Las creencias y la realidad

La gente tiene pleno derecho de creer lo que quiera y de percibirse como le plazca, lo que no tiene es el derecho a obligar a los demás a tener las mismas creencias ni a percibirlos de esa misma manera, ni a tratarlos con particulares consideraciones por ese motivo, como no sea la del respeto como personas. Y esto no va sólo con creencias o apreciaciones individuales, sino también con dogmas y cuestiones colectivas, que abarcan a grupos muy numerosos de personas en distintas partes del mundo. Un caso que está presente en la vida ordinaria es el de las religiones y los religiosos.

Se puede profesar cualquier religión, pero éstas no pueden imponerse a quienes no son seguidores de esos cultos, bien porque sigan otros o porque no sean en absoluto creyentes. Los católicos tienen todo el derecho de creer en Dios, en Jesucristo y en el Papa como representante de Dios en la Tierra, pero no pueden obligar a que el resto del mundo tenga las mismas creencias, ni a que sus creencias obliguen a que se les dispense un trato especial. La época de los cruzados no existe desde hace siglos y los recuerdos de sus acciones no son hoy agradables ni mucho menos encomiables.

Otro tanto ocurre con los musulmanes, quienes pueden creer en Alá y en su profeta Mahoma, pero no forzar a otros a profesar la misma fe, ni tener un reconocimiento particular por ello. La conducta de dominación del llamado estado islámico fue una clara aberración. Los judíos, por su parte, pueden considerarse el pueblo elegido de Dios y con derecho a la tierra que, según ellos, él les prometió, pero no pueden obligarnos a aceptar esas creencias ni agredir y exterminar a quienes no opinen lo mismo, ni exigir apoyo incondicional a las acciones genocidas de la entidad sionista que llaman Israel.

Tampoco se puede pretender que las racionalizaciones, que no explicaciones, de quienes se sienten de alguna manera diferentes del común de la gente, tengan que ser aceptadas por encima de las verdades científicas e históricas. No se puede tergiversar ni acomodar el conocimiento científico ni los hechos históricos, para adaptarlos a las creencias que se tenga. Y esto es algo muy común actualmente en el mundo occidental, que de paso no es el único mundo existente como muchos occidentales piensan. Existen otras culturas, incluso más viejas y con más gente que la nuestra, que también tienen sus creencias y sus modos de pensar, respetables, pero tampoco universalmente aceptados.

Los seres humanos, como los seres vivos en general, tienen una serie de características iguales o muy similares, que los hacen ser una especie particular bien definida, pero esto no significa en absoluto que sean idénticos ni que tengan las mismas potencialidades, ni similares capacidades de desarrollo, ni aptitudes equivalentes. Estas diferencias pueden haber constituido graves limitaciones sociales en el pasado, pero a medida que el conocimiento avanza las mismas pueden ser superadas tanto en la práctica social, como en la concepción teórica que se venía teniendo de las mismas.

Sólo podemos ser iguales ante la ley y debemos tener los mismos derechos fundamentales. Nuestras diferencias biológicas no deben significar diferencias de nuestra condición social. Pero las diferencias biológicas existen. Hay hombres altos y hombres bajos, los hay más y menos fuertes, más y menos inteligentes, más y menos ágiles. Los hombres y las mujeres son muy diferentes, yo diría afortunadamente. Sus cerebros son distintos. De lo que se trata es que las diferencias no discriminen a unos u otros en relación con el trabajo, la salud, la educación, el voto, entre otros. No se trata de proponerse situaciones imposibles de realizar hoy, como la de hacer altos a los bajos o a la inversa, ni hacer a todos igualmente fuertes o ágiles o igualmente inteligentes.

La igualdad tampoco significa que todos pueden realizar los mismos trabajos, las mismas tareas o iguales estudios, sin tener en cuenta las limitaciones que las diferencias biológicas existentes generan, ni tener en consideración las diferencias en las aptitudes. Todo el mundo puede más o menos cantar, bailar y hasta tocar algún instrumento musical, pero no todo el mundo puede ser músico. Se requiere entre otras cosas tener oído musical: oído tonal, oído rítmico y oído absoluto. Y esto no se aprende. Es innato. Como lo son la altura, la corpulencia, el sexo, las aptitudes. Todos son influidos sí, pero no generados social ni culturalmente.



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Luis Fuenmayor Toro

Médico-Cirujano, Ph. D., Ex-rector y Profesor Titular de la UCV, Investigador en Neuroquímica, Neurofisiología, Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología. Luchador político.

 lft3003@yahoo.com      @LFuenmayorToro

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