Es el afecto por el prójimo lo que enaltece el alma del ser humano; es el buen trato que se le de a cualquiera, sin importar su condición social ni pobreza, lo que hace engrandecer el espíritu; es la atención que preste un gobierno a su pueblo en alimentación, salud y educación lo que hace sobresalir a un país y esas son las líneas de conducta que en la actualidad sigue la revolución bolivariana en Venezuela; todos estos beneficios son llevados a la práctica dentro nuestras fronteras y son de conocimiento público fuera de ella. Nuestro Simón Bolívar nos dejó esas enseñanzas sintetizadas en el hermoso escrito que hace cuando se encuentra en el pináculo de la fama y el poder, al dirigirse con expresiones de franca reverencia y gratitud a un hombre que muchos años atrás le brindara apoyo docente y moral, un hombre ante quien el Libertador baja de su podio y se le inclina, siendo aquel una humilde persona sin renombre político ni fortuna material alguna; Simón Bolívar se siente emocionado y gozoso cuando sabe de un posible encuentro entre ambos y ésto hace brotar de su mente, corazón y noble alma el más intimo sentimiento; haciéndolo conocer mediante las siguientes palabras:
“¡Oh mi maestro, oh mi amigo! Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. ¿Se acuerda usted cuando fuimos junto al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros. Usted maestro mío, cuanto debe haberme contemplado de cercas aunque colocado a tan remota distancia. Con que avidez habrá seguido usted mis pasos, estos pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo. Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló.
Usted fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuan hondamente se ha grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado, no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presente a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, usted ha visto mi conducta, usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel y usted no habrá dejado de decirse: Todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderece tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté, voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos porque mi derecho es imprescriptible; privativo a todo.
Venga usted al Chimborazo, profane usted con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá usted la vista y al observar el cielo y la tierra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: Dos eternidades me contemplan, la pasada y la que viene. ¿Desde donde, pues, podrá usted decir otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza, venga usted a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitiva; usted no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida madre; allá encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y el hálito pestífero de los hombres, aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano del Creador”
Fíjese el lector como escribe el Libertador Simón Bolívar a Simón Rodríguez el 19 de enero de 1824, palpe esa sensibilidad espléndida y profunda de nuestro gran héroe, observe con que modestia Bolívar, en las alturas de la mayor gloria que puede sentir un ser humano, enaltece a su coterráneo. Todas aquellas consideraciones son inherentes a los grandes hombres y mujeres que en la historia venezolana hemos tenido en profusión, por lo que no es raro que nuestro actual Presidente, Chávez Frías, haya heredado tales sentimientos y se afane en hacerlos emerger de su ser en memoria de aquella máxima figura venezolana, como es reconocido en el mundo nuestro Simón Bolívar, de quien los hijos de este país tenemos que sentirnos altamente orgulloso por tenerlo como padre de la patria.
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