I
El Señor Presidente está sólo en su despacho. Su valedor, el caudillo, el Jefe Único de la Causa, el Comandante Eterno, el Gran Timonel, acaba de partir unos meses atrás hacia esa noche ignota de la muerte. Pero antes de irse, dejó un mandato: y así cayó sobre los hombros del Señor Presidente la desafiante responsabilidad histórica de ocupar el inmenso vacío dejado por el Gran Ausente.
-Para que le flaquéen las fuerzas al más pintado, susurra para sí.
Arrellanado en su silla presidencial, el Señor Presidente mira hacia atrás, como en el poema de Vallejo, y todo lo vivido se le empoza como un charco de culpa en la mirada. A lo lejos, cree otear una banderas rojas flameando contra el horizonte.
-Ha llegado la hora, se dice: ¡la revolución!
Aún no sabe cuál será su Palacio de Invierno, pero lo hallará. Ni cuál su Larga Marcha ni cuál su Sierra Maestra.
Todos lo creen bruto, incluyendo algunos de los que se veían ungidos por el Jefe Único de la Causa.
-Ésa es mi principal ventaja, murmura para sí, y piensa, guardando las distancias, en Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, hace exactamente un siglo atrás.
La alta clase media oposicionista se mofa de él llamándolo "chofer de autobús". Algunos académicos con anteojeras, como los llamara Cortázar, chotean a expensas de su numerosos trompicones gramaticales. Pero eso no lo amilana.
El Señor Presidente conoce sus limitaciones. Sabe que no es precisamente un intelectual. Al decir de Lenin, es un profesional de la revolución, y con eso le basta. El Señor Presidente hincha el pecho con orgullo. Es, lo sabemos hoy, un político de oficio, en el sentido weberiano del concepto.
Pero pasan los meses y cada punto de cuenta es peor que el anterior: la moneda se desploma con estrépito, escasean los alimentos y las medicinas, y toda la producción agrícola e industrial cae en picada.
Como si fuera poco, la derecha apátrida hilvana una conspiración planetaria para derrocarlo por la fuerza. Los cuerpos de inteligencia le han puesto sobre el escritorio los pormenorizados informes.
Su decisión es clara: profundizará la revolución, continuará la senda trazada por el Comandante Eterno. Sin saber muy bien de qué se trata, repite una idea concebida años ha, allá por los '60, y la proclama: una revolución dentro de la revolución. Estatícese esto y estatícese aquello. Controles y más controles. Y controles para controlar los controles.
Pero nada le sirve. Sus asesores cubanos, educados en la escuela soviética, y un español medio extraviado en su propio laberinto, sólo balbucean algunas perplejidades.
Entonces pasa lo que estaba escrito que tenía que pasar: la derecha apátrida gana la Asamblea Nacional y Capitolio se convierte en el corazón de las tinieblas.
En conocimiento de que se le quiere sacar del poder antes del término de su mandato, el Señor Presidente ofrece un acuerdo: abandónense las pretensiones revocatorias, derecho constitucional pero no obligación, dice, y a cambio su régimen entregará la mitad del TSJ, liberará todos los presos políticos, abrirá una senda para la ayuda humanitaria internacional, y llevará a cabo las elecciones regionales en el diciembre que toca (que la oposición tiene todas las posibilidades de ganar de calle). Pero la oposición, que siempre se va de bruces cuando tiene el juego a su favor, lo rechaza todo, segura de que desde la calle, incendiando al país y soliviantando a los militares, conseguirá derrocar al gobierno. "Los derechos constitucionales no se negocian", es la frase con la que sus voceros se llenan la boca. Muchos principios y poca política.
Así las cosas, el Señor Presidente se sorprende a sí mismo moviéndose con agilidad de lince en este rudo arte del poder: bloquea sin asco el recurso referendario, cohesiona a los suyos, purga a los díscolos (algunos de los que creíanse ungidos inclusive), se gana a pulso el mando sobre los militares como si otro de ellos fuese, y repele sin escrúpulos (como hicieron Betancourt y Leoni frente al alzamiento guerrillero) las conspiraciones y la violencia callejera. Y sí, tapándose los ojos (como aquéllos), deja hacer.
-Lo primero es preservar el poder, después los derechos humanos, rumia para sus adentros.
La oposición extremista, eso sí, lo ayuda como si fuese "su arma secreta". Proclama la abstención en las presidenciales que tocan y, claro, el Señor Presidente se frota las manos, ...y las gana con sólo 1/3 de los votos. Ruegan los oposicionistas girando por el mundo sanciones y más sanciones que los gobiernos de Obama y Trump adoptan solícitos contra Venezuela y que el Señor Presidente, ni corto ni perezoso, convierte para los suyos -ese 30 % que todavía vota por él- en coartada para explicar el desastre económico de su gobierno. Y por último, estos estultos cometen el exabrupto de pedir una intervención militar extranjera gringo-colombo-brasileña, de suerte que toda la Fuerza Armada, incluso quienes no concuerdan con su gobierno, se cohesionan alrededor de su Comandante en Jefe.
-¡Gracias por los favores recibidos!, exclama el Señor Presidente en voz alta, y piensa en el dizque interinato de mentirijillas, en la ridiculez de Cúcuta, en la bufonada de La Carlota, en el atentado con drones que pudo costarle la vida, y en el disparate de Macuto. Es como para invertir el adagio afamado y decir que con enemigos así, no se necesita amigos.
Pero es 2018 y la economía sigue dando tumbos y sus asesores cubanos y el español de marras sólo le repiten medias verdades plagadas de lugares comunes: el imperio, la guerra económica, el bloqueo, la infame lógica del capital, la derecha pitiyanqui, la burguesía apátrida.
-¡Culpables!, ¡Culpables!, ¡Culpables!
El Señor Presidente, que ha probado no ser tan bruto como sus enemigos suponían, sabe que el Comandante Eterno le heredó un legado ponzoñoso: 1.000 empresas estatizadas y quebradas (SIDOR entre ellas), 6.000 empresas huidas del país ante la furia estatizadora del caudillo, una deuda pública de 100.000 millones de dólares (el Señor Presidente recuerda cómo antes de 1998 se les criticaba a AD y COPEI una de $ 30.000 millones, que ya era un escándalo), y una PDVSA cuyos gastos de inversión se habían dilapidado construyendo casas, curando enfermos y repartiendo comida: he allí el famoso legado. Sabe que desde 2007, ¡diez años antes de las sanciones!, toda la producción agrícola e industrial comenzó a caer a plomo y que el déficit fiscal creado por el Comandante Eterno desató la malhadada hiperinflación y el desabastecimiento que casi da al traste con su primer gobierno.
Entonces, ahora que comienza su segundo gobierno (éste que la oposición extremista le entregó en bandeja de plata), el Señor Presidente voltea a mirar hacia el Oriente Rojo, allá, allá, a la China milenaria que, con pragmatismo, intuición, y lucidez, y más o menos como intentó Lenin en la URSS con su Nueva Política Económica (la mítica NEP) poco antes de morir, ha combinado totalitarismo comunista en lo político y capitalismo en lo económico.
-No importa el color del gato con tal de que cace al ratón, dice el Señor Presidente como si Deng fuese.
II
El Señor Presidente sabe que ha vencido. Derrotados y dispersos, sus enemigos andan en desbandada, acusándose unos contra otros de su ruina. ¡Hasta siete oposiciones diversas ha enumerado!
Capitán de Victorias, lo llaman sus acólitos. Ha vencido, en efecto. Y no sólo a sus enemigos internos: ha vencido ¡a 16 de las 20 naciones más prósperas del planeta!, que en los tiempos del mayor fervor sancionista e invasionista, apoyaron con armas y bagajes a una oposición extremista que no calzó los puntos. Ya los gringos estuvieron por aquí, tanteando algún acuerdo petrolero con el Señor Presidente, y hasta Biden parece haber dicho, durante la dizque Cumbre de Los Ángeles a la que no lo invitó: "Bye bye, Mr. Guaidó". Si a ver vamos: es el dizque "interino" el verdadero excluído por la Casa Blanca, más, mucho más que el Señor Presidente.
-Pena ajena debería darle y hacerse a un lado, piensa el Señor Presidente de su adversario.
Pero a esta victoria política parece estar sumando ahora otro tipo de victoria. Llevando nariceados a sus propios extremistas marxistas-leninistas y embelesando a los chavistas más clásicos, ha decidido oír las recomendaciones de los miles que sugeríamos atender con sentido común las leyes del mercado. Y aún emprimerado, tímidamente, cautamente, como temiéndole a los fantasmas de Fidel y de Chávez que por las noches recorren los corredores de palacio, sin embargo ya es evidente que el conjunto de sus medidas van en la acertada dirección de revertir el desenfrenado estatismo-populismo de su antecesor, causa verdadera de la crisis que el país padeció durante el primer gobierno del Señor Presidente: levantamiento de controles de precios y de cambio, dolarización de facto, privatización (a cuenta-gotas, pero privatización) de empresas del Estado (la sagrada CANTV, el Banco de Venezuela, empresas de petróleo y agroindustriales, puertos, hoteles, y pare usted de contar), en fin. El retrato del Jefe Único de la Causa pende y penderá del Palacio de Justicia en la avenida Bolívar, como el de Mao en la plaza Tien An Men, pero la "revisión" es evidente.
-¡Thermidor!, acusará cualquier trotskista trasnochado.
Sin embargo, el Señor Presidente se refugia en un concepto marxista clásico: para cambiar las relaciones de producción deben desarrollarse al máximo las fuerzas productivas. Dicho en cristiano: para repartir la riqueza hay que crearla, y hasta nuevo aviso eso es economía de mercado: ¿con Estado de bienestar en una economía social de mercado?, sí, claro, pero mercado al fin y al cabo.
Una idea cruza por la mente del Señor Presidente: tal vez, sólo tal vez, la verdadera revolución en Venezuela sería construir una sociedad capitalista desarrollada, acaso sea éste su Palacio de Invierno, su Larga Marcha, su Sierra Maestra... pero la herejía asusta el rescoldo bolchevique de su corazón, así que espanta esos pensamientos como se hace con un enjambre de moscas.
En cualquier caso, los resultados están a la vista: aún en un contexto de sanciones (lo que echa por tierra la coartada de las sanciones como causa de la crisis), la "magia" del mercado ya surte sus efectos: cae la inflación, los suizos (que administran los negocios gringos en Venezuela desde la ruptura de relaciones diplomáticas y se les considera muy bien informados) confirman su predicción de un crecimiento económico ¡del 20 %! este año, mejoran los salarios en el sector privado y -si cae la inflación- incluso mejorará el salario real del sector público y por tanto las pensiones, aumenta la producción agrícola y petrolera nacional, y un largo etcétera de alentadores indicadores de todo tipo.
El Señor Presidente no es bruto, como muchos creyeron. Ahora de pelo encanecido, sabe que para nada Venezuela ha salido del hueco. ¿Se recuperó Venezuela? Bueno, eso depende de cómo conceptualizamos el término recuperación. Si pasar del sótano 5 al sótano 2 es recuperación, entonces sí se ha recuperado, y en breve tiempo. ¿Desarrollo? ¿Que se acabó el hambre y la pobreza? ¿Que no hay apagones ni cortes de agua? ¿Que el Metro de Caracas dejó de ser la desgracia que es? Claro que no, pero el Señor Presidente se dice que por algo se empieza.
Y tal y como van las cosas, si logra pasar su 30 % de 2018 a 35 o 40 en 2024, y si las oposiciones se empeñan en sumirse en su propio lodazal de odios, intolerancia e incompetencia, entonces el Señor Presidente tiene derecho a soñar... y, poniéndose de pie y mirando a los ojos al retrato de Chávez que preside su despacho, exclama:
- ¡Hasta 2031, mi comandante!