Cuenta Juan que una noche vino a Jesús un fariseo, principal entre los judíos, y le dijo: Rabí: sabemos que has venido de Dios como maestro... y Jesús, túnica corta sin teñir, largo manto de lana, sandalias de cuero cubiertas del polvo de Judea, se aproximó y dijo esta frase maravillosa: Os es necesario volver a nacer. Nicodemo, un tanto perturbado, preguntó que cómo era eso, cómo podía un hombre viejo volver al vientre de la madre y nacer de nuevo. A lo que Jesús contestó: Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del espíritu, espíritu es. Los apóstoles, que siempre lo escuchaban con atención, acostumbrados a sus parábolas, a las paradojas de su discurso, a sus no siempre explícitas metáforas, entendieron con facilidad el mensaje que el maestro quería transmitirles. Tal vez para Nicodemo, encerrado en el dogma de la Torá, siguiendo la letra de la ley más que su contenido verdadero, aquello resultaba un contrasentido, un absurdo. Y más adelante, Jesús afirma: El que practica la verdad viene a la luz.
Nacer de nuevo desde el espíritu, no de la carne. Es la capacidad que todos tenemos de renovarnos, escrutar al fondo de nosotros mismos y ver nuestras atrofias, nuestros odios, nuestras maldades. Y en un hermoso acto de contrición, domesticar nuestros demonios más instintivos.
Nacer de nuevo desde la verdad a la luz. Abandonar la mentira, el auto-engaño. Reconocernos en el otro: amar al prójimo como a uno mismo. Base de la ética cristiana y, ¿por qué no decirlo?, de cualquier ética democrática y por los derechos humanos: ser capaces de ponernos en el lugar del otro y entonces no ver la paja en el ojo ajeno si antes no vemos la viga en el propio ni tirar la primera piedra pues nadie está libre de pecado.
Más que en la creencia metafísica de la resurrección de entre los muertos y la ascensión al cielo, me gusta la idea de resurrección como la posibilidad de transformarnos, y, transformándonos desde el amor, lograr la transformación del otro.
También Venezuela puede volver a nacer de nuevo. Del pantano del odio, puede resurgir el respeto y la tolerancia. De la borrasca que nos agobia, puede sernos dada la paz. De la iniquidad puede levantarse un templo de justicia, donde riqueza y responsabilidad social y solidaridad con los más pobres, no sean términos antitéticos sino complementarios: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene, dijo Jesús, según Lucas. No es limosna lo que predica Jesús, sino justicia social.
Un reino dividido no prevalecerá; una casa dividida no se mantendrá en pie: así nos enseñó Jesús, aquel judío hijo de carpintero, que murió torturado por el poder imperial y religioso. Venezuela puede nacer de nuevo a condición de que reconstruyamos la unidad básica de la nación. Otras sociedades pudieron hacerlo: ¿por qué no nosotros? Necesitamos, para ello, una rebelión amorosa basada en la no-violencia.
Nos es necesario volver a nacer, del espíritu y no de la carne, de la verdad y no de la mentira, del amor y no del odio. Los venezolanos podemos hacerlo. Entonces, que así sea.