Cuando he meditado sobre el socialismo como simple hombre del pueblo (sin pretendido talante académico, por supuesto, ni mucho menos instrucción autodidacta sobre el tema que no la constituya más que algunas lecturas muy fragmentadas) he tendido a concebirlo como un cuerpo de elaboraciones y criterios que, al buscar solución a los problemas que han sido producto del humano acontecer, de la historia, cuyo motor ha sido la lucha de clases, a lúcido criterio de Marx, lo ha hecho en términos de relaciones sociales frente a otras elaboraciones y criterios que han puesto la marca demasiado destacada en la mera acción individual con sus grandes insalubridades sociales, y que, por ende, surge convertido entonces en teoría económica y social de alardosa suficiencia como para pretender suprimir el modo de producción capitalista.
Como socialistas se han definido muchas posturas en base a pensamientos sistematizados, que convertidos en ideología, serían desarrollados en Europa (Alemania, Francia y Gran Bretaña) como necesidad de replicar a los efectos ruinosos que produjera, dentro de la clase obrera, aquella primera industrialización, y que sus tesis llegarían a regarse por el mundo con la particularidad de ir adquiriendo nuevos matices dependiendo de la realidad donde se hubiera desarrollado, tal ocurre hoy en Venezuela, por ejemplo, cuando nos encontramos departiendo sobre el Socialismo del Siglo XXI, como para significar con ello eventuales deslindes pertinentes con los socialismos de los dos siglos anteriores e incorporando a la vez a su cuerpo doctrinario valiosas ideas de Bolívar, Simón Rodríguez, Zamora, Martí y otros suramericanos, y como respuesta alternativa a un capitalismo vernáculo que generara cipote nivel de pobreza en un país como el nuestro tan cargado de riqueza efectiva y potencial.
Lo que si habría que poner de relieve de entrada, es que sus universales principios hubieron de generarse en torno a dos conceptos que le son esenciales: la justicia y la igualdad. Pero que por no ser la igualdad tampoco exclusiva del socialismo (la doctrina liberal también la contempla), los primeros marxistas por ejemplo la matizaran centrándose en lo colectivo. Y el socialismo marxista no es que pretenda significar, sin embargo, que todos los hombres y mujeres sean iguales, sino que sus derechos sí deben ser los mismos. Pero en base a esa inevitable diferencia entre los seres humanos, Luis Blanc, a propósito consideraría antes que ellas no ameritaban remuneraciones distintas (o mejor, diversas), sino más bien contribuciones distintas... De allí pues la proclama aquella de que, “cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”, expresión esclarecida que sirve como de inmenso cartel publicitario a la necesaria y urgente solidaridad humana.
El capitalismo encontró por tanto en el socialismo una fuerza que buscaba transformarlo, introduciendo un mecanismo de producción colectiva y cooperativa que alcanzara proscribir la inflamatoria explotación del hombre por el hombre, reemplazando a la vez el egoísmo por el altruismo y utilizando la cooperación en lugar de la competencia para lograr un mundo más lozano y más humano; análisis del capitalismo que no evitara por cierto debates ardorosos comenzando el siglo pasado, cuando los marxistas aseguraran que las estructuras capitalistas estaban ya al borde del patatús (Lenin decía que el imperialismo no era más que el “capitalismo agonizante”) lo cual no resultaría tan inminente al lucir posible más bien que estuvieran ellos como algo fuera de cálculo. Y que antes, por el contrario, lo que se derrumbara fuera el llamado socialismo real, cuya paternidad la tiene la Rusia Soviética, con la Revolución Bolchevique de 1917, cuyas causas debemos analizar muy bien aquí nosotros con fines quizás no tanto de profilaxia ideológica, como sí de profilaxia política, dado que, serían el dogmatismo y el sectarismo de los principales errores por los que resultaran tan damnificados los socialistas del siglo pasado, consecuencia quizás directa de esos encapsulamientos que generalmente no resultan sino en verdaderos actos onanistas, y aun cuando Lenin advirtiera que sin teoría revolucionaria no pudiera haber movimiento revolucionario, pero sin que pretendiérase tampoco defender, por mero argumento en contrario, la llamada teoría de la prosternación ante la espontaneidad… Y afirmaría Lenin algo adecuado: “cuando los de abajo no quieran y los de arriba no puedan seguir viviendo a la antigua, sólo entonces podría triunfar una revolución”; y sin dictadura del proletariado -que también lo admite la teoría revolucionaria al considerar esta dictadura transitoria- como debiera ser entre nosotros hoy (digo yo) viejos alérgicos ya a la sola palabra dictadura. Por eso la de Carmona Estanga resultaría tan efímera, no obstante el formidable patrocinio de un imperio tan poderoso, glotón y brutal. “Nadie combate la libertad”, como ha quedado demostrado en la Venezuela chavista, salvo algunos residuos burgueses que poseen algo muy importante para ellos, pero cada vez menos efectivos: los grandes medios de comunicación con el apoyo financiero y táctico del imperio, y a los que habrá que seguir combatiendo hasta que terminen derrotados por lo que pudiéramos denominar la ilustración socialista.
Resultando cierto entonces que se hablara de diversos tipos de socialismo que unas veces fueran catalogados de reformistas o revolucionarios, pacíficos o violentos o democráticos y autoritarios, ¿debiera el socialismo ser dado a los pueblos por una élite supuestamente ilustrada a manera de dádiva, o por el contrario deben ser los pueblos que con su clarividencia y esfuerzo lo abracen en la proporción que les permitan sus propias fuerzas liberadoras para hacerse cargo de sus respectivos destinos? Así es como por fuerza de ello se haya hablado también de socialismo desde arriba y socialismo desde abajo, lo que algunos consideran como la corpórea división, como la más probada. Lo que sí parece demostrado, es que el socialismo impuesto desde arriba no es inmune al engendro de la opresión política dentro de una sociedad de clases, sobre todo cuando pretende mantener al pueblo esperando protección de arriba en vez de estimular con su gestión que ese pueblo vea hacia sí mismo para liberarse entonces de los “protectores”… Que la liberación desde abajo es una necesidad en la que está perceptiblemente interesado Chávez con su honestidad ideológica proverbial, y donde su propugnado Partido Socialista Unido debiera ser vector del impulso liberador desde abajo aunque se presentaran agrias discusiones cuando no tropezones (que por cierto… debiera ser un partido exclusivo del proletariado, de los “obligados a venderse a trozos”, si entendiéramos por éste a la clase social -incluidos los marginados o “proletariado andrajoso”- que subsiste sólo gracias a su salario que gana a cambio de poner su fuerza de trabajo en beneficio de un patrón que, sin llegar a consumir su plusvalía completa, sin embargo la pone para que sirva de sostén al propio sistema de explotación). Incluso, esta aspiración quedaría plasmada en el mismísimo y panfletario, y hasta literario Manifiesto Comunista, donde una de sus líneas maestras sería la de que la emancipación de los trabajadores debía ser obra de los trabajadores mismos, no existiendo dudas de que esto le atribuyera importancia definitiva a la idea de liberación conciente como objetivo primario de una verdadera revolución socialista con democracia revolucionaria. Y ello constituyó, sin duda, una gran aportación de Marx y Engels al desarrollo de las elaboraciones socialistas.
La teoría marxista parte así del principio de que al socialismo debe llegarse sólo mediante la auto emancipación de la clase trabajadora; vale decir, cuando esta tomara colectivamente el control de la sociedad de una manera democrática (como fue aquí desde 1999 ) a fin de planificar la satisfacción de las necesidades de todos y todas. Y que sea por eso quizás que la forma más expedita de alcanzar el socialismo sea justo haciendo a la sociedad cada vez más democrática, por lo que no resulta vano el terco empeño del imperio y sus lacayos (como hoy por ejemplo lo pretenden en Venezuela) de hacer ver que no existe democracia para entonces intervenir y crear cuñas, y seguro sea por ello también que apoyaran siempre a las dictaduras más crueles y sanguinarias en Indoamérica como trágica solución a la democracia revolucionaria que, alguna veces, llegarían a ver en limpia perspectiva.
Muchos -incluso marxistas- han tenido en cuenta que la Unión Soviética no llegaría a ser más que una nueva sociedad de clases ni capitalista ni socialista, sino más bien una sociedad de mero colectivismo burocrático con una igual opresora y explotadora clase dirigente como en el capitalismo en occidente (que en la Unión Soviética denominárase capitalismo de Estado) donde quizás quedara negado sí el concepto de beneficio privado capitalista y en el hecho además de que, dentro de los que avasallaban como papis la escena, no estuvieran los propietarios privados, pero que el sistema socio económico surgido en lugar del capitalista haría entonces al Estado propietario de los medios de producción, sin aclarar quién poseería al Estado… a menos que esa mera estatización se igualara a la idea de socialismo, de lo cual quizás el propio Marx, que además era un “revoltoso”, se hubiera retirado no sé si en buen orden… (No hay que perder de vista que Marx hubo de retirarse de la agitación política, para poder consagrase durante una década a estudiar con minuciosidad lo que guardaba la biblioteca del Museo Británico en materia de economía política, y concebir así, como afortunada y productiva consecuencia, lo que se denominaría la base “científica” del socialismo).
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