La Mujer venezolana. Tan Revolucionaria como sus hijos

A mi madre Mercedes Maria Montaño de Velásquez, y a todas las mujeres valiente de Venezuela y del mundo, hacia su emancipación.

Vivimos en tiempos de una gran revolución social que avanza más cada día. En todas las capas de la sociedad se nota un movimiento e inquietud cada vez más fuertes, exigiendo transformaciones profundas. Todos sienten que tiembla el suelo sobre el que se apoyan. Han surgido muchas cuestiones que se hacen círculos cada vez mayores, sobre cuyas soluciones habrá muchos pro y contra. Una de la más importante, y que de día en día va ocupando el primer plano, es el papel de la mujer en la Revolución Venezolana.

Se trata aquí de la posición que ha de ocupar la mujer en nuestro proceso revolucionario, en nuestro organismo social, cómo puede desplegar sus energías y capacidades en todas direcciones, a fin de que se convierta en un miembro pleno, con derechos iguales y activo del modo más útil posible, de la sociedad venezolana y mundial. Desde mi punto de vista esta cuestión está relacionada con la de qué forma y organización ha de darse la sociedad humana para que la opresión, explotación, necesidad y miseria, contra la mujer, sean sustituidas por la salud física y social de los individuos y de la sociedad. La cuestión de la mujer, por lo tanto, no es para nosotros más que un aspecto de la cuestión social general, que ocupa actualmente a todas las cabezas pensantes y pone en movimiento a todos los espíritus; de ahí que sólo pueda hallarse su solución definitiva mediante la anulación de los conflictos sociales y la eliminación de los males producidos por ellos.

Sin embargo, es necesario tratar la cuestión femenina de una manera especial. La cuestión de cómo era antes, es ahora y será en el futuro la posición de la mujer, beneficia, a la mitad mayor de la sociedad venezolana, puesto que el sexo femenino constituye la mitad mayor de la población. Las ideas acerca del desarrollo que ha experimentado la posición de la mujer en el curso de los milenios corresponden tan poco a la realidad que resulta necesario dar una explicación. Pues en la ignorancia y la incomprensión de la situación de la mujer se basa buena parte de los prejuicios con que se contempla el movimiento cada vez más potente en los círculos más diversos, incluido el de las mismas mujeres. Muchos afirman incluso que no existe ninguna cuestión femenina, pues la posición que ha tomado la mujer hasta ahora, y tomará también en el futuro, le viene dada por su «profesión natural», que la destina a ser esposa y madre y la limita al hogar.

Así, pues, se enfrentan diversos ideólogos en la cuestión de la mujer, lo mismo que en la cuestión social general, en donde la posición de la mujer en la clase obrera en la sociedad venezolana y mundial desempeña también un papel importante. Quienes quieren que las cosas continúen como en los viejos tiempos, se sacan rápidamente la respuesta de la manga y creen solucionarlo refiriendo a la mujer a su «profesión natural». No ven que millones de mujeres no están en condiciones de cumplir la «profesión natural» que ellos reivindican como administradoras domésticas, paridoras y educadoras de niños, por razones que ya se han expuestos en cantidades de oportunidades con todos sus detalles, no ven que otros millones han fracasado bastante en esta profesión, porque el matrimonio se convirtió para ellas en yugo y en esclavitud y tienen que arrastrar sus vidas en la miseria y en la pobreza. Claro que esto les preocupa a esos «sabios» tan poco como el hecho de que millones de mujeres tengan que matarse en los oficios más diversos, a menudo de manera antinatural y excediendo a sus fuerzas, para ganarse la simple vida. Ante este hecho desagradable cierran ojos y oídos, lo mismo que hacen ante la miseria del pobre, al consolarse y consolar a otros diciendo que «siempre» ha sido y «siempre» será así. No quieren saber nada de que la mujer tiene derecho a participar completamente de los logros culturales de nuestra época, a utilizarlos para el alivio y mejora de su situación y a desarrollar todas sus capacidades físicas y espirituales y emplearlas todas ellas en interés suyo y en bien de la sociedad. Y si se les dice que la mujer también tiene que ser económicamente independiente a fin de serlo física y espiritualmente, para no depender más de la benevolencia y compasión del otro sexo, entonces se acaba su paciencia, se desata su cólera y lanzan un torrente de violentas acusaciones contra la «locura de este proceso» la «locura de la época» y «sus descabelladas aspiraciones emancipadoras».

Se trata de los filisteos masculinos y femeninos, que son incapaces de salir del estrecho círculo de sus prejuicios. Se trata del género de bichos raros que aparece en dondequiera que impera el ocaso y grita despavorido en cuanto cae un rayo de luz en la oscuridad que le agrada.

Pero hay otra parte de los adversarios del movimiento que no puede cerrar sus ojos a los hechos evidentes; reconoce que en ninguna época anterior hubo una proporción mayor de mujeres que, en comparación con todo el desarrollo político, económico, social y cultural, se hallase en una situación satisfactoria como en la actualidad y que, por eso, digo que por fin se le ha parado bola a la mujer, hay que seguir estudiando, ya que es necesario averiguar cómo elevar su situación, en tanto dependan de si mismas.

De ahí que tenemos que pedir que se le abran a la mujer más campos de trabajo más aptos para sus fuerzas y capacidades para que pueda competir con el hombre, aunque no se trate de competir. Algunos van incluso más lejos y exigen que la competencia no debe limitarse a las ocupaciones y oficios inferiores, sino que también debe extenderse a las profesiones superiores, a los ámbitos del arte y de la ciencia. Exigen la admisión de las mujeres al estudio en todas las instituciones docentes superiores, particularmente en las Universidades. Se recomienda, además, la admisión a los puestos públicos del Estado venezolano señalando los resultados conseguidos por las mujeres en otros países. También es digno de resaltar, entre los logros conseguidos por la mujer, los derechos políticos que han venido hacer punto importante, para que se haga sentir a nivel mundial a las mujeres. La mujer es tan buena persona y tan buen ciudadano como el hombre, y el manejo y legislación exclusiva que han efectuado los hombres hasta ahora demuestra que éstos no hacen sino explotar su privilegio en favor suyo y tener a la mujer bajo su tutela en todos los aspectos, cosa que hay que evitar.

Lo más notable de estas aspiraciones es que no trascienden el marco del orden social actual. Se plantea la cuestión de si se ha alcanzado en general algo esencial y radical para la situación de las mujeres. Apoyarse en el orden socialista venezolano, lo consideramos la igualdad de derechos en donde la mujer es una pieza clave igual que el hombre, para dar los cambios necesarios que le urge a esta sociedad venezolana. Uno no es consciente o se engaña en el sentido de que, por lo que se refiere a la libre admisión de la mujer a las profesiones industriales y comerciales, este objetivo se ha alcanzado realmente, y por parte de las clases dominantes, que no es otra que el pueblo, recibe el más vigoroso impulso en su propio interés. Pero en las circunstancias dadas, la admisión de las mujeres a todas las actividades ha de tener el efecto de que se acentúe cada vez más la lucha competitiva de las fuerzas del trabajo, y el resultado final es; mejores ingresos, y mejores condiciones de trabajo que dignifique la fuerza femenina, ya sea en la forma de honorarios o sueldos.

Es evidente que esta no puede ser la solución correcta. La completa equiparación de la mujer no es sólo el objetivo final de los hombres que ven con buenos ojos estas aspiraciones femeninas en el terreno del orden social actual, sino que también la reconocen así las mujeres activas en el movimiento mundial. Hay grupos que piensan y se opone al movimiento por limitación filistea y por lo que se refiere a la admisión de las mujeres a los grandes proyectos y a los puestos públicos de mayor relevancia, por bajo egoísmo y miedo a la competencia de creer que la mujer lo pueda superar, pero no existe un conflicto de clase como el que se da entre la clase excluida y la clase de los capitalistas.

Suponiendo que el movimiento femenino impusiera todas sus demandas de igualdad de derechos con los hombres, no por eso se eliminarían la esclavitud que es hoy día el matrimonio para innumerables mujeres, ni la dependencia material de la gran mayoría de las mujeres casadas respecto de sus maridos. A la gran mayoría de las mujeres que por muchas décadas se encontraban excluidas les es indiferente que unos cuantos miles de sus compañeras pertenecientes a las capas mejor situadas de la sociedad lleguen a ser presidenta de la Republica, a la enseñanza superior, a la práctica de la medicina o a una carrera científica o administrativa cualquiera.

En conjunto, el sexo femenino sufre doblemente: de una parte sufre bajo la dependencia social de los hombres, la cual se suaviza, pero no se elimina con la igualdad formal de derechos ante la ley, y, de otra parte, mediante la dependencia económica en que se hallan las mujeres en general y las mujeres proletarias en particular.

De aquí resulta que todas las mujeres, sin distinción de su posición social, en cuanto sexo dominado y perjudicado por el mundo masculino en el curso de nuestro desarrollo cultural, están interesadas en eliminar en lo posible este estado de cosas cambiando las leyes e instituciones del orden social y político existente. Pero la enorme mayoría de las mujeres también está vivamente interesada en transformar de raíz el orden social y estatal existente a fin de eliminar tanto la esclavitud asalariada bajo la que languidece generalmente el proletariado femenino, como la esclavitud sexual vinculada estrechamente a nuestras condiciones de propiedad y lucro.

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José Antonio Velásquez Montaño


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