La felicidad es una voz que adquiere centralidad en el seno de las sociedades contemporáneas a medida que se instaura la ideología del pensamiento positivo. El individuo es visto desde esta ideología como condicionado por su propio estado de ánimo con el cual crea un orden y una disciplina para pensar en que le puede ir mejor por simple voluntarismo. Pero esta ideología incurre en una trampa, a saber: encubre las estructuras de poder, riqueza y dominación que condicionan el comportamiento de la sociedad y el aspiracionismo a ultranza de los individuos.
El capitalismo de la sociedad de consumo supone una enorme máquina voraz que drena deseos ilimitados fundados en lo material. Entonces, la ideología del pensamiento positivo refuerza la noción de que si existe un deseo, el máximo esfuerzo conducirá a su satisfacción. "Si lo quieres, lo consigues", sería la frase que sintetiza esa simbiosis ideológica proclive al fundamentalismo de mercado y al individualismo hedonista. Es necesario, de esta forma, elevar al optimismo como nuevo mantra de la religión del éxito y hacer que el individuo fluya al ritmo del deseo. Si somos optimistas, no existe margen para el fracaso, rezaría el argumento que se ufana de exaltar ese individualismo regido por la tiranía de meritocracia.
Las actitudes positivas son incluso vistas como posibilidad de salud y como medios para escapar de los daños al sistema inmunológico tras la incidencia del estrés. La alegría se maneja entonces como un elixir que todo lo resuelve. El mismo optimismo se extiende al desempleo y se asume como un rechazo del individuo a la creación de riqueza. Los límites están dentro del individuo y de él, sólo de él, depende tener salud y dinero, es la conclusión.
Sonreír y no cuestionar, para esta ideología, puede garantizar y conservar el empleo y evitar el aislamiento social. Pero la paradoja del pensamiento positivo es que termina por lapidar al mismo pensamiento crítico. Vencer la negatividad sería la prioridad del individuo, entonces hace tareas y ejercicios, pronuncia frases positivas, sonríe, rechaza la negatividad, etc. Todo ello con miras a reprogramarse. Pero en esto subyacen dispositivos de control social, especialmente al interior de la empresa y de la escuela, que incluso se extienden a la familia. El problema es cómo generar y potenciar la motivación de los individuos; la cual tendría que emanar desde su interior. Y la motivación supone asumir que las crisis no son una calamidad, sino una oportunidad ante la cual es necesario mostrar una buena cara.
En lugar de modificar la realidad, se apuesta a cambiar el concepto y la percepción que se tenga de esa realidad. De ahí la fusión del pensamiento positivo con el social-conformismo e, incluso, con la post-verdad. Si el problema está en uno mismo, entonces no es cuestionado el sistema ni las estructuras. Es la mediocridad y la negatividad del individuo lo que explica su fracaso y es su pesimismo lo que explica la adversidad de las crisis económicas.
Además, el afán por lo material incentivado en esta ideología abrazó la religión a través de las teologías de la prosperidad y los nuevos predicadores que apelan al voluntarismo de los individuos. Triunfo y fe se fusionan para dar paso a nuevos fetiches que entronizan a lo material como deidad a venerar por masas agobiadas y ávidas de mínimas satisfacciones.
En el pensamiento positivo esfuerzo, creatividad y motivación son la clave para salir avantes de la crisis. "Piense y hágase rico" fue el nuevo slogan de cara a las burbujas financieras y especulativas de la primera década del siglo XXI. Y ello marchó a la par del fin de la sociedad salarial y de la epidemia de pesimismo que inhibían a la mentes ganadoras. En tanto que los flagelos sociales como la criminalidad, la pobreza y la desigualdad son fruto de mentes negativas incapaces de adaptarse a su entorno. De ahí el poder político/estratégico del pensamiento positivo que rebasa la esfera de lo individual y de lo estrictamente psicológico. Se margina la posibilidad de comprender el entorno en el cual se despliega el individuo, así como las relaciones sistémicas que éste guarda con las estructuras sociales.
Ante ello, es posible argumentar que la felicidad no es un asunto de introspección, de mirarse hacia el interior para sonreír a los demás. Sino que sus posibilidades se anclan en el contacto con el entorno y sus contradicciones, e incluso en los condicionamientos que éste impone a las aspiraciones y alcances de los individuos. Más todavía: el individuo y su motivación no son ajenos a las estructuras y relaciones de poder que crean arreglos sociales para gozar de cierto tipo de sociedad en medio de la perpetuación de la desigualdad. Romper con la trampa del pensamiento positivo es un problema ideológico por cuanto éste subyace en la legitimación del capitalismo como proceso civilizatorio, pero también es un problema estratégico por cuanto en él se conjugan las formas en que nos relacionamos en sociedad y encaramos el tema del futuro y de la construcción de alternativas.