No hablaremos de la deuda histórica que la humanidad tiene con nuestros pueblos originarios. Es infinita, incalculable e impagable. Hablaremos de los aportes que la indianidad de Abia Yala (Nuestro Continente) ha dado y dará.
Nuestros pueblos indígenas tienen mucho que aportar a la concepción teórica y la construcción práctica del Socialismo del Siglo XXI. Empecemos por el componente cristiano-liberador. ¿De dónde viene la Teología de la Liberación de la que Chávez es militante? Viene de las enseñanzas que las y los indígenas de las islas que hoy llamamos Cuba y República Dominicana-Haití, enseñaron a los primeros frailes dominicos que llegaron en 1510 a Santo Domingo. Eran Pedro de Córdova y Antonio Montesino. Este último fue el que lanzó un 21 de diciembre en el cuarto domingo de Adviento, en la cara del propio Diego Colón heredero del Almirante, la condena del pasaje bíblico Ego Vox Clamantis in Deserto. De aquel radicalismo evangélico activo vino luego la portentosa obra que en materia de derechos humanos hiciera Bartolomé de Las Casas y de Francisco de Vitoria en materia de derecho internacional.
Porque no solo la yuca, la papa, el tomate, los frijoles y el maíz que tanta hambre mataron en Europa salieron de esta Tierra Nuestra; o las palabras chocolate y chicle. Todavía hoy no se ha medido ni analizado el impacto que tuvo en el “Viejo Mundo” el pensamiento y la vida indígena. Y, ¿qué fue eso que los precursores de la Teología de la Liberación y los Derechos Humanos vieron de la vida indígena que les transformó su vida por completo y su concepción del mundo? Fue la igualdad.
Otro concepto fundamental que tenemos que tomar de nuestros pueblos indígenas para la elaboración de una doctrina del hombre nuevo es la Ética Ambiental. Siglos antes que Kant formulara sus principios o Habermas dictara su cátedra, la gente de este nuestro continente practicaba una ética ambiental profunda. Recordemos la preciosa carta del jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos. Para el humano amazónico-andino-caribeño no existe otra forma de vivir que no sea en perfecta armonía con las criaturas de la existencia.
Un tercer elemento es la democracia directa. La gran mayoría de nuestras comunidades indígenas aún conservan formas democráticas superiores a las aristotélicas. En cualquier pueblo barí, en la Sierra de Perijá, se elije o se revoca al cacique en asamblea pública sin ningún trauma. Tal como se hacía hace seiscientos o dos mil años. Pero también las decisiones comunitarias son de origen colectivo y democrático. El tiempo de pesca, de siembra, de recolección, de caza, todo se decide en asamblea. La etnia wayúu, como toda nación arawaka, tuvo el yanama: trabajo voluntario colectivo, que aún pudiera encontrarse en ciertas comunidades de la Alta Guajira y subyace en todas las manifestaciones de solidaridad clanil de esa etnia.
Y he aquí el cuarto elemento: las formas naturales de propiedad. Trasmutadas hoy en formas colectivas, sociales o comunales, las formas naturales de propiedad son inmanentes al modelo de vida indígena. Es decir, hay cosas que son propias del individuo o la familia, como la casa o la ropa, pero en general, los bienes productores de riqueza colectiva, las aguas, la tierra, los recursos naturales, son del colectivo.
Buenas enseñanzas a tomar en cuenta.
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