No tengo explicaciones terminadas para una conducta extraña que se ha venido propagando entre muchos dirigentes del proceso revolucionario venezolano. Entiendo perfectamente que las nuevas estructuras económicas y políticas paulatinamente van generando la superestructura de valores correspondiente, la cual es distinta a la existente hasta este momento. Sé incluso que elementos de la superestructura futura ya aparecen y comienzan a manifestarse dentro del modo de producción viejo, anunciando la aparición de nuevas relaciones de producción y la preponderancia de nuevas clases. Nuestro país se encuentra inmerso en esa cambiante situación, donde los valores de la vieja sociedad se confrontan con los nuevos valores aún en etapa embrionaria, pero no por eso menos impactantes, sobre todo porque representan el cambio de lo que estamos acostumbrados a tener como cierto, firme y duradero.
Ante las frecuentes situaciones de desajustes, en las que las capas populares cuestionan los valores establecidos, muchas veces dudamos sobre aquello que defendemos y nos preguntamos si estaremos en lo cierto o si nos hemos transformado en conservadores, al dejarnos atrás la situación social cambiante y no ser capaces de evolucionar a su misma velocidad. En esos casos, nos sirven de gran ayuda el discurso, las explicaciones y, sobre todo, la historia de quienes parecen sustentar y representar a quienes soportan esos nuevos valores. Con una gran frecuencia, demasiado elevada para la salud del proceso, no se trata realmente de la presencia de elementos nuevos de la naciente superestructura ética y moral, ni el problema estriba en el retraso evolutivo de nuestras concepciones y de que hemos sido rezagados ética y moralmente por los cambios habidos.
No. El proceso no ha marchado tan rápido, como para dejarnos atrás. En ciertos rubros ni siquiera ha llegado a despegar, como puede evidenciarse de la gigantesca corrupción existente, para la que no bastan las frecuentes reprimendas presidenciales, ni las múltiples denuncias públicas que se realizan. Los supuestos cambios, hacia valores revolucionarios que nos resultan un tanto extraños, constituyen en realidad la trampa con que los infiltrados de la contrarrevolución pretenden confundir y hacer demagogia, independientemente que sean presentados con bombos y platillos por gente de gorras y franelas rojas. Ayer actuaron con otros colores, los verdaderamente suyos, en respaldo de la mediocridad, la ineficiencia, el clientelismo y la vagancia, enfrentando las bondades de los méritos precisamente por no poseerlos. Hoy pretenden confundirnos con el mismo cuento, pero con la explicación de que obedecen a los nuevos paradigmas de la revolución.
Los valores del trabajo, la dedicación al mismo, su estricto cumplimiento, la eficiencia, el estudio, la preparación técnica, la formación profesional, la honestidad, la calidad del producto, la competencia sana, el buen desempeño, no son valores contrarios al socialismo, muy por el contrario, se trata de los valores del socialismo, que han estado marginados por el capitalismo subdesarrollado que hemos tenido y que debemos superar. La igualdad socialista no es una cosa que se decreta, sino es algo que se conquista en la medida que el pueblo tiene acceso al estudio y lo asume con la mayor responsabilidad posible. No se trata de que el pobre tiene que aprobar los cursos que se le den sin la necesidad de estudiar y de aprender. Conducirse de esa manera seria un engaño vil de la persona afectada y de nuestra patria. Se trata de que el pobre tenga la oportunidad y las mejores condiciones para estudiar intensamente y dejar de ser cerebralmente pobre, para transformarse en hombre libre.
El facilismo es contrarrevolucionario. De él se valieron los adecos para dominar a la inmensa mayoría de las universidades, autónomas y experimentales, y de los institutos y colegios universitarios. De él se han valido los países imperiales para explotarnos y subyugarnos, para penetrarnos con sus culturas, sus valores, sus idiomas; para decidir nuestros destinos. Quienes defienden el facilismo, quienes no quieren distinguir entre las personas con base en sus méritos, trabajan para la contrarrevolución. No importa quién sea, ni dónde esté: Es un enemigo.