera ser tan visceral como ser antichavista de nuevo cuño (véase el caso Miquilena y otros demasiado emblemáticos), sobre todo por la existencia de la tan bien asfaltada autopista ideológica, vía rápida donde tantos se pasan de izquierda a derecha con chocarrera facilidad quizás con toda seguridad por razones crematísticas o por padecer de la grave debilidad del ejercicio sensual del poder como síndrome... Pero ser rojo-rojito -honesto por supuesto al máximo con la propia revolución- significa serlo también con su líder indiscutible… En tal sentido he leído crónicas utilitarias de algunos que se vanaglorian por allí de lo rojo-rojito de sus circunscripciones políticas (sobre todo gracias al propio Chávez, que es lo peor), pero que, seguro por ser sobre todo sólo antiadecos, le oyera decir a uno, en la oscura y tétrica claridad de la hipocresía, y en labores divisionistas (máximo ejemplo de lo contrarrevolucionario), que Chávez es un caos… Esa persona a quien leyera recién, debe saber de lo que hablo.
La contraloría social debe pues estar mosca también con los presuntos o presuntas rojos-rojitos o rojas-rojitas, sobre todo cuando tengan el tupé de pretender influir en la opinión y comportamiento de los verdaderos chavistas rojos-rojitos. Pero tampoco es para que se les persiga y se les pretenda destruir como begardos.