Hora de avanzar hacia la democracia participativa socialista

Otra elección en Venezuela termina en fiasco, según muchos analistas liberales. Como académico sueco he podido asistir a dos campañas electorales en Venezuela. La primera cuando el presidente Hugo Chávez se postuló para la reelección en octubre de 2012. Fueron las últimas elecciones para Chávez, ya que el cáncer que le quitó la vida fue tan agresivo que ni le permitió asumir el cargo en enero del 2013. Nicolás Maduro, entonces vicepresidente, reemplazó a Chávez, por orden del mismo Chávez mientras este estaba en tratamiento en Cuba.  Luego asumió como presidente elegido popularmente desde abril del 2013. La segunda elección a la que he asistido fue en el año 2017, las cosas habían cambiado tan precipitadamente que Nicolás Maduro convocaba a una asamblea nacional constituyente para frenar la ola de linchamientos contra chavistas coordinada por la oposición para obligarlo a dimitir del cargo. 
 
Estas dos elecciones muestran dos épocas del chavismo y de la República bolivariana. La del 2012 con un chavismo desplegado, seguro de alcanzar victorias irrefutables y con una oposición todavía dedicada a hacer política dentro del respeto a las instituciones. La del 2017 con un chavismo a la defensiva y confundido tratando de responder a los ataques de una oposición descarrilada de los cauces liberales y cada vez más comprometida con llegar al poder por medios violentos. Solo pasaron cinco años para tal metamorfosis. Ambas elecciones estuvieron marcadas por diferentes contextos económicos. La elección del 2012 se realizo en medio de la bonanza petrolera. Había recursos en abundancia que eran distribuidos profusamente mediante las misiones presidenciales de bienestar, entre otras con las grandes misiones de Vivienda, de salud, de cultura, de educación, de los pensionados, para las mejoras salariales, y para profundizar la democracia participativa con la  democracia comunal.  La oposición del 2012 encabezada por Enrique Capriles Radonski propugnaba por detener lo que denominaba la nacionalización y la polarización de empresas emblemáticas. Por ejemplo PDVSA, cuyas ganancias eran dirigidas por el gobierno de Chávez a las grandes misiones presidenciales para mejorar la vida del pueblo pobre.
 
Desde la elección presidencial del 2013, la oposición le declaró la guerra a la nacionalización de empresas estratégicas del estado y por supuesto a las grandes misiones presidenciales del gobierno bolivariano dirigido desde entonces por Maduro. La oposición ha tenido claro que las misiones presidenciales alimentan a una base electoral abrumadora contra sus intereses políticos, sociales, culturales y económicos. Por ende, a la elección de la asamblea nacional constituyente del 2017 los movimientos de base tenían entre muchas consignas la de sellar la constitucionalidad de las grandes misiones presidenciales. Lo que pasó o no pasó en términos de números, de actas, de ganadores y vencidos en esta elección es de menor importancia. La asamblea nacional constituyente, siendo totalmente chavista, terminó sus labores tres años después, insólitamente sin alcanzar ningún objetivo en esta dirección. Así que las misiones presidenciales siguen siendo un instrumento de uso exclusivo del poder ejecutivo. Le sirven para mantener contacto directo con los activistas del chavismo duro y con las masas mas empobrecidas qué siguen siendo las más afectadas por el bloqueo impuesto al país por los imperios del atlántico norte. 
 
El imperialismo norte-atlántico ha hecho todo lo posible por cortar la correa de transmisión entre pueblo y gobierno venezolanos. Desde el 2019 con la autoproclamación de Juan Guaido como presidente interino le dio un golpe mortal a la democracia liberal. Usa esta autoproclamación para usurpar la legalidad de las instituciones venezolanas y para confiscar ilegalmente, es decir para robarse las reservas de oro, las divisas y las empresas estatales venezolanas en el extranjero. Entre la pandemia del Covid-19 y las 350 medidas unilaterales adoptadas contra Venezuela, la elite colonial del atlántico norte ha tratado de imponer una nueva cotidianidad antichavista bajo el lema de “el socialismo es pobreza”. Sin embargo, el gobierno de Maduro ha sabido sortear esta cotidianidad con otra donde se sigue manteniendo la distribución de alimentos y la prestación de servicios básicos mediante las misiones presidenciales, pese a las medidas del bloqueo internacional.  Esta forma de resistencia debería ser estudiada mas en detalle en lugar de ahondar en perfecciones irrealizables de un sistema electoral que nunca será reconocido ni como confiable, ni como bueno, ni mucho menos como superior por quienes históricamente se siguen viendo como los amos coloniales del planeta. 
 
Desde el golpe militar de la derecha global contra Salvador Allende en Chile, ninguna democracia liberal que esté insertada en el circuito productivo del gran capital internacional en América ha podido resistir a un bloqueo de las élites del atlántico norte. Venezuela lleva 11 años resistiendo. Desde su perspectiva liberal burguesa el imperialismo ve a la relación entre las misiones presidenciales y el pueblo como clientelismo. Pero desde una perspectiva socialista esta relación sienta las bases para que el pueblo ejerza poder a nivel local. La realidad que enfrenta el gobierno bolivariano contra el bloqueo colonial de las elites históricas del atlántico norte dista muchísimo de los cánones liberales y lo obliga a radicalizar el socialismo participativo. Muchos gobiernos y economías liberales exigen de Venezuela “transparencia” en las recientes elecciones presidenciales que dieron como ganador nuevamente a Nicolás Maduro. Pero son los mismos que han sido totalmente indolentes a los estallidos sociales contra el neoliberalismo en Chile, Ecuador, Haití o Colombia entre el 2018 y 2021. Son los mismos regímenes que impusieron esquemas de vacunación contra la pandemia del Covid, mas ajustados a las grandes empresas farmacéuticas que a las verdaderas necesidades medicas de la población mundial. Son los mismos gobiernos que reprimieron el levantamiento pacifico liderado por  #BlackLivesMatter, y se hicieron oídos sordos con las exigencias para desfinanciar las policías e instituciones que siguen actuando bajo practicas de supremacismo blanco impuestas por el Kukuxklán.  Y, recientemente, son los mismos regímenes que suplen armas y apoyo político para que el gobierno de Israel prosiga con el genocidio contra el pueblo palestino, fundamentalmente masacrando mujeres, ancianos y niños refugiados en la franja de Gaza. 
 
Que transparencia pueden exigir estos regímenes a un gobierno atacado con medidas piratescas adoptadas unilateralmente? Los presidentes de Colombia, nuevo miembro asociado de la OTAN que viene de hacer ejercicios militares conjuntos con EEUU en el Océano Pacífico oriental y de Brasil, un país fundador de los BRICS, presumiblemente obligaron a EEUU a desistir de proclamar al candidato opositor Edmundo González como ganador. Los presidentes de Rusia y China ya han reconocido la victoria de Maduro. Lula se resiste, poniendo en juego la estabilidad de los BRICS. Petro y Lula  también han insistido al gobierno Venezolano en presentar los resultados desglosado por mesa. Han puesto estas ‘exigencias’ como condición para reconocer plenamente los resultados publicados por el CNE. Petro con la OTAN en la nuca y Lula en lo propio con el ala derechista de los BRICS también exigen cautela con la adopción de nuevas medidas unilaterales contra Venezuela. Sin embargo no exigen transparencia, ni legalidad, ni mucho menos que se remuevan totalmente las mas de 350 medidas unilaterales destinadas a asfixiar al pueblo venezolano y su gobierno. Bajo estas condiciones es obvio que las exigencias señaladas por Petro y Lula responden a nuevas movidas imperiales en cuerpo ageno. 
 
En este marco vemos una Venezuela todavía insistiendo naivamente en realizar elecciones democráticas para un publico liberal cuyos representantes en el país y globalmente solo están interesados en retroceder el reloj de la historia a la era de la hegemonía del colonialismo blanco-europeo. Que sentido tiene insistir en crear un sistema de elecciones para una oposición que o no está interesada en participar, o que si participa lo hace anunciando victoria por adelantado, sin comprometerse ni a respetar los resultados ni a respetar las autoridades qué las procesan. Quizás ya es hora de pasar definitivamente la página de la democracia liberal y explorar tres necesidades para profundizar la revolución bolivariana en medio del bloqueo: Que desista definitivamente de posar ante el mundo como la gran diva de la democracia liberal. Que desista de perseguir perfección tecnológica en un sistema electoral sujeto a constantes ataques de los mercenarios digitales de Anónimos. Y finalmente, que se dedique exclusivamente a profundizar su democracia participativa y protagonica. Por ejemplo con nuevas formas de postular desde abajo, tanto en sus estructuras comunales como en las empresas estatales y los ministerios. Que sea el pueblo quien postule a sus dirigentes por su capacidad demostrada de compromiso, de lealtad y de eficiencia, más que por los atajos de los círculos de familiares y amigos de quienes se encuentran en el gobierno. 
 
Para que hayan elecciones plenamente liberales en Venezuela se requiere que las elites del Atlántico norte suspendan todas las medidas del bloqueo. Esto no pasó con Haití desde 1803, ni ha pasado con Cuba desde 1959. El imperialismo del Atlántico norte logro asfixiar la revolución negra en Haiti con sus medidas coloniales. A la revolución Cubana no la han podido doblegar, quizás porque se enfocó a desarrollar su democracia popular para convivir con el bloqueo liberal. Mientras las medidas coercitivas existan como marco no habrá democracia liberal, pero estas condiciones de crisis obligan a la  democrácia participativa a redefinirse con metas mucho más ambiciosas que simplemente completar una democracia liberal que las elites del Atlántico norte no dejan que exista ni en sus propios y reducidos círculos de poder factico.
 
juanfervelasquez63@gmail.com


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