Ya fue dicho por los clásicos: el capitalismo todo lo transforma en mercancía, lo material y lo espiritual, todo está sometido al comercio, todo se puede comprar, todo se vende. Es comprensible que la ética y la moral estén regidas por las reglas del comercio. El capitalismo nos transformó la vida en un gran mercado, y al humano en una triste mercancía sometido a las reglas de las transacciones mercantiles.
En estos tiempos nos acostumbramos, como nunca, a considerar todo a la luz del intercambio de mercancía. Así, algo tendrá el valor de su capacidad de intercambio, de transformarse en dinero. En la vida rigen las leyes del mercado, el marketing es el rey. Las redes sociales son canales de comunicación comercial. El número de seguidores, la influencia que pueda tener en estimular el intercambio de mercancía, es la medida del valor, eso vale en dinero. Si alguien tiene millones de seguidores y retira una botella de refresco de una entrevista, ese refresco baja sus ventas, lo contrario ocurrirá si trata a la botella con cariño. La relación humana se transformó en la relación entre mercancías, se estudia para aumentar el valor de la mercancía humana, su capacidad de actuar en el mercado; se miente, se disfraza con el mismo fin. Los sentimientos y la conducta están condicionados por esa ley suprema del mercado: el lucro, comprar, vender, consumir, competir.
La sociedad se acostumbra a traducir todo a dinero, las acciones, los escritos, los discursos, todo está traducido a dinero, el dinero es el rey de la humanidad. Si alguien escribe algo, inmediatamente se piensa en quién le estará pagando, ya no hay convicciones morales, sino creación de mercancías, imitación de posturas éticas. Si alguien apoya a un gobierno, lo primero que se piensa es que está haciendo negocio, lo mismo si lo adversa. No se concibe un acto, una idea, que no esté gobernada por el dinero. Existen compañías especializadas en manipular a la gente para que se comporte de acuerdo a las necesidades del mercado.
Esta manipulación se ha extendido, se ha profundizado. De esta manera el hombre del capitalismo está sometido a la voluntad de la manipulación, ha perdido su independencia de criterio, piensa, actúa de acuerdo a esta manipulación que lo obliga a consumir productos y también ideas, a actuar de acuerdo a lo que los centros de manipulación, el "gran hermano", decidan. La potencia de estos centros de manipulación es gigantesca, pueden desencadenar guerras y justificarlas, pueden destruir personas, hacer de un pelele un estadista y de un estadista un pelele, pueden hacer historia y borrar la historia.
La manipulación mercantil impregna a todas las manifestaciones de la vida, desde la relación interpersonal, la amistad, el amor, el odio, nada escapa a la mentalidad del dinero, del marketing. Por supuesto, y principalmente, también la política es un territorio donde se expresa el mercado. Los gobernantes, los candidatos, las posturas políticas, los programas, todo está regido por las leyes del marketing. Esta visión mercantil, es el camino seguro a la extinción de la especie, no hay otra consideración que acumular dinero, aun a costa de la vida. La vida, la naturaleza, se transforma en dinero y se acumula en los bancos, allí en las bóvedas de los bancos hay bosques talados, mares contaminados, atmósfera irrespirable, todo transformado en dinero. Al final la humanidad desaparecerá y los bancos estarán atiborrados de dinero, físico, virtual, bitcoin, que al final es inútil para la vida. Esa será la oración fúnebre de esta especie insensata.
La superación del capitalismo no es solamente un asunto económico, es ante todo un requerimiento moral. Sólo superando al capitalismo podremos establecer relaciones humanas basadas en valores que consideren al humano como centro, podremos recomponer las relaciones armónicas con la naturaleza. El reto es muy difícil, se trata de construir un nuevo mundo transformando al hombre del viejo mundo. Esta es la colosal tarea de la política humana, enfrentada a la política del marketing.