¿La modernidad neoliberal en entredicho por la revolucionaria transmodernidad?

El presidente Maduro recientemente ha referido en varias ocasiones la necesidad de asumir la perspectiva civilizatoria de  una “nueva modernidad” frente al debate teórico, cultural y político sobre Modernidad y Posmodernidad.  Enfoques civilizatorios o epocales que  envuelven la búsqueda de horizontes estratégicos  alternativos de vida en común para Latinoamericana y el Caribe, y en particular para Venezuela, debido a que no pueden escapar de los efectos del agotamiento y crisis actuales de la Modernidad y la modernización (su versión dependiente de adaptación criolla por parte de las clases y grupos sociales dominantes) en estos contextos. Bastaría en la actualidad, como ejemplo para evidenciar su colapso, entre muchos más,  con analizar las migraciones de millones de seres humanos y sus retornos forzados, así como el imaginario en declive de las ideas-fuerza modernas que los indujo a migrar (progreso, bienestar, seguridad, “american life”, etcétera),  de esos seres que ahora andan a la intemperie buscando en que asirse. Multitudes desesperanzadas que apenas sobreviven deambulando en las incertidumbres  propiciadas por las acciones de los imperialismos sobre sus naciones, los reiterados fracasos gubernamentales de las izquierdas y los progresismos, y el neopopulismo fascistoide de las derechas.  Derechas que ante esta debacle global, se ofrecen demagógica y publicitariamente como “populares y libertarias”.

Independientemente de la banalidad y descalificación politiquera que ese debate pueda asumir con  la participación de quienes son impugnados por ser ejemplos de la degradación política e intelectual moderna y posmoderna en nuestra región, este debate debe ser asumido críticamente y con pasión militante porque se trata, nada más y nada menos, que de las opciones civilizatorias de vida-muerte para todos los que existimos como vivientes indoafrolatinoamericanos y caribeños, al lado del resto de la humanidad y de la naturaleza.

La Modernidad además de ser un contexto socio-histórico que tuvo sus anticipos en el Renacimiento Europeo y la emblemática Razón Instrumental de la Ilustración, se inició realmente con la expansión y dominio colonial europeo de los pueblos y territorios de Indoafrolatinoamérica y el Caribe, destacando su exterminio genocida de los pueblos originarios, así como de los transplantados en forma esclavizadora desde África,  y el sometimiento ideológico-contracultural de sus civilizaciones. Un aspecto a resaltar es que producto de su resistencia al dominio de la conquista y colonización europeas, se cohesionaron mucho más bajo la creación del vínculo socio-empático profundo de la rebelde afectualidad que trascendió la simple afectividad para sentir, pensar y actuar juntos empáticamente, redoblando de esta manera la fortaleza civilizatoria de su existencia en cumbes, palenques, cimarroneras y muchas más formas culturales ante la contracultura europea de sus esclavizadores según los contextos en que se manifestaban a lo largo del continente.  Es de aclarar que fueron modos y formas de vida antimodernas y las primeras de tipo transmodernas –no premodernas como lo son para los historiadores, antropólogos y sociólogos asimilados a la modernización indignificadora de nuestras raíces culturales y hermandades  autóctonas-, ya que reivindicaron sus resistentes y dignificadores modos de ser de vitalidad existencial.  Modos de ser afectuales que se han preservado de su total extinción en los tipos de relacionamiento preservados y en las subyacentes manifestaciones cotidianas y costumbres de sus descendientes.

Sin embargo, la implantación y evolución de la Modernidad no consistió en una mera copia de la cultura europea, sino en un remedo de esta. Lo que le agregó originalidad contextual colonial y neocolonial a la singularidad de su dependencia bajo la forma de la denominada modernización, entre otras características estructurales de su sujeción que aquí no podemos desarrollar.  Con el devenir de los siglos los factores dinamizadores de su dependencia (económicos, sociales, ideológicos, políticos, etcétera) se agotaron provocando su crisis y la exigencia histórica de su relevo civilizacional. Por lo expuesto,  creemos que la propuesta de resucitar la Modernidad con novedosos ropajes discursivos, la “nueva modernidad”,  es inconsistente e impertinente, por decir lo menos.

Aquí cabe recordar que a la posmodernidad en su búsqueda de indagación ecoestética y pluriversal de variaciones y diferencias la signa, entre otros aspectos, la ambigüedad y la ambivalencia (razón/sinrazón, bien/mal, democracia/dictadura, reforma/revolución,  drama/tragedia, Estado/autonomía popular, etcétera), sin reivindicar la binariedad como método.  Por esto la posmodernidad, para quienes se asumen como posmodernos, no es una escuela, tendencia, partido o grupo cohesionado por quienes  no tienen en común más que reconocer el agotamiento de la Modernidad y reflexionar crítica y perspectivistamente ante ello expresando nuevas sensibilidades y estilos de relacionamiento afectual (“nuevas tribus”). No obstante esto, hay quienes, como Enrique Dussel,  han propuesto alternativas genéricas para superar la agonizante  Modernidad y la sola estilística sensible cuestionadora de la  Posmodernidad en nuestros contextos; en este caso, él asomó la incipiente opción alternativa de la revolucionaria Transmodernidad.

Es evidente que el desamparo de esos millones de seres deambulantes aludidos presionará social, cultural y políticamente, -pero principalmente de manera existencial, lo que podría conducir  a la innata y trascendente expresividad de una insurgente RESISTENCIA VITALISTA EXISTENCIAL DE LOS RENACIENTES CUERPOS SENTIPENSANTES JUNTO A LA CONFIGURACIÓN DE ÁMBITOS DE RESONANCIA AFECTUAL ENTRE ELLOS Y CON LA NATURALEZA-, para exigir la recomposición societal (“otro mundo posible”) debido al colapso civilizatorio que atravesamos, y no tan solo coyuntural, que se  está empezando a manifestar transmodernamente.  Sumándose esto a las presentes crisis estructurales económicas y geopolíticas de poder, con sus confrontaciones bélicas, de las voraces y depredadoras socialidades capitalistas neoliberales guiadas por su racionalidad instrumental en las que estamos insertos inestablemente.

Pudiera uno aventurarse a decir que la Transmodernidad es una nebulosa y envolvente inmaterial materialidad epocal que exige la prevalencia no dominante pero si hegemónica, de la sensibilidad ético-estética crítica posmoderna por sobre la racionalidad instrumental o funcional depredadora de la modernidad capitalista.  Siendo en consecuencia, su vector principal la líbido de la sensibilidad insurgente, que impugna y replantea sentipensadamente (O. Fals Borda)  un nuevo modo de vivir las relaciones y situaciones que nos emplazan radicalmente hoy.

La sensibilidad ambital es la respuesta dada  por las pulsiones y la racionalidad sensible frente a las experiencias de afectación o repercusión por la que pasan los cuerpos ante otros, el entorno-mundo y la sobresensibilidad mercantilista alienante del capital (K. Marx).

Lo dicho hasta ahora nos desafía a crear también una nueva gramática, lejos de logocentrismos o dogmatizaciones significadoras y sentidizadoras para renombrar al mundo. Es de recordar que su renombramiento encarnado (P. Freire) es indispensable para cambiarlo.  Para esto último sostenemos que tanto intensamente como extensamente, es imprescindible propiciar encuentros vibratorios afectuales con el entorno social o natural a todas las escalas, para recrearlo en el imaginario y plasmarlo en la realidad como una obra en la que interactivamente el entorno se pinte o encarne a la vez en su recreador(a).

Por otra parte, y complementariamente, un ámbito de resonancia afectual es la entificación, o construcción de una entidad, de una relación o encuentro de los cuerpos con una apelación o incitación contextual envolvente y transfiguradora de sus sensibilidades e inteligibilidades para producir el acontecimiento creador de la valoración afectual y empática de ese encuentro contingencial o propiciado  con la apelación incitante y emplazadora, que hace de esa relación una experiencia liberadora de ataduras contraambitales y pseudoambitales como las metaversales o virtuales enajenantes de lo real, que los trasciende, estremeciéndolos para ser otros(as).

Cuando, por ejemplo, un(a) pintor(a) popular representa sensiblemente un paisaje, interactúa afectual o empáticamente con él afectando su subjetividad, creando un ámbito o una entificación artística imaginaria realizadora, en este caso.  Él o ella, no plasma fotográficamente la realidad en su obra, sino la ambitalización que se ha producido recreadoramente.  Esta transformación es posible generalizarla resimbolizando la realidad afectualmente para su re-creación auténticamente revolucionaria.

¡ Ambitalicemos afectual y resonantemente la realidad y la vida para fraguar el con-ser y co-estar emancipadores. Así como para potenciar la resistencia vitalista existencial y a los cuerpos sentipensantes en la lucha por contener y derrotar el neopopulismo facistoide de las derechas y el de los progresismos reformistas reaccionarios !

 


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Jorge Eliecer Díaz Piña

Doctor en Ciencias de la Educación (ULAC), Magister en Enseñanza de la Geografía (UPEL), Licenciado en Ciencias Sociales (UPEL). Profesor universitario de la UNESR

 diazjorge47@gmail.com

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