La situación electoral es muy difícil para la oposición. El gobierno logró de nuevo lo que ha venido haciendo desde hace bastante tiempo, y que le ha permitido mantenerse relativamente cómodo en el poder. Otra vez, el extremismo opositor entorpece las posibilidades de derrota de Maduro en las próximas elecciones presidenciales. Y lo hace luego de haberse demostrado en los hechos, en forma más que evidente, el total fracaso de sus políticas desde la elección de la Asamblea Nacional en 2015. Llevan, por lo menos, nueve años de disparates, de locuras de todo tipo, de errores bestiales, de violaciones legales y constitucionales, de aventuras diversas, incluyendo atentados terroristas, golpes e invasión armada del país por grupos mercenarios y, como si fuera poco, son parte de la rapiña de los activos venezolanos en el exterior, que aún se mantiene con unos delincuentes que se hacen llamar asamblea nacional legítima.
No ha habido cosa que no hayan hecho, luego de su último triunfo electoral. Algunos pocos parecen haberse reincorporado a la lucha democrática y electoral, la cual es particularmente difícil en el país, pues el gobierno no se caracteriza precisamente por ser respetuoso de la oposición ni de la crítica. El escenario electoral presidencial se nos presenta con una lideresa opositora que piensa que tiene a Dios agarrado por la chiva, pues recibió un supuesto “mandato” el 22 de octubre, mandato que al parecer vale más que la Constitución, a pesar que quienes votaron son, si le damos credibilidad a sus cifras, el 10 por ciento del padrón electoral. Y no olvidemos que, en esas elecciones primarias, en las que barrió a sus compañeros de todos estos años, el gobierno la favoreció al hacerla supuesta víctima de sus desmanes y llevarla al triunfo, para luego inhabilitarla y potenciar la desesperanza electoral que lleva directamente a la abstención.
Llevó a sus simpatizantes a votar por ella y elegirla como candidata a sabiendas de que no podría inscribirse como tal en el CNE. No importa que su inhabilitación sea ilegal e inconstitucional, que de hecho lo es. Lo que realmente importa es que esa inhabilitación existe y ya hoy no debería quedar ninguna duda después de la ratificación de la misma por el TSJ, en una providencia que deja mucho que desear jurídicamente, pero que expresa la decisión del gobierno de Maduro de no permitirle participar. Esa es la realidad. Afirmar, como lo ha hecho, que sin ella no puede haber elecciones, que ella es la soberanía, que es la candidata del pueblo venezolano, es de una soberbia inaudita pues no tiene ninguna base real que la sostenga. No conoce la humildad; sí, mucho la vanidad. Algo difícil de entender en una lideresa que, como sus excompañeros de ruta, se ha equivocado en sus decisiones políticas en forma ininterrumpida durante los últimos 25 años.
¿Cómo es posible que vuelvan a recurrir al expediente de exigir sanciones contra Venezuela, cuando es claro que las mismas golpean precisamente a ese pueblo que todos dicen representar, pero nadie atiende ni defiende? Parecieran no darse cuenta que el gobierno usa las sanciones para justificar su incompetencia, su negligencia y todo el desastre y destrucción económica que ha generado. Exigir sanciones es totalmente absurdo y criminal para con la gente, además de repetir una conducta política que demostró ser un fracaso total. ¿Acaso no vivimos ese discurso durante el interinato de Guaidó? ¿Van realmente a repetir el “solos no podemos”, la “aplicación del TIAR”, el apoyo de Almagro, del grupo de Lima y de los expresidentes narcos de Colombia? ¿Otra vez van a reeditar ese guion? Por varias declaraciones y comentarios de ese liderazgo pareciera que sí volveremos a ese pasado que habíamos comenzado a superar.
No hay que seguir perdiendo el tiempo con gente incapaz de reflexionar, que vive de sus odios y deseos y que desprecia la experiencia. De continuar en esa actitud, María Corina se quedará sola con sus fanáticos y terminará como conferencista en una que otra institución educativa estadounidense, acompañando a Guaidó. Habrá perdido un momento estelar de trascender y afianzar su liderazgo para el futuro. Ya sus compañeros, presionados por el anuncio del gobierno de fijar las elecciones para mayo, buscarán reunirse para tratar el asunto con la cabeza fría. Ojalá y entiendan que no es uno de los suyos el mejor sustituto de María Corina, pues tienen menor representatividad y no aglutinan el número de voluntades necesarias. Deben pensar en alguien que los aglutine a ellos y a quienes del otro lado también hacen oposición, aunque sin sus estridencias ni locuras.
Lo repito, un candidato como Eduardo Fernández pudiera ser receptor de ese necesario consenso, que de inmediato aglutinaría a la mayoría de los venezolanos.