"Progreso progresista”

La vieja idea de progreso, que ya ocupó a los pensadores helénicos, refiriéndola en términos de conocimiento, y a la intelectualidad burguesa, en especial Turgot y Condorcet, que vino a ampliarla a la realidad material de la existencia colectiva, ha quedado definida postulando la superación de lo precedente, alimentando avances sociales, políticos y jurídicos. Hoy, bajo el dominio del capitalismo global, se impone el principio de la mejora de las condiciones existenciales de las gentes, y el método a seguir es entregarse a la disciplina del mercado, marcado desde una doble directriz. De un lado, en su calidad de dirigente del proceso, está la concentrada en el ámbito mercantil, animada por el espíritu de destrucción creativa y ese proceso de innovación del mercado que exige el capitalismo para no ralentizar la marcha del negocio. La otra, ha sido asumida por la política con la finalidad de entretener a las masas, entregadas al espectáculo comercial, para comprometerlas en el espectáculo político; de manera que ha desarrollado a su conveniencia la vieja idea con aspiraciones más amplias, etiquetándola como progresista, tratando de dar cumplimiento a la pretensión burguesa de mejorar las condiciones de existencia en el plano general, pero orientada a procurar el auge del mercado. La diferencia sustancial entre ambas radica en que esta última, realiza su progreso particular a cuenta de las arcas públicas, restando solidez a la riqueza colectiva, mientras que, la otra, inspirada en la innovación permanente, se limita a generar beneficios para el negocio.

En el tema del progreso existe un buen entendimiento temporal entre el capitalismo y la política, ya que ambos obtienen de la etiqueta los correspondientes beneficios. Auspiciado por la parte institucional del capitalismo global a través de la consabida Agenda, que ha pasado a ser el catecismo del progreso, los países pudientes se comprometen, entre otras utopías a acabar con la pobreza, consolidar la igualdad y cualquier otra ocurrencia que suene bien a los oídos de las gentes, pero que acaban en poca cosa, salvo desplegar amplias campañas de propaganda dirigidas a que la clase política saque tajada en los procesos electorales, a la espera de que algunos de sus miembros tengan la oportunidad de instalarse en los órganos estatales de decisión, para exclusivo beneficio personal. Al empresariado, simplemente le viene bien, porque las políticas progresistas animan el mercado.

Así entendido el progreso, desde el planteamiento político, habla de libertad, igualdad, justicia y derechos, inclinándose por prometer el bien-vivir de los futuros votantes, ya que está sujeto al mandato de las urnas, por lo que tiene que mostrarse abierto a todo, con lo que el progresismo ha pasado a ser un cajón de sastre, en el que también tienen cabida la fábula, el progreso irreal y el antiprogreso. Condicionado por el voto, las exigencias que se le imponen responden a la ponderación grupal electoral, y basta con agruparse para que varios individuos, asociados para una finalidad interesada, impongan sus conveniencias acogiéndose a su nivel de influencia. De esta manera, el simple interés de grupo o auténticas estupideces, que pugna con el sentido común, toman carta de naturaleza en el plano social y se eleven a la dimensión política. Pese a todo, el progresismo aprovecha políticamente toda esa batería de ocurrencias, que luego pagará el fondo común estatal, para capitalizarlas como valor electoral.

Monopolizada la interpretación del progreso por las izquierdas tradicionales, las derechas se han mantenidos rezagadas contemplando el panorama, pero ahora, empujadas por una parte del voto a captar, no tienen otra alternativa que tomar el tren en marcha, porque su patrón capitalista ya no las ve perspectivas de futuro si se quedan en el andén de la estación. Entre tanto, las ha dejado abandonadas a su suerte, buscando entendimiento con los contrarios. El peso del conservadurismo, tradicionalmente considerado impropio de un panorama de progreso, aunque sea artificial, resulta una carga pesada para una sociedad entregada a la insensatez que propugna el consumismo. De ahí que, mientras no se recupere la racionalidad, lo que va a ser difícil, el panorama políticamente no pinta bien para este lado del espectro político, poco dado al espectáculo innovador que exige el progreso mercantil. En eso radica la ventaja de sus oponentes, dispuestos para vender progreso a las masas.

Si se pretende representar en la práctica por donde va el progreso progresista, es decir, el de las llamadas izquierdas, que a la razón aquí saborean las delicias del poder, basta con mencionar algunas ocurrencias, asociadas al bien-vivir capitalista, debidamente fundamentadas desde la retórica ocasional, que ya han arraigado en el panorama social, y otras que aspiran a hacerlo. Siguiendo las directrices marcadas por el patrón capitalista, en interés del mercado, desmontan principios sustanciales de la vieja burguesía, promoviendo la antipropiedad —caso, por ejemplo, de las medidas relacionadas con la vivienda—, la desigualdad —protegiendo a determinados grupos de intereses a cuenta de los demás— o la inseguridad jurídica —elaborando a diario leyes de quitar y poner, con sus correspondientes añadidos ocasionales—. Lo que parecería incongruente con los intereses de sus patrocinadores no lo es tanto, porque solamente afectan a los ciudadanos de a pie, pero no al empresariado, cuyos negocios están garantizados.

Visto en el plano de lo programático, el progresismo no se queda ahí, avanza mucho más para cumplir con la agenda capitalista, que vende sus productos para el mercado, y dar cuerda a las genialidades de la clase política, para trabajarse su salario estatal, con la ayuda prestada por el voto dirigido. Puede permitírselo, puesto que siempre pagará el erario público, con lo que el coste no correrá de su propio bolsillo — lo que parece acertado, por aquello de que se puede ser progresista, pero no tonto—, y sus descabezados proyectos se blindan en nombre de los derechos, las libertades, la justicia, pero entendidos a su conveniencia. En un panorama desastroso, en el que la mentalidad colectiva está dirigida en la dirección de los intereses del mercado, y que se puede ver claramente por estas latitudes, resulta que, presumiendo de progresismo de ocasión, el hecho es que la sanidad va dando tumbos, la justicia no funciona para el ciudadano común, la burocracia en estado lamentable, mientras se alimenta un orden en decadencia, seguido de la seguridad jurídica y personal en claro deterioro- Como fondo, un ambiente de crispación porque la inflación, artificialmente provocada por el gran capital, no da respiro a las gentes.

Sin embargo, hay que señalar "aciertos" del progresismo político, todo ellos diseñados para atraer el voto de un grupo de favorecidos. De esta manera, se saca a la luz lo del ingreso mínimo vital, ayudas publicas para todo lo imaginable o, el no va más en materia de progreso, los proyectos de renta básica universal o la futura herencia universal. Para acompañar tales golosinas, se regalan viviendas a los privilegiados, con gastos incluidos a cuenta de otro, para que consuman libremente y la destrocen sin contemplaciones, simplemente para desahogar sus frustraciones. Como lo de despilfarrar dinero público ha pasado a ser una obligación movida por el progreso, de ahí que gastar en la cultura del divertimiento, destinada a estimular el negocio de un sector del mercado que es clave para mantener entretenido al personal y aporta reconocimiento al mecenas, se vaya situando en los primeros lugares de la carrera progresista. Hay que dejarlo ahí, porque, si se continuara con tales desacierto de las políticas sociales, entendidas como exponente de progreso, la lista pudiera resultar interminable.

Al objeto de defender intereses personales y cumplir con el voto agradecido, parece oportuno, para los que falsean el sentido del progreso, continuar en la misma línea de actuación, en la que el trabajo y el esfuerzo personal desaparecen, sustituidos por la holganza, la fiesta permanente y el que todo lo den hecho, ignorando que es el camino a seguir para retornar sobre lo andado. Todo sea en nombre de un progreso social que poco tiene que ver con aquello que exponía Nisbet, de que la humanidad ha avanzado en el pasado, avanza actualmente y puede esperarse que continúe avanzando en el futuro; porque lo de avanzar, en ese caso, no cabe entenderlo como mejora de derechos, libertades, justicia, conocimiento, seguridad y calidad de vida en términos realistas, sino que solo permite consolidar ese totalitarismo económico, con sus nuevas elites dirigentes, que promueven la vuelta al pasado, invocando el progreso.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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