Reflexión escabrosa sobre la muerte en tiempo de pandemia

Las reflexiones sobre la muerte se inician a partir de la muerte de los demás.  Ello envuelve a la propia muerte de manera recursiva como inmanencia de todos los cuerpos. En torno a la muerte solo se puede reflexionar sin atribuirle alguna ontología independiente, pues la muerte no tiene ser por cuanto es la nada, es la inexistencia, pese a la insistencia existencial trascendente de atribuirle “vida espiritual y resurrección” después de morir, que fundamenta las creencias religiosas. Este tipo de “existencia espiritual trascendente” no es más que la existencia misma queriendo prolongarse proyectivamente para no dejar de vivir mundana y definitivamente, sin que por esto deje de estar presente la duda y la incertidumbre de su trascendencia. Por tanto, es en relación con la existencia o la vida,  su otredad en los demás, que se puede considerar el espectro de la muerte y la ocurrencia de la propia muerte. 

De allí que la presunta alteridad existencial de la muerte, sea un absurdo pues la única alteridad de la muerte es la enfermedad mortal, la agonía y el fallecimiento del otro o de la otra, junto a la preocupación, serena o angustiante por la propia muerte, por más heroica o sacrificial que esta sea, así como por la desconcertante atribulación que provoca la evitable hambruna mortal de millones, las pandemias letales provocadas por ecocidios mercantilistas, los genocidios imperialistas, los crímenes, los feminicidios y los suicidios por desesperanza.  La sensible preocupación por la muerte, en consecuencia, deriva en preocupación por el sentido de la existencia.

 Su sentido auténtico o inauténtico,  para decirlo con Martin Heidegger para quien el ser, en su texto El Ser y El Tiempo, es ser-para-la-muerte.  Inautenticidad producida por la despreocupación de estar aherrojado en el mundo que prevalece hasta la consciente inminencia de la muerte.   Intentando de este modo distraer u olvidar esa destinación del ser, en detrimento del cuidado de sí que comprende a la vez el co-estar existencial en el mundo como cuidado de la relación con los otros u otras para gratificarse y realizarse con autenticidad de la interacción afectual y de la resonancia ambital con ellos(as).  Pasando de ser-para-la-muerte a ser-con-los-otros-para-la-vida, o con-ser.  Siendo esta opción existencial la serena y genuina trascendencia de la muerte, y de la “apesadumbrada muerte en vida” que propicia el necrofílico “modo de reproducir la sobrevivencia” de la Modernidad neoliberal que hegemoniza, por ser más de muerte que vida, al confiar con certidumbre y esperanza en la continuidad proyectada de la lucha por la existencia auténtica de los demás que advendrán.

 

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Jorge Díaz Piña

Doctor en Ciencias de la Educación (ULAC), Magister en Enseñanza de la Geografía (UPEL), Licenciado en Ciencias Sociales (UPEL). Profesor universitario de la UNESR

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